El beso asesino

El beso asesino

Jorge Becerra

23/01/2021

Hay muchos tipos de besos y podemos categorizarlos de varias maneras. De acuerdo al sitio del cuerpo donde se estampe: beso en la frente, la mejilla, francés, en la mano, el negro, en los labios, en los ojos o en el cuello. Teniendo en cuenta la intención: beso con mordisco, el fanfarrón, beso a escondidas, el soñado, el perdido, el tímido, el apasionado o el beso fatal. Según el estado de ánimo: el esquimal, el beso al aire, el contento, el amargado, el triste o el beso feliz.

Pero hay uno en particular que nunca pude categorizar porque era diferente a todos en fondo y forma: el beso asesino. Ese beso pequeño, chiquito y rápido, en la boca.

Y era asesino porque cuando se daba, el que lo recibía moría al instante, pero de ganas de seguir besando. Porque le robaba la calma, lo dejaba sin alma y lo atormentaba en sus sueños, imaginando cuando se repetiría, hasta que advertía con rabia interna que mejor hubiera sido en la mejilla.

Y Antonia, dulce y refinada se sabía experta en ese ósculo y no sé con qué intención, sin embargo te daba uno, te hacía bajar la guardia y salía corriendo; incluso te dejaba con los ojos cerrados y los labios en posición de mimo cursi. No sé si lo disfrutaba o solo quería ser sarcástica y fría.

Pero así era ella, sin duda una femme fatale. Pienso que había leído “lolita” de Nabokov, porque tenía esa misma habilidad de hacer que la siguiéramos solo para volver a sentir sus labios, que entre otras cosas eran fríos como la nieve de Madrid. Y no éramos más que un montón de vengadores silenciosos, heridos en lo más profundo del orgullo. Nadie le ponía las condiciones a Antonia, no por culpa de ella, ya que aprendió y nadie sabe cómo, esa técnica de salvaje conquista.

Verla actuar se veía natural pero tenía su protocolo sin que ella lo notara. Cuando conocía a alguien que le gustaba, lo miraba coquetamente, así cuando este se le acercaba, en un bar o en un restaurante o en una fiesta, estiraba la boca como para darle ese beso “soñado”. Cuando la víctima hacia el ademan para besarla, ella acercaba tímidamente sus labios sin fuerza, apenas rozándolos y ahí cambiaba de tema o tomaba el celular o insinuaba que algo debía hacer y se iba.

El tema se volvió un reto porque no existía en los anales de la ciudad alguien que le hubiera dado un beso de verdad. Pero ¿por qué Antonia, la fatal, nunca terminaba sus besos así fueran clásicos o de cualquier tipo conocido?

Nadie sabrá la respuesta, nadie le ha preguntado y seguiremos esperando que ella, algún día, con sincero motivo, a su voluntad nos quiera dar un beso infinito que nos estremezca y nos haga llorar. Pero parece improbable que esto ocurra y mientras tanto toca conformarse con ese beso asesino que si no te mata te deja bobo.

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