El cepillo de dientes

El cepillo de dientes

Entro en el museo sin muchas ganas, para qué engañarme. Más bien estoy deseando pasar la tarde, lluviosa y fría, sin planes en esta época solitaria y sin contacto social. Me siento vacía ahora que Óscar se ha marchado definitivamente, o al menos lo parece. Hoy me encontré su cepillo de dientes aún en casa, y eso me dio esperanzas, aunque quizá le compense comprarse uno nuevo antes que volver al que ha sido nuestro hogar durante cuatro años. Demasiado doloroso. Aun así he decidido no dejarme llevar por la nostalgia y planificar cada día cuidadosamente para no caer en la añoranza inútil y sin final. Nunca creí en aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Estoy ante el portón del museo de arte moderno, sin grandes expectativas. Hay varias exposiciones, de gente y escuelas pictóricas que no he oído en mi vida. No importa. Una vez dentro, estoy caliente y rodeada de personas, no me hace falta más. Accedo a la primera sala y deambulo de cuadro en cuadro, mirando con pocas ganas. No me llama ninguno la atención, me siento apática, y a quién voy a engañar, no entiendo absolutamente nada de pintura. Cuadros rocambolescos a veces, en ocasiones absurdos. Colores mezclados al azar como las células que forman un ser humano. Voy de esquina a esquina, fingiendo interés e incluso conocimiento, pero en realidad nada me seduce ni me produce emoción.

En la tercera sala me topo con un lienzo grande, cuadrado, que llena la atmósfera. Tiene un fondo amarillo, ¿o quizá dorado? que me hace parar en seco, y no sé por qué. ¿Son los colores? ¿La perspectiva? Un hombre de pelo oscuro y rizado agarra con las dos manos una cara soñadora de mujer mientras la besa y ella mantiene los ojos cerrados, con el pelo enmarcado por margaritas, arrodillada sobre un campo de flores. En realidad parece que están flotando en vertical. Cuando llevo unos segundos mirándolo siento una presencia a mi lado. No quiero mirar descaradamente, solo intuyo una figura alta y morena.  Siento que me agarra suavemente y me echa la cabeza a un lado para besarme suavemente en los labios. Cierro los ojos y me siento flotar, como en el cuadro. Cuando levanto la cabeza y abro los ojos, me encuentro sola en la sala, faltan 5 minutos para cerrar el museo y un guardia de seguridad me indica por señas que debo abandonar la sala.

Todavía flotando en ese cuadro de flores en mi mente, salgo a la noche oscura y lluviosa. Siento que voy levitando hasta la parada del autobús, que me deja en la puerta de casa. Subo en el ascensor, entro en mi apartamento y voy a lavarme las manos al baño. Encima de la estantería, veo que ya no está el cepillo de dientes de Óscar.

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