¿Si me acuesto en tus besos?

¿Si me acuesto en tus besos?

Katty

19/02/2021

Era un atardecer descolorido, rojizo grisáceo como las llamaradas del fuego volcánico, el decorado intachable para aquel momento. Aún prevalece en mi memoria.

Eran once días que parecían fantasiosos, arrebatados de la realidad. El reloj marcaba las seis de la tarde, fisgoneaba cada segundo a través de mis pupilas. Los nervios predecibles e inoportunos no querían cambiar de aires. Todo el tiempo me acariciaban. Él me observaba sin lamentaciones, y yo suplicaba su cercanía, cincuenta centímetros no eran suficientes. Sutileza de nuestro amor y despliegue de nuestros labios. Y descansé…

Aún sobresalto de estupor, me maravilla la ligereza de la vida para conseguir unir nuestras almas en cuestión de segundos, desde el primer día, considerando la lejanía de nuestras manos, de nuestro propio ser. Muy pronto rozamos nuestras sombras. Él con el cabello atolondrado y la mirada potente, viva de emociones profundas. Lo vi y de inmediato jadeante yacía mi corazón, estruendo provocado por mi agitación, cada segundo latía aún más. Lo recuerdo, lo idolatro. Todo me resultaba metafórico, inclusive la literaria de la vida real. 

¿Qué nos pasó? No había suficiente tiempo para soñar. Muy pronto nos enamoramos de la magia y despertamos sin prudencia a la realidad.

A través de la ventana cristalina, la luna se deja admirar. A un paso de aquel recuerdo, soy la mismísima epifanía iluminada para conmemorar cuidadosamente aquel lejano suceso. Nuevamente febrero tomará su rostro, como cada mes. Y tomará el brillo de un verano amarillo pajizo. Mi corazón empieza a latir precipitadamente, con mayor intensidad de aquella vez, cuando descansé donde no había espacio para el viento. Lo extraño…

Teníamos aspecto de románticos sin presenciar la pronta llegada de la lejanía. Me envolví con su amor, le doné mis mas profundas emociones, brillábamos con el corazón. Aquellos cincuenta centímetros se convirtieron en fricción. Nuestro encuentro. Nuestro roce… Sus manos estaban congeladas, tenía la chaqueta con pequeñas hojas caídas. La naturaleza parecía desprenderse de aquello que le haría ensombrecer. Percibí lo congeladas que estaban sus manos mientras acariciaba mis rostro y yo me arriesgué descansar en aquel rojo carmesí. Sus labios…

Volví en mí. 

 

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