Siento la brisa gélida que desprende la nieve a la par de mi paso parsimonioso, giro levemente mi rostro, la veo a ella tan sonriente que apenas me hace notar este frío.
Tiene esa sonrisa tan contagiosa, que es imposible no sonreír al unísono. La veo caminar a «saltitos», brincando y danzando por la nieve como si de una niña se tratase, y tengo que decir que, me encanta. Me encanta verla tan feliz.
En un descuido en mis pensamientos más románticos con ella, me propina una bola de nieve, me dispongo a ir en su busca y cobrarme la venganza. Entre carcajadas y bolas de nieve, nos detenemos en frente de una preciosa iglesia. Ambos nos quedamos ensimismados al contemplar tal hermosura. La miramos y nos observamos, no puedo describir la emoción que me invadía por todo mi cuerpo en ese momento. Esa mirada que penetraba hasta lo más profundo de mi alma, tenía la percepción de estar levitando, sabiendo que tenía los pies en el suelo. Una sensación única e inigualable. Mis manos rodearon con suavidad su cintura, las suyas se posaron con dulzura y cariño sobre mi cuello, mientras que con una mano me acariciaba con delicadeza una de mis mejillas. Con lentitud nuestros labios se iban acercando, nuestros ojos cerrados para vivir el momento.
Nos fundimos en un beso apasionado, ya no notaba esa brisa gélida del principio, sino un fuego interno que recorría todo mi ser, entre medio de mi sonrisa pronuncié estas dos palabras…..
Te quiero.
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