El beso estrella

El beso estrella


¡Le robé un beso!, venían resonando tales palabras en mi cabeza, eran las 11 de la noche y me disponía a dormir, pero no dejaba de pensar en sus pequeños labios rosados. Habré tenido no más de 18 años cuando la invité al cine, después de algunos vaivenes, su respuesta fue afirmativa.

Aquella noche me dispuse a evaluar las estrellas (un beso es como una estrella me había dicho ella alguna vez). Me preparé con anticipación, quise llegar temprano, tenía un plan para nuestra cita, sin embargo, lo deseché al verla esperando con su vestido lila y una orquídea en los cabellos.

No era la primera cita que teníamos, no obstante, estar en el cine a oscuras depositaba una miel sobre mis labios, pasamos hacia la sala dejando atrás algunas sonrisas quemándose a la luz del sol sobre la acera. Una vez sentados, no podía dejar pasar la oportunidad de decirle lo bonita que se veía con aquel adorno en su cabello, se sonrojó mientras a mí, me temblaban las manos. A mitad de película se recostó sobre mi hombro (muchas historias que escuché tenían este factor determinante que me recordaba a la canción de “put your head on my shoulder”), intentaba tomar sus manos levemente como había ensayado en casa, de pronto, retiró su cabeza, nos miramos, se levantó y sin gesto alguno se dirigió hacia el tocador del cine.

Al regresar, sacó una barra de chocolate de su bolso y me compartió la mitad. Esta vez la iniciativa tenía que ser mía. Pasaron 10 minutos y decidí posar mi cabeza sobre su hombro (no sabía que era posible), tomé una de sus manos con la mía, mientras intentaba disimular los nervios repitiendo en mi cabeza aquel poema “el beso” de Federico Barreto. La película llegaba a su clímax y yo estuve a punto de darme por vencido, entonces levanté la cabeza, ella se acercó y como si de un reflejo se tratara nuestros labios estallaron, entonces vi una estrella bajo mis pupilas.

Salimos de la sala de cine, le extendí mi abrigo al ver que el viento acompañaba nuestro andar, reímos, comimos y nos tomamos de las manos, pero ninguno se atrevió a nombrar nuestro mimo. Llegamos a la esquina de su casa donde acostumbraba dejarla y en mi mente solo escuchaba a Paul Anka decir “Just a kiss goodnight, maybe”. De pronto, se empinó sobre sus zapatillas, enrolló sus brazos en mi cuello y me regaló una estrella más de sus labios. Inmediatamente, sonrió, y corrió hacia su casa mientras yo no dejaba de verla. Me pregunto en qué momento se le cayó la orquídea o si fue desde ese momento que cada estrella me recuerda a ella.

Era media noche, me quedaba dormido con una sonrisa en el rostro, cuando una información me hizo saltar sobre mi cama… ¡Fue ella la que me robó no uno sino dos besos! 

“Los besos son como estrellas, siempre una brillará mucho más”

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