Ángela, la abuela maestra y la maestra abuela.

Ángela, la abuela maestra y la maestra abuela.

Azucena Tejado

20/04/2021

Ángela, la abuela maestra y la maestra abuela siempre presente.

no olvida los recuerdos  de los años cuarenta del pasado siglo.Cada
mañana cuando sus ojos despiertan a la sonoridad luminosa del mes de
Julio y aún postrada en la cama saboreando los últimos recuerdos de
la noche que no siempre son recuerdos placenteros, se enfrenta a un
día con pocas sorpresas, salvo las cotidianas; las que puedan darle
los niños con su inquieto ir y venir. 
Es curioso, antes de poner el pie en el entarimado de madera de la vieja
casa castellana en la que pasa las vacaciones del mes de Julio, ya se
está preguntando cómo será el día. Un fugaz rayo de lucidez
ilumina su desasosegada mente y le permite borrar sus inquietudes por
un momento, Lo primero es lo primero,-se dice-, tomaré un café con
una tostada untada con mermelada de ciruela, esa mermelada que cada
año su hermana Teresa le regala con todo el cariño, está hecha con
las ciruelas “monjas”del huerto de la tía Agapita; vuelven los
recuerdos de la infancia a su cabeza, cuántas tardes pasó sentada a
la sombra de esos larguiruchos ciruelos acompañada de su madre Juana
y las tías Cipriana y Agapita, tardes calurosas del verano
amenizadas con el ir y venir de las moscas ¡qué empalagosas, no
paraban de posarse en las piernas, en los brazos...qué incomodidad!,
por si no tenía poco con la obligación de estar sentada cosiendo, y
¡con lo poco que le gustaba la costura!.
Su madre le decía “hija poco a poco te vas bordando sábanas para el
ajuar”, Ángela contestaba enfurecida: madre si yo no pienso
casarme nunca, -el ajuar estaba pensado para que te casaras, como si
las mujeres que no se casaran no fueran a necesitar sábanas, toallas
o manteles-. ¡Qué poco disfrutaba de aquellas tardes a la sombra de
los ciruelos!.
Nada le interesaba la conversación de aquellas mujeres ni los consejos
que le daban. Una muchacha -apostillaba la tía Cipriana-, tiene que
saber bordar las sábanas y hacer vainica a los manteles, de lo
contrario, le será difícil encontrar novio. Todas estas “letanías”
que le repetían una y otra vez las tres mujeres ya curtidas en años
y en duras experiencias, no le interesaban nada, es más, escuchar
semejantes consejos, desencadenaba en ella una repulsa total a esa
concepción que se tenía de la mujer.
Ángela no quería ser como ellas , no quería ser mujer educada de esa
manera, tenía otras aspiraciones.
No pensaba vivir sometida a una vida de entrega, de silencio, de
sacrificio y de sufrimiento como si esto fuera algo connatural al
hecho de haber nacido mujer.
Su preocupación no era para nada encontrar un hombre para casarse, es
más a un hombre lo dibujaba en su mente como a un compañero, como a
un igual, había vivido tantas escenas cotidianas en su corta edad en
las que el abuelo, el padre o los hermanos siempre iban por delante
de su madre, de su abuela o de las tías Agapita y Cipriana.
 Había sentido tantas veces la impotencia de tener que poner la cuchara que faltaba en la mesa a su hermano o a su padre ya que ellos no se
levantaban a buscarla pero sí tenían la fuerza moral para alzar la
voz y que al instante apareciera el cubierto como por arte de magia,
daba igual que ella protestara y manifestara su malestar ante tal
orden injusta, era mujer y lo debía hacer -o eso decía su madre
presa del miedo a que el padre se enfadara. 
Después de todas estas vivencias que hablaban de ajuar o de casarse, aún se le enturbia la mirada cuando recuerda aquellas tardes de costura a la sombra del ciruelo. Sus deseos, como adolescente que era,
-”muchachas” llamaban a las chicas de esta edad en el pueblo-
estaban muy alejados de coser, ser “modosita” o servir al hermano
o al padre, ella quería hacer su vida, y este hacer su vida en este
momento era poder caminar con sus amigas, sentarse en el malecón del
puente a hablar de sus cosas o pasear por los caminos polvorientos
riendo y esperando alguna sorpresa
 Han pasado los años casi medio siglo, y se pregunta: ¿han cambiado las
expectativas que se tienen hacia las mujeres?, que ya no tenga a una
madre o a unas tías dándole consejos de cómo actuar o si es
aconsejable tener una preocupación prioritaria por encontrar marido
no dice mucho respecto a los cambios.
 Ahora ya desde la distancia que da el tiempo, desde la lejanía en el
análisis de los acontecimientos, desde la frialdad en el recuerdo de
los hechos que dan los años, los conocimientos y los acontecimientos
vividos. Ángela ya no es aquella muchacha de 14 años, es una mujer
de 70 que toma té verde con leche de avena, recuerda con entusiasmo
su trabajo durante cuarenta años de profesora de secundaria en un
barrio periférico de Madrid, tiene dos hijos y cuatro nietos. La
hija se ha labrado la vida que ha deseado tener y a la cual ha
educado como una mujer libre, al hijo también lo ha educado en el
respeto, en la igualdad, en sentirse hombre pero no macho. 
No establecer diferencias ha sido una de sus prioridades, nada de ajuar
ni para una ni para el otro. 
Ángela lee y cuenta historias a sus nietas cada vez que comparten un té un café o una comida. Ellas han crecido sintiéndose portadoras de esa
sabiduría e independencia que les transmite su abuela, sabia mujer
que a pesar de haber vivido en un ámbito rural cerrado y muy
tradicional, tuvo el valor de hacerse a sí misma, de romper con
aquellas atávicas creencias hacia la mujer como si su única tarea
en la vida fuera la de aprender a bordar, a coser y permanecer
alejada de los juegos y cualquier clase de disfrute.
Maestra de vida con su alumnado cuando trabajaba en el Instituto, maestra como madre y ahora como abuela. 
Una maestra ahora mayor, abuela de sus nietos, que colorea con aroma a
violeta y sensatez todas sus vivencias, que viste de luz lo que dice
y cómo lo dice. Una mujer que es un espejo para sus nietas que viven
en un mundo en el que “coser y hacerse el ajuar”, es una frase
que ya no se escucha.
A Ángela se le nubla, agita la respiración y tensa la expresión de
su cara cuando habla con Marta su nieta y esta le cuenta que la madre
de su amigo Pedro se levanta cada día tres horas antes de ir al trabajo
para dejar preparado el desayuno y la comida para toda la familia,
porque no volverá a casa hasta muy caída la tarde, pasa el día
cuidando a una señora mayor muy dependiente y prácticamente vive
allí.
 Tienen que cambiar las cosas se repite una y otra vez Ángela, no es de
justicia que la madre de Pedro siga siendo una mujer sometida y con
escasos momentos para ella misma.
Una impotencia rodea su alma al hacerse consciente de que las cosas han
cambiado bastante poco, que sigue siendo la mujer quien se preocupa
cada día para que esté todo en orden, que no falte nada en la
nevera, que el papel higiénico esté en el lugar que debe estar, que
los hijos ya no tan niños no olviden llevarse el taper para comer en
la facultad, es ella la que lleva el peso de las tareas del hogar, la
que cambia la ropa de los armarios cuando se avecina una nueva
estación, pues el paso del invierno al verano no sólo conlleva la
llegada del calor, sino la faena de vaciar ropa de una temporada y
sustituirla por otra, es también ella la que se desvive cada día
por todos los miembros de la familia.
Saber que hay mujeres que siguen siendo esclavas de una vida familiar, es para Ángela algo difícil de aceptar y de comprender y que en pleno
siglo XXI siga habiendo madres con esa aceptación de tareas, con
esas ataduras físicas y mentales, no es comprensible para ella que
tanto lucha por la realización y la igualdad.
¿Qué ha pasado? -se pregunta Ángela- para que haya cambiado tan poco el
papel de la mujer en esta sociedad. 
Es cierto que algo ha cambiado y que ahora la mujer tiene acceso al
mundo del trabajo, ha salido de las cuatro paredes del hogar que en
su tiempo tenían enjauladas a su madre o a sus tías, pero, hay que
concienciar a las nietas para que ellas también sean maestras de sus
amigas, sabias maestras que asuman lo valioso, creativo, necesario y
gratificante que es vivir en un mundo de iguales, un mundo en el que
no se establezca desigualdades entre el hombre y la mujer. 
Ángela vive también con preocupación , el excesivo culto al cuerpo que
tienen muchas mujeres porque eso es otra de las formas de sumisión,
suele comentarlo también con sus nietas.
 Los años además de experiencias y conocimientos también ponen arrugas
en el rostro y lentitud en el caminar. El aspecto físico delata las
vivencias y debe verse como algo grande y hermoso, hay que sentirlo
como un regalo que la vida nos hace, cada año siembra en nuestro
cuerpo y en nuestra mente una sombra y mucho sol.
Ese culto al cuerpo no debe ser un motivo más de atadura para la mujer,
aceptar lo que nos llega es una muestra más que patentiza que
existimos y la existencia es vida.
Para Ángela es un deber vivir las diferentes etapas de la vida desde la
realización y aceptación de lo que nos llega y no depende de
nosotros. No hacerlo así, y esto se lo comenta cada día a sus
nietas, es jugar papeletas para participar en un sorteo en el que no
ganaremos. La vida es sumar, sumar ilusiones, vivencias,
experiencias, alegrías y años.
Otra de las lecciones como gran maestra es la de  transmitir a sus nietas el valor de la igualdad, ella por experiencia ha hecho de su vida un
espacio de igualdad, no ha establecido diferencia alguna entre hombre
o mujer, por esos sus hijos han crecido en un mundo común, un mundo
con complicidades e ilusiones por dibujar.
 Educando en igualdad a su alumnado ha dado el fruto jugoso,
el sabor no solo de los muchos conocimientos de filosofía que
aprendieron en sus clases, sino también de esos grandes valores con
los que se formaron y fueron vistiendo su piel y que han hecho de
ellos unos padres y madres satisfechos, reivindicativos, humanos, muy
humanos, tanto como lo son sus hijos.
Abuela de unas nietas por las que siente admiración, con las que dialoga, enseña y aprende, porque la relación es fruto de un dar y un
recibir, fruto de un encuentro en el que se aprende Ángela  como
maestra y como alumna a un tiempo.
Las situaciones, se repite Ángela, tienen que cambiar, la sociedad y
todos los agentes sociales que la conforman son una parte esencial,
son la piedra angular que sustenta y sirve de fundamento a la nueva
estructura que vamos a construir y no lo vamos a hacer con paja o
barro sino con piedra y cemento, ha de ser una amalgama que cohesione
y no que separe o desintegre el edificio donde va vivir, porque en la
medida en que la fortaleza del edificio esté más conseguida también
lo estará nuestro lugar en la sociedad. 
Estos pensamientos en pos de una mejora social llenan la vida de una
persona mayor y joven a un tiempo como lo es Ángela y dan sentido a
la vida de otras personas abiertas para aprender de ella.
Necesitamos maestras-abuelas, abuelas maestras que dejan su impronta y saber hacer en todas las personas con quienes se relacionan, con las que viven, a las que quieren.
¡Gran abuela y mejor persona Ángela!

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