Una boda de Siglo y medio

Una boda de Siglo y medio

En el anochecer del 4 de julio de 2013, los vecinos salían a mirar los novios pasar. Era una pareja distinta a las anteriores. Coronel rompía cristales a ladridos. La tía Gregoria tenía ochenta y cinco años y Salomón setenta y seis. Se conocieron a través de “Los adoloridos”, un programa de La Cariñosa Ibagué. Tuvieron un noviazgo de nueve meses. Primas y primos viejitos, que llegaron de pueblos y ciudades distantes, sin ser invitados, le preguntaban si estaba embarazada, y por eso se casaba.

Kevin había sido su mano izquierda, durante cinco años. Caminaba desganado a contestar el teléfono. Aún mas a responder el Rosario, y acompañarla a misa. Llegó allí conmigo, en reemplazo de familiares, que en distintos tiempos vivieron con ella. Desde la aparición del novio, Kevin estaba más espontáneo que de costumbre. Miraba a Salomón con ojos de retador. Sufrió la cancelación de la línea telefónica fija. No podría llamar a Tatiana con pretexto de las tareas. La tía compró un celular de antigua generación, cuando empezó el amorío con Salomón, quien se lo sugirió. Hablarían con más libertad. Él ya tenía uno. Ella estaba indecisa. Él insistió hasta convencerla.

Otra responsabilidad para Kevin. Enseñarle a manejar el celular, antes de la siguiente visita de Salomón. A la tía le daba pena, si su amado se enteraba de la distancia que tenía con esos aparatos. Ella llevaba treinta años durmiendo de día y de noche, desde el logro de la pensión. Si alguna vez estaba despierta, se dedicaba a Coronel. Después de encontrar novio, sus dolencias desaparecieron.

La incertidumbre de Kevin consistía en si tendría más encartes con la llegada de otros ancianos a la casa, o si entonces el esposo acompañaría a Gregoria a la iglesia. El hombre era muy amable. Sin embargo, el chico desconfiaba. Hacía mucho que había empezado a pelear con la vida. Desde que se cayó de la bicicleta por ir colgado por atrás de una buseta. Y eso que no sufrió sino raspones. Cómo sería vivir con Salomón, se preguntaba. El señor hablaba todo el tiempo. El colegial necesitaba silencio para hacer tareas y ver televisión. Además, contaba chistes bien tontos. El siguiente mes vendría a vivir con nosotros mi mamá. No debía vivir sola en el campo. Mi papá había muerto meses antes. Se sentía destinado a aquellos personajes, como el polen a las abejas.

Mi Kevin nunca había convivido con la Abuela. Otra rezandera. Del Abuelo tenía solo tres recuerdos. Cuando tenía unos cuatro años y fue a visitarlo a su finca. El primero: Se puso bravísimo porque él no quiso montar a caballo, y prefirió subir media montaña a pie, empapado de sudor. El segundo: Se había reído a carcajadas, cuando a Kevin lo picaron las hormigas, por hurgarles el montículo con una rama seca. El tercero: Le quitó botas y medias y le sacó todas las termitas. Pensó con nostalgia temprana, en los loros que conoció en ese viaje.

Habían dicho con claridad los novios, que nada de fiestas ni de invitados. Solo una cena familiar con lechona. Encargaron unos tamales para el desayuno del día siguiente. Sin embargo, compraron quince botellas de vino. El recorrido de los novios hacia la Parroquia se hizo caminando. Cinco cuadras. En los jardines había veraneras florecidas, limoncillo y árboles cítricos, que proveían a la brisa aromas de azahar.

Olvidamos el ramo de la novia. Ella lucía un vestido celeste muy claro. Zapatos blancos con tacón alto. Era baja de estatura, gordita, piel trigueña. Así decía en la cédula. Cabello corto, ondulado, con tinte castaño oscuro, en esa ocasión. Lo había usado siempre claro. Salomón era unos pocos centímetros más alto. Delgado en exceso. La piel un poco más clara. El cabello liso, escaso, con algunos negros aún. Iba vestido de traje beige, sin corbata y zapatos cafés. Tenía un hijo adoptado por casualidad. No tuvo retoños con su primera esposa. El mismo caso de la tía Gregoria con su primer marido, cuando ella tenía cincuenta calendarios. Alguien preguntó sin obtener respuesta, porqué se casaban entre semana, en vez del sábado.

Durante la ceremonia, Kevin rezó para que los años hasta su adultez pasaran muy rápido. Su mente se fue a la cancha de fútbol, a donde faltaba mas veces de las que iba a entrenar. Así nunca llegaría a la liga infantil. Sí se destacaba, jugando con sus amigos a matar guerreros de todo el mundo, donde gastaba todas las monedas que le daba la tía Gregoria, por hacer las recargas al celular. Eran demasiado frecuentes. Olvidaba colgar. Había escuchado decir a Salomón, que se irían a vivir al horno del Espinal. Si eso ocurría, empezaría a trabajar, para ayudarme a pagar el arriendo, dijo.

La casa se llenó de gente, desde el andén hasta las habitaciones. Pavos reales estiraban sus cuellos hacia la sala. Salomón estaba renuente a bailar con la novia. Solo el vals. El gentío empezó a reclamarle. Lo azuzaban a atender a la novia. Ella feliz, tomaba licor, bailaba merengue y salsa con los sobrinos. El viejo con las otras sí bailaba. Lo siguieron acosando, hasta que le tocó bailar con su ilusionada mujer. Terminaron de cenar cerca de las once de la noche. Salomón comió como un pajarito. La enamorada lo perseguía con el plato. Kevin también ingirió poca comida. Eso era raro en él. Tampoco repitió torta. Lo hacía en todas las reuniones. Se alejaba de mí y de los novios. No departió con los dos niños menores que él, únicos invitados oficiales en la fiesta. Eran hijos de los padrinos. Los hombres jóvenes compraron aguardiente, y la rumba siguió.

Kevin afuera, recostado de espalda a la pared, hablaba con un vecino compañero de colegio. Estaban seguros de madrugar a estudiar a pesar de la trasnocha. Kevin dijo que correspondía educación física. Tenía pendiente darle una patada a Camargo. Él le había pegado en la cabeza durante la clase anterior. El amigo le preguntó, si el problema era por Tatiana la del mismo curso. Kevin le respondió que no tenía ganas de hablar de mujeres. El chico insistió con mofa. El anfitrión lo despachó a dormir. Luego entró a tomar gaseosa. Salió de nuevo a jugar con Coronel en la calle.

En los primeros días de la nueva convivencia, los recién casados fueron a la Notaría, a registrar el acto civil del matrimonio. Cuando regresaron a la casa, la tía Gregoria sacó el documento de la cartera. Se puso las gafas. Iba a leerlo. Salomón lo rapó de sus manos. Esto lo guardo yo, dijo enérgicamente. Ella solo comentó que él tenía buena memoria, y daría razón del papel.

La tía le suplicaba a su esposo para que la acompañara a la misa. Kevin también se negaba. Pasaba mas tiempo fuera de la casa. Los novios dormían en camas separadas en el mismo cuarto. Una noche ella empezó a quejarse por tal situación. A Salomón le era indiferente. Kevin presionó a la tía Gregoria, para que comprara una cama mas grande, e hiciera acostar al marido con ella. Salomón le pidió no inmiscuirse. Fue inútil. La semana siguiente ya habíamos retirado las camas pequeñas, e instalado la grande.

Hubo reclamos maritales, por parte de la recién casada. Comentó días después, que llevaría a Salomón al consultorio de medicina alternativa, a ver si de pronto el problema aquel tuviera solución. El anciano nos miró aterrados a Kevin y a mí. El heredero mío les dijo que dejaran los misterios. Él ya sabía todo de la vida. La tía Gregoria, contoneándose de risa abrazó al mártir. Él, con gran carácter, le explicó a su esposa, que la relación era exclusiva de afecto y compañía. Kevin le recordó a la soñadora todos los consejos dados y opiniones de las amigas, antes de casarse. Ella cerró la conversación diciendo que sí hacían tratamientos.

Tiempo después, Salomón empezó a ausentarse de la casa, mañana y tarde. Le pedía plata a su esposa para gastos personales. Estaba esperando un dinero que le adeudaban, decía. Llegaban rumores. Un jugador de cartas y parqués, hacía alarde de futuras herencias, para pagar apuestas insignificantes.

Cuando el septuagenario estaba en casa, su mujer refunfuñaba porque hacía mucho ruido. Contaba muchas historias. Mejor hubiera pertenecido a la red de literatura. Las ancianas decían que era flaco por no hacer silencio. Él, les criticaba la tos seca. El huésped comía menos de medio plato. Masajeaba su estómago. Preparaba infusiones de plantas disque curativas. Era imposible que su esposa durmiendo, pudiera ayudarlo.

Kevin creció esos meses, como si fuera pollo de galpón. Acaparaba las llaves de la casa y con frecuencia, dejaba por fuera a Salomón. Un día, el hombre se puso rabioso. Le exigió a la tía Gregoria, cumplir la condición, bajo la cual se había casado con ella. Nadie estaba enterado del trato. Éste consistía en irse a vivir solos, a la ciudad del sanjuanero, a orillas del Magdalena, donde los rayos del sol rebotan en llamas sobre el pavimento. En esa casa los estaba mandando un muchachito gordiflón que ni siquiera se peluqueaba, argumentó disgustado. La señora esposa tuvo que cumplir las demandas, a pesar de la oposición de los familiares. Eso sí, hizo valer su parte del pacto. Llevarse a Coronel, aunque todavía le gruñía a Salomón.

La tía Gregoria lloraba despidiéndose de las plantas sembradas directo en la tierra de su jardín morado. Eran muy grandes para llevárselas. Les hizo tomar fotos a las flores. Se llevó todas las materas. No quiso regalar ninguna. Cargó también con tapas sin ollas y piyamas viejas.

Al único que extrañó Kevin, fue al perro. Solo iba a los videojuegos una vez a la semana. Nunca a la cancha. Debía trabajar después de regresar del colegio. Al atardecer, regresaba con una bolsa llena de arepas de maíz amarillo. No le gustaban las blancas. Dijo que cuando fuera adulto, sería rico. Se casaría. Ojalá estuviera de buenas y engendrara gemelos, repetía.

Las noticias de tierras hermanas volaban. Allá, el hijo de Salomón y su esposa, fueron quienes estuvieron pendientes de los ancianos. O mejor de la tía Gregoria. El señor, todos los días después de almorzar, se iba a donde sus amigos a jugar parqués. Decía que su esposa no quería ni escucharlo. Solo consentía al sarnoso ese de Coronel. Regresaba tarde la noche. La octogenaria llamaba a sobrinas y sobrinos. Ninguno le prestábamos atención. Solo le preguntábamos cuándo nacería el descendiente. Parecía que el destino de ella era la soledad, como siempre se había quejado.

A mediados del 2015, los malestares estomacales de Salomón empeoraron. Nunca consultó al médico. Una tarde, los intestinos le dolían muchísimo. Los tenía inflados. Lo llevaron de urgencias al hospital. Permaneció allá quince días. Salomón se fue a entretener a los muertos con sus anécdotas.

Los familiares de Gregoria volvimos a visitarla. Le cuestionábamos si se casaría otra vez. Ella nos pidió que llamáramos a Jorge. Él era un exnovio que tuvo antes de conocer a Salomón. Lo había dejado porque era ciego de un ojo, y tenía pendiente una operación en el otro. Nadie tenía ese número telefónico. Salomón le votó el cuaderno cuando se había enterado. Solo Kevin en su cabeza, y lo negó.

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