Francisco quiere escribir

Francisco quiere escribir

Roberto

19/04/2021

La humedad en el ambiente precedía a la lluvia que no tardaría en refrescar el jardín.

A Francisco le pareció buen momento para escribir algunos pasajes de su vida y presentar su historia en la convocatoria; tomó la mesita de madera, una silla y salió al pórtico de la casa, era su lugar favorito por el aroma de los frutales y las flores. Toda su vida añoró estar cerca de la naturaleza y por fin disfrutaba de ese sueño.

Esa mañana el cielo nublado, daba un toque de melancolía y el olor a tierra mojada lo transportaba a tiempos de su niñez, cuando aún el asfalto no había cubierto nuestro entorno y la tierra respiraba.

Con el bolígrafo entre sus dedos, pareciera que su vista se perdía a lo lejos en la nada, en realidad se encontraba con sus recuerdos, algunas imágenes aparecieron. Estaba consciente que no era escritor de oficio, pero había escuchado que el primer paso para escribir era precisamente dar libertad absoluta a la expresión, sin más pretensión que plasmar las vivencias y compartir los sentimientos; sin preocuparse por formato, estilo, o algún otro tecnicismo que de seguro cuidan de manera escrupulosa los profesionales.

Así que empezó a escribir.

La primera imagen, que le vino a la mente fue de Francisco niño, de seis años de edad, quien jugaba en la hora del recreo de su primer año de primaria. Junto con otros compañeros protagonizaban la lucha libre profesional. Se habían quitado la camisa para no ensuciarla o romperla y estar mejor caracterizados. Después de varios intentos por tirar al contrincante, una zancadilla lo llevó directo al suelo con la espalda al pavimento caliente y dio el triunfo a su amigo Nacho.

En algunos meses de verano el calor era tal, que aun con zapatos sentías el pavimento caliente; la espalda al piso, en pocos segundos exclamabas: “¡me rindo!”

Al llegar a casa y quitarse la camisa para volver a vestirla en el turno vespertino, su madre vio su espalda y de inmediato vino el interrogatorio, por las quemaduras que la piel evidenciaba. Sin ningún temor Francisco niño reseña su experiencia en el juego, pero su madre indignada y preocupada decide acompañarlo al colegio para reclamar a la maestra y al niño responsable; Nacho también de seis años, cabizbajo acepta la reprimenda y Francisco niño, confuso, no entendió la intervención de su madre.

Tan solo había sido un juego, la espalda no le dolía y la contienda había sido legal.

Francisco interrumpe su escritura, suspira, ahora entiende a su madre en su afán de cuidar al crío y comprende aquel niño en su confusión ante la sobreprotección de su progenitora.

La imagen desaparece y en su lugar se ve a Francisco niño ya con diez años, está ante su padre y le pide que le compre un balón de voleibol para el torneo escolar. Ese mismo día tiene entre sus manos un balón hermoso, impecable, blanco, con perfume a nuevo, lo acerca a su nariz una y otra vez, está feliz, apenas lo puede creer, al siguiente día, orgulloso lo lleva en su red y sabe el poder que le confiere ser el dueño del balón. Organiza el juego de voleibol. Por primera vez no estará condicionado a ser elegido, ahora es el capitán y hace la elección escogiendo a su equipo. El mismo profesor de educación física se presta para servir de árbitro; apenas comenzó el partido se nota la falta de destreza de Francisco en ese deporte. El profesor lo saca del partido y entra un suplente con más habilidad.

En su frustración, Francisco niño se sienta en el piso con las piernas recogidas y la espalda recargada a la pared del patio. Empiezan a fluir lágrimas de tristeza. Su amigo Jorge lo mira y se acerca con el profesor para decirle que el dueño del balón lloraba. El profesor de un silbatazo detiene de improviso el partido: agarra el balón y lo avienta a francisco niño, diciendo: ¡no seas marica! Ahí está tu balón.

Fue debut y despedida. El balón nunca más volvió a la escuela. Francisco niño calla sin compartir con nadie el suceso.

Cuarenta años Francisco guardó aquel recuerdo y fue en una terapia donde él, vuelve al llanto al recodar ese niño arrinconado, frustrado y triste.

Según la terapeuta había que sanar al niño interno, apapacharlo, decirle que lo entiendes, que lo amas, pero han pasado muchos años y el evento aparentemente intranscendente, influyó en otras etapas de la vida. Sacudirse el miedo al fracaso y al ridículo costaron muchos años. Francisco hubiera querido regresar al pasado y dar una lección al patán.

Francisco estira las piernas, saca un cigarrillo y disfruta el sabor de su tabaco. Sabe perfectamente que tarde o temprano el vicio cobrará su factura. Ya no fuma con la misma ansiedad de su juventud, cuando consumía hasta cincuenta cigarros al día. Aun en la ducha se las ingeniaba para tener un cenicero; sacudía su mano mojada para tomar el cigarro y darle unas chupadas. Cuando prohibieron fumar en las salas de cine, salía a media función a fumar y regresaba con peste a tabaco. El colmo era en la misa dominical, que también abandonaba por unos minutos el templo, para fumar. Eso sí, regresaba para escuchar el sermón o cuando menos no perder la bendición, como buen católico.

En otra escena, Francisco se ha convertido en adolescente, está de pinta en Chapultepec; a la sombra de un ahuehuete, en gran agasajo con una chiquilla preciosa. Ella también se había escapado del colegio. Sin mucho preámbulo se toman de la mano y se besan, no hay conversación, se limitan a recorrer sus manos por sus cuerpos, sin tocar zonas prohibidas, parecieran empeñados en demostrar su experiencia en el arte de besar, sus labios practican todo el repertorio. Experimentan todo tipo de sensaciones. Llegada la hora conveniente (la salida escolar), la encamina fuera del parque. Van tomados de la mano, hasta ese momento mencionan sus nombres y por donde viven. Por coincidencia la niña resulta ser novia del “Chimuelo”, mote del líder de una pandilla de la colonia pegada a la suya y con el que Francisco tuvo que enfrentarse, pues la condenada escuincla chismosa, lo señaló como su nuevo novio; Con un ojo morado y el orgullo de haber propinado algunos golpes, terminó aquel pleito.

Siendo honesto y a la distancia, confieso que los golpes, recibidos por el “Chimuelo” fueron en sus puños al estrellarlos contra la cara de Francisco adolescente.

Fueron varias las escapadas a ese parque y algunas buenas o malas compañías que dieron a Francisco la primera dosis de marihuana y sentir aquellos efectos que los experimentados presumían. quizá más influenciado por esos dichos y diretes, sintió el efecto al escuchar los sonidos como en megáfono, sobre todo la voz de su amigo Adán quién lo acompañaba y reprochaba por haberla fumado, ya lo veía sumergido en el mundo de las drogas, perdido sin remedio, pero no pasó de ser solo una experiencia.

Francisco se levanta de la silla y da unos pasos para desentumir las piernas, enciende otro cigarrillo. La lluvia continúa en un “chipi-chipi” agradable. Las gotas de agua avivan los colores de las plantas, se deleita con esa vista. Se siente afortunado; vuelve a su silla y continúa escribiendo.

Ahora describe a un joven impetuoso con ideales revolucionarios, de pelo largo y una camisa con la imagen de che Guevara que el mismo había dibujado. Son tiempos del movimiento estudiantil del ’68. La sangre le hierve, repudia los actos de represión policiaca y del ejército, participa en todas las manifestaciones que se llevan a cabo. Él se ha convertido en un activista enardecido y, aunque en aquel tiempo dice conocer los riesgos, ahora vislumbra con realismo a lo que estuvo expuesto. 

Recuerda lo impactante de la manifestación del silencio y en el zócalo de la Ciudad de México, cuando él y todo el contingente se encontraban sentados en el pavimento y empezaron a llegar los tanques de guerra sin la menor intención por detener su marcha ante los manifestantes, que intentaban permanecer sentados en dicha plaza hasta ver resultados positivos a su pliego petitorio; pero… ¿Quién resiste ver que se te vienen encima semejantes monstruos metálicos?

No hubo más remedio que levantarse para salvar el pellejo.

Llega otro recuerdo con absoluta nitidez, es diez de junio y francisco joven se le ve correr a todo lo que puede, entra a una calle privada y se resguarda en el quicio de una puerta, sin atreverse a asomar la cabeza y pegado a su escondite, sigue escuchando los disparos de rifles de aquellos militares que se les conocía como “Los halcones”. Minutos antes; a unos metros de él, vio a estos mercenarios entrenados, con sus bastones largos golpear con fines letales a los estudiantes indefensos. Los cuerpos inertes de los manifestantes caídos eran arrojados como costal a un camión, para después (según rumores) ser llevados a la cuarta zona militar, donde serían cremados. Fueron muchos los desaparecidos y nunca el gobierno dio la cara.

Fue en el servicio militar obligatorio donde Francisco conscripto, conoció a un joven capitán del ejército, quién de forma cínica, relataba ser infiltrado en la universidad como estudiante y activista y desarrollaba acciones de espionaje y sabotaje.

Ahora cuando su hija le participa de sus conceptos feministas; aunque le confronte porque algunos puntos le parecen extremos o excesivos, le apoya y le alienta a perseguir sus ideales. Ella no parece creer que Francisco le entienda.

En ese recorrido en retrospectiva le llego su turno a los años de estudio, de fiestas, de alcohol, de amigos con aires de intelectuales, se entablaban mesas redondas para arreglar el mundo y se discutía cualquier tema, aunque el conocimiento fuera incipiente, se acaloraban las discusiones por horas. Pero no fue tiempo perdido, Francisco esboza una sonrisa y escribe. No siempre fue fanfarroneo. Se creía tener la verdad en las palabras y aquella competencia por destacar, despertó la curiosidad por saber. Con ello, la conciencia del nivel de ignorancia y con ello el deseo de adentrarse en el conocimiento.

A la par la llegada del enamoramiento intenso, ese que nublaba la razón e iluminaba el mundo. Cada novia era la mujer más hermosa del planeta y la ideal para el resto de la existencia.

Francisco vuelve a sonreír.

En ese tiempo la vejez tan lejana, se veía como el morir de la ilusión, el conformismo, el desamor, la decadencia física. Ahora Francisco valora las ilusiones como sueños realizables, el conformismo como aceptación de la realidad y el amor se manifiesta en él, con plena conciencia y lo disfruta, es cierto que el cuerpo ya no tiene las mismas habilidades y fortaleza de la juventud, pero la naturaleza misma le enseño que ya no tiene necesidad de realizar actividades extremas.

La lluvia arrecia, la brisa llega a la cara de Francisco y amenaza con humedecer el escrito, decide detener su tarea. Faltan muchos pasajes por compartir, pero mañana se cerrará el concurso y ya no podrá editarlo.

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