CUENTOS PARA LOS ABUELOS

CUENTOS PARA LOS ABUELOS

NICHOLAS NELSON

16/04/2021

CAPITULO I

El abuelo

Le contaba a mi nieto Mateo de 10 años, que mi abuelo solía relatarme historias fascinantes cuando yo tenía su edad. Una de aquellas historias que él me contó era que cuando niño su familia tenía propiedades en el campo y en una ocasión sus tíos encontraron en el camino a un hombre de gran estatura, de tez muy blanca, cabellos rubios platinados, que vestía ropa brillante y parecía estar desorientado; sus tíos no podían dejarlo abandonado por lo que optaron por llevarlo a la casa.

Rememoraba mi abuelo que el extraño no hablaba y se negaba a comer; como todo niño curioso, él le observaba y seguía de lejos sus pasos cuando por la noche el extraño personaje salía a caminar y observar las estrellas.

Cierto día tuvo la sensación que el desconocido estaba comunicándose con él; le dijo que su nombre era Herón, que venía de muy lejos, y que pronto tendrá que irse, pero siempre estará cercano.

Mi abuelo mantuvo en secreto esta comunicación porque pensó que no le creerían; un día ya no volvieron a ver al desconocido y olvidaron el suceso.

Pasó el tiempo, mi abuelo fue enviado a estudiar en Europa, como era costumbre en esos tiempos, y entonces allá estalló la primera guerra mundial.

Mi abuelo se enlistó en el ejército defensor, fue herido y casi todos los soldados de su compañía murieron, permaneció algunos días abandonado en el campo de batalla porque lo dieron por muerto; en ese tiempo no habían descubierto la penicilina y los soldados heridos casi siempre morían por infección. Me contó mi abuelo que mientras esperaba la muerte, la fiebre le hizo ver a Herón que curaba sus heridas y arrastrarlo a un sitio seguro.

Después de la guerra fue condecorado con la “Croix de Guerre”, y entonces decidió quedarse en Europa conociendo las diversas culturas de allá, tuvo que regresar cuando sus padres emplearon el sencillo método de no enviarle más dinero.

Siempre lo recuerdo con nostalgia, hacíamos largas caminatas, me contaba historias que despertaban mi curiosidad de conocer el mundo, y a las personas para entenderlas; él tenía sus propios conceptos y puntos de vista, y una manera particular de ver las cosas; me enseñó a amar a la naturaleza y a la vida con todos los sentidos, lo que significa solidaridad y que la paz no es posible si no hay justicia.

Él me regaló mi primera bicicleta y mi primer balón; una vez sacó de un baúl que había en el desván su medalla al valor, me dijo:

– “Esta es una medalla a la estupidez, porque los pueblos deben vivir en paz, te la regalo para que algún día no pretendas obtener una igual”; me apresuré a guardarla en una caja de zapatos donde guardaba todos mis tesoros (Un trompo, un llavero, madeja de hilo para volar cometas, mis canicas).

Cuando estaba en cuarto grado, en la clase de historia la maestra nos mandó a hacer un resumen sobre los héroes de la independencia; por supuesto mi trabajo versaba sobre mi abuelo porque para mí no había héroe más grande que él. Cuando leí mi trabajo todos los niños se burlaron, pero mantuve mi argumento con orgullo.

Hace pocos días Mateo fue con su padre a practicar ciclismo de montaña, bajó por la colina, pero no llegó al lugar convenido, su padre regresó a buscarlo hasta que vino la noche, pero Mateo no apareció.

Al otro día muy temprano, una brigada emprendió la búsqueda y por fin lo encontraron en un sendero a la orilla de un barranco, su bicicleta había resbalado y se encontraba en el fondo del abismo.

Fui a ver a Mateo en la clínica; pregunté al médico por su estado de salud, y me comentó muy sorprendido:

– “Tiene el fémur fracturado, pero los huesos están en su lugar; alguien entablilló su pierna con pequeños pedazos de madera y los fijó con tiras de su camisa, ahora está descansando”.

Cuando llegué donde Mateo, me llamó para decirme al oído, como para que nadie más se enterara:

– Te cuento un secreto, Herón curó mi pierna y me sacó hasta el camino.

MORALEJA. – Hay cosas que solo el alma pura de los niños puede ver.

CAPITULO II

LA ESPERA

Estaba Jorge en su oficina, en un lujoso edificio de la capital, rodeado de mesas de dibujo, planos, maquetas, etc. Cuando llegaron tres de sus ingenieros con la novedad de que, a la altura de un pequeño pueblo casi desierto, no pueden continuar con los estudios para la ampliación de una vía, por la oposición de un anciano que se niega a abandonar una casa semidestruida a orillas del viejo carretero.

_ Seguramente Uds. No le explicaron que él va a recibir una compensación por el uso de su terreno. Dijo Jorge a sus subalternos.

_ Se le explicó que podíamos construirle una casita en otro lugar que él escoja o si prefería se le pagaría por su propiedad. Dijo el Ing. en jefe de la obra.

Pensando que sus técnicos no fueron lo suficientemente persuasivos con el anciano, planeó encargarse personalmente del asunto el fin de semana próximo.

El día planeado, Jorge viajó al lugar para dialogar con el reticente dueño del solar.

Llegó en uno de sus lujosos vehículos hasta fuera de la modesta vivienda y tocó la puerta; caminando con dificultad el anciano dueño se acercó a atender al visitante.

Jorge le dijo el motivo de su visita, y quería dialogar para llegar a un entendimiento que no perjudique al propietario del terreno.

El anciano invitó a pasar al visitante; se observaban una mesa y sillas deterioradas, en las paredes deslucidas colgaban unas fotos descoloridas por el tiempo, donde se distinguía una pareja, otras de un niño y otra de un joven.

Con un trapo el anciano limpió la desvencijada silla que ofreció al recién llegado.

_Quisiera conocer los motivos que tiene para no aceptar nuestra oferta por su terreno, o espera que mejoremos nuestra propuesta. Dijo Jorge.

En tono amable el anciano le dijo que no era el dinero el motivo por el que rehusaba vender el terreno, señalando la vieja fotografía donde se apreciaba una joven pareja de recién casados, explicó que al poco tiempo que el hijo de ambos se había marchado a estudiar a la capital, su esposa murió de tristeza, y sus restos se encuentran enterrados en la parte posterior de la casa, desde entonces ha estado esperando el regreso de su hijo para indicarle donde descansan los restos de su madre, era esta la razón por la que él no podía salir de ese predio hasta que su hijo regrese.

_ Hace cuánto tiempo se marchó su hijo.? Preguntó el visitante.

_ El mes que viene serían cuarenta y tres años. Dijo el anciano.

Pensando que era una decisión extraña, Jorge se quedó sin argumento; entonces le llamó la atención el joven que aparecía en una fotografía.

_ Este joven se parece mucho a una fotografía que mi madre tiene de mi padre, al que no conocí porque murió en un accidente antes que yo naciera, comentó.

_ ¿Cómo se llamaba su padre? Preguntó el anciano.

_ Jorge Gutiérrez, así como yo. Dijo el visitante, al tiempo que le enseñaba una credencial.

_ Fíjese que coincidencia, yo también me llamo de la misma manera, y mi hijo se llamaba igual. Dijo el anciano, sorprendido.

Los dos hombres se quedaron mirando atentamente mientras sus cerebros trataban de buscar una explicación.

No les fue difícil darse cuenta que estaban delante de nieto y abuelo respectivamente.

Fue así que, una vez más, las circunstancias de la vida confabularon para que una historia tenga un final feliz.

MORALEJA. – Las lágrimas son la máxima expresión de felicidad.

CAPITULO III

DIALOGO EN EL CAMINO

Los últimos resplandores del ocaso, prolongaban progresivamente las sombras que, el viejo de andar cansino, proyectaba sobre el escabroso sendero.

De pronto, una enigmática silueta se perfiló en un recodo del camino.

_ Caminante. ¿Qué haces por estos lares, donde nadie quiere venir? Inquirió, con voz ronca y severa, la espectral figura.

_ Busco un atajo que me saque de esta senda tortuosa. Contestó el viejo, con la boca seca por la fatiga.

_ ¿Acaso vas en busca de placeres y experiencias nuevas?

_ Ya he conocido lo efímero de los placeres, los besos de trueque y los arteros y he vivido experiencias extremas.

_ ¿Conociste la felicidad, entonces?

_ Muchas veces me percaté que fui feliz, cuando dejé de serlo. Ahora saboreo nostalgias, ya solo escucho la voz del silencio y la soledad es mi cortejo.

_ ¿Quieres escapar de una aflicción que te acongoja?

_He soportado la tortura física y la del alma, pero la exclusión es el peor de los suplicios.

_ ¿No te arrepientes de abandonar atrás tus pertenencias?

_ No tengo bienes materiales que dejar. He visto con pesar a herederos esperar con impaciencia la muerte de sus deudos y cuando ésta llega, disputarse como cuervos el legado del difunto. Me he dado cuenta que la pobreza tiene la virtud de alejar las alimañas.

_ Para continuar tu arduo viaje. ¿Ya te despojaste del peso de la conciencia, el odio y los rencores?

_ Ya he eximido a los que me causaron dolor, sin juzgar sus acciones; también he pedido perdón a los que pude haber ofendido sin proponerme.

_ ¿Has retribuido lo que generosamente la madre naturaleza te ha prodigado y has ilustrado al que desconoce?

_ Las semillas que he sembrado ya son árboles que fructifican y el libro de mi vida, escrito está.

_ ¿Has sido grato con los que desinteresadamente cuidaron de ti y te guiaron?

_ Sí… Tuve el privilegio de ser útil cuando más precisaban de ayuda. Me satisface recordar que cuando pude, di todo de mí, ahora lamento no tener nada que ofrecer.

_ Si necesitas sosiego. ¿Has buscado la paz de la espiritualidad?

_ He buscado la sapiencia teológica, pero no pude entender por qué muchos niños mueren de hambre y los poderosos escarnecen a los débiles.

_ Todo tiene un propósito que los seres humanos no deben cuestionar, es preciso conocer el dolor y la maldad para apreciar los dones de la vida, a veces es necesario el sacrificio de unos pocos elegidos para comprender la existencia del bien y del mal; por eso, hace mucho tiempo, un hombre se ofreció en holocausto para salvar a la humanidad de su propia destrucción. “Amaos los unos a los otros” fue su sencillo mensaje, que hasta ahora no ha sido comprendido.

_ Quiero conocer a ese hombre. Dijo el anciano, con ansiedad.

_ Ven. Dame la mano, yo te llevaré.

En el instante que apretó su mano descarnada, una sensación de alborozo sublime y una misteriosa paz infinita invadió su cuerpo exhausto.

Repentinamente supo que ya no precisaba seguir caminando; habían terminado sus fatigas, su tarea estaba concluida.

Nicholas Nelson.

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