Una gran recompensa

Una gran recompensa

Lolo Viejo

16/04/2021

Es duro. Cuando haces todos los días lo mismo sin una esperanza de recompensa. Cuando cuidas durante años a alguien que sabes que no te lo va a agradecer o, al menos, no lo demuestra, algunos días te vienes abajo. La madre de Cynthia, la cuidadora peruana que está con él por las mañanas, dice que Dios me lo agradecerá.   
Después del puntual relevo y aseo diario, Cinthya se despide para su merecido descanso diario

-Hasta luego señora. A las diez en punto estoy aquí.
-Hasta luego.
Tengo que relajarme después del día intenso de trabajo aunque me he tenido que traer trabajo pendiente y bastantes exámenes para corregir esta tarde.

Todos los días la misma rutina. Cuando llego a las 15.30 entre Cynthia y yo lo levantamos de su siesta. Cada vez nos cuesta más moverlo entra las dos. La progresiva inmovilidad es insoportable. Ya casi no se sostiene de pie. ¡No se lo que haría sin Cynthia!

-Señora, su padre tiene el pelo muy largo. Creo que había que cortárselo. 

No le hago caso. A mi padre siempre le gustó llevar el pelo largo. Peinado hacia atrás. Estilo Rafael Alberti. A veces, lo peino durante minutos haciéndole un rizo con el cepillo en las puntas. Creo que le gusta.

Desde hace más de dos años todo lo que hago con mi padre es por intuición .Si yo creo que le gusta o no le gusta. No habla, no se expresa, solo hace algunos gestos muy leves, casi imperceptibles, de dolor, molestia o agrado. Empezó a perder la memoria y dejó de recordar el nombre de las personas y de las cosas. Por último, dejó de hablar.

Hoy me ha llamado mi hijo desde Inglaterra. Me ha invitado a ir a visitarlo. Le he comentado que lo intentaré. Al final hemos acabado discutiendo ya que acabado con la misma cantinela de siempre que hablo con él pero hoy ha sido más explícito: «no tienes derecho a arruinar tu vida como lo estás haciendo»
Prefiero no discutir con él. Cree que no puedo hacer en mi vida lo que me apetece en cada momento.

Muchas veces Cynthia me habla de Dios. Y me pide que rece, que me sentiré mejor. Para ella y su madre, católicas de convicción y de fe inquebrantable, el amor y la dedicación a una persona que no puede corresponderte son «puntos» que te redimirán de pecados y se te tendrá en cuenta para entrar en el cielo. Yo, atea convencida, necesito otras motivaciones pero cada vez me cuesta más.

Fue explorador y científico y recorrió decenas de países en sus investigaciones. A veces, mientras era niña, mi madre y yo le acompañábamos en algunos de sus viajes de exploración Una noche en Navidad mientras descansábamos a luz de las estrellas en un hotel de la costa de Marruecos, vi varias estrellas fugaces y le hice un comentario:

-Quizás esas estrellas fugaces indiquen la dirección a los camellos cuando se desplazan por la noche. Como cuando guiaron a los Reyes Magos.

Su respuesta me dejó confundida pero a la vez intrigada:

-No creo que fueran estrellas. Van demasiado rápido. Yo creo que fueron luciérnagas.

-¿Cómo? ¿te estás quedando conmigo?, le pregunté. Sabía que era un gran entomólogo pero no creo que hubiera descubierto una propiedad mágica como la que decía de las luciérnagas. Me contestó intentando darle la mayor credibilidad posible a sus explicaciones:

-Hija, las luciérnagas son seres aparentemente simples y caóticos pero puede ser que sean capaces de organizarse para conseguir un objetivo común. Hay otras especies de insectos, como las hormigas o las abejas, que en solitario, aparentan estar perdidas pero cuando se asocian y se reúnen en grandes grupos son capaces de crear estructuras y funciones casi tan complejas como las de nuestras ciudades. Los científicos todavía no conocemos bien el comportamiento de los insectos. Quien sabe si las luciérnagas se organizaron para guiar a los Reyes Magos  hacia Belén por las noches.

Yo le miraba embobada. Y también mirando al cielo imaginando la extraordinaria habilidad de esos insectos para cumplir esa función sorprendente. Miré otra vez a mi padre para requerir más explicaciones. Parecía estar en una reflexión muy seria pero, de pronto, sonrió y me guiñó:

-Papa ¡te estás quedando conmigo! le grité enfadada mientras se reía con sonoras carcajadas y repetía:

-quien sabe, quien sabe…

Acabó su historia sobre las luciérnagas con una comparación entre las propiedades de las luciérnagas y los camellos para relacionar a estas especies con las personas:

-Ahora que has citado estos dos grupos de animales, ¿te has dado cuenta lo diferentes que son? Las luciérnagas son pura creatividad, rebeldía, caos, energía, intuición… Los camellos son seres tenaces, constantes, grandes trabajadores, sacrificados. Son fieles y dóciles. Son indispensables en su medio. Cualquier persona que sea capaz de alcanzar un equilibrio entre las cualidades que tienen estos dos seres, la vida le será interesante y productiva.

Recuerdo muchas noches en las que me dormía mientras me contaba este tipo de historias. Cuentos de animales, sorprendentes, misteriosos, fantásticos…

Gran aficionado a la música, tocaba la guitarra desde pequeño y se sabía las canciones de los Beatles mejor que ellos mismos. Siempre repetía que nunca se perdonaría no haber ido a ningún concierto en directo de ellos ¡Lo que hubiera dado por verlos actuar de jóvenes en Liverpool!

Cuando con 80 años enviudó dejó de investigar y de viajar. Se pasaba los días leyendo y observando sus múltiples títulos, diplomas de congresos, fotos y recuerdos colgados en las paredes. Creo que cuando murió mi madre algo cambió se rompió en su cabeza. Y poco tiempo después fue cuando dejó de leer, de tocar la guitarra, de hablar, de recordar…

Hubo un tiempo, cuando dejó de trabajar y empezó a perder sus facultades intelectuales, cuando su apoyo fueron sus 4 o 5 amigos que le acompañaban siempre en sus excursiones de senderismo/montañismo.

Venían a casa o hacían breves paseos por los alrededores. Poco a poco dejaron de venir. Parece ser que se quejaban que su carácter había cambiado. Decían que pensaba solo en discutir y era huraño y agresivo. El que más paciencia tuvo con él fue su amigo Juan, otro científico especializado en Botánica que conoció de joven en la Universidad.

Juan, hasta hace varias meses, ha estado viniendo a casa a pasar ratos con él. Fui testigo de una conversación un poco surrealista entre los dos. Juan intentaba explicarle las últimas aplicaciones de móvil que facilitaban, mediante fotografías «in situ», el reconocimiento de plantas o de cualquier otro ser vivo. Mi padre no quería hacerle caso. Decía que la ciencia, de tanta tecnología, al final acabaría prescindiendo de los científicos. Que «eso» no le hacía falta ya que lo importante estaba en su cabeza. Y que después, si algo salía mal, no habría nadie a quien echarle la culpa, si al invento de la maquinita o a quien la interpreta. Ahí, en su cabeza, en la que él confiaba siempre, han quedado tantos conocimientos, tantas vivencias. 

Al final, la mayor parte de sus amigos, al despedirse de el, le daban un abrazo y le decían «cuídate», te llamaré». No volvían a visitarle ni a llamarle Le decían «cuídate», como si él pudiera cuidarse. Consejo que refleja un tipo de hipocresía social. Cuando le decimos a alguien esta palabra nos queremos descargar cualquier responsabilidad de ayudar a una persona. Es como si le dijéramos «arréglatelas como puedas que yo no voy a hacer nada». El último fue Juan. Vino bastantes veces cuando ya no hablaba. Supongo que se cansó. Alegó que tardaría tiempo en volver ya que iba a viajar al extranjero. El último día que vino le dio a mi padre un largo abrazo de despedida mientras le decía unas palabras al oído. Los dos abrazados en el pasillo. No pude oírlas. Solo me di cuenta que sus ojos se le llenaron de lágrimas. Cuando le acompañé a la puerta no pudo ni hablarme. Se fue sin poder mirarme. Le dije : «gracias por todo Juan». Solo levantó la mano mientras iba hacia el ascensor. Iba destrozado.

Después del aseo lo siento en su sillón y le pongo la televisión. Documentales de naturaleza. Se que le gustan aunque nunca le gustó la televisión. Ya interpreto lo que le gusta y no le gusta por la expresión de su cara. Pero creo que lo que más le gusta es que le hable. Y que le acaricie. Noto que está más relajado. A veces le cuento algunos de sus viajes. Lo que yo recuerdo. Le suelo pasar mis dedos lentamente por las venas de sus de sus brazos como si recorriéramos entre los dos ríos que recorrió de joven.

-¿Te acuerdas todos los ríos que me dijiste que tuviste que atravesar en Brasil por el Amazonas?. Mira este es el Marañón. Este es el Río Xingú que desemboca ya en Brasil. Este es…. Su brazo es una intrincada red azulada de ríos/venas.

Otras veces le hablo de lugares a los que no pudo ir pero que le gustaban. Le recuerdo Machu Pichu, Rio de Janeiro, Pekín…

-Papá, ¿te imaginas ir a Río?

Su única respuesta es un pequeño apretón de su mano venosa y huesuda en la mía.

Conmigo se suele comunicar cogiéndome la mano y apretándola. Cogió la costumbre cuando empezamos las visitas a médicos, clínicas, neuropsiquiatras…. Cuando se encontraba agobiado le daba la mano y él me la apretaba. Sin embargo, el día que le dieron el diagnóstico, se quedó bloqueado. Discutía con el médico mientras le decía que le repitiera no se qué prueba. Le cogí la mano para irnos y me la rechazó. 

Le han hecho múltiples pruebas de reconocimiento de personas para recordar nombres. En todas las últimas fotos ya no reconoce a nadie, ni a sus hermanas, primos…. Siempre reconoce a su madre. Decía muy serio: esa es mi madre, María. También reconocía a su mujer aunque no la nombraba. Cuando le ponen mi foto tampoco me nombra pero me mira, me sonríe y me da la mano. Quizás para indicar que me necesita. No lo se.

Esa tarde en la tele sale un reportaje de Inglaterra y Liverpool con la inevitable cita de los Beatles y The Cavern. Mientras la música suena le digo que ese viaje también lo tenemos pendiente. Entonces noto que le cambia totalmente la expresión. Ahora en lugar de mirar hacia abajo, levanta la cabeza, abre los ojos, mira fijamente hacia la televisión y empieza a mover los labios. No se oye lo que dice.

-¿Papá quieres algo?, le pregunto.

No contesta. Acerco mi oído hacia sus labios. Con un susurro de voz trémula está repitiendo la canción que suena en la televisión de Los Beatles:

«When I find myself in times of trouble, Mother Mary comes to me
Speaking words of wisdom, let it be
And in my hour of darkness she is standing right in front of me…»

Le cojo sus dos manos con fuerza y me siento delante de él. Le miro a los ojos. Tienen una expresión diferente. Están como atentos a algo. Después miro a sus labios. Se mueven.

-Papá estás cantando. ¡Dios mío estás cantando!

Poco a poco va elevando un poco más la voz. Ahora entiendo mejor lo que canta

-Let it be, Let it be…

Cuando acaba la canción repite, Mother Mary comes to me.

Después cierra los ojos y calla.

Yo estoy contenta. He tenido una pequeña recompensa hoy. Bueno, quizás una gran recompensa.

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