—El otro día llamé al amor de mi vida por teléfono, y cuando atendieron y escuché que era él, corté rápido, me hizo bien saber que no murió todavía—dijo Josefina.

—Amiga a tus ochenta años y todavía en esas—contestó Federica.

—Si amiga, es lo único que me queda.

—Hemos sido amigas por 20 años y nunca me has contado tu historia con Leonardo, a ver cuéntame por qué no están juntos.

—Está bien, te lo contaré, pero solo para no llevármelo a la tumba. Esta historia no la conoce nadie.

Era el año 1948, yo tenía 18 años de edad, estaba en primer semestre de Trabajo social en la Universidad Nacional de Bogotá. En ese entonces éramos muy pocas las mujeres que estudiábamos una carrera profesional, hacía solo 13 años que habían aprobado la ley que permitió que las mujeres pudieran tener acceso a la educación superior.

El 9 de abril de ese año mataron a Gaitán, el líder del partido liberal y futuro presidente de Colombia, tú eras tan solo una niña no debes recordarlo. Yo estaba en la universidad cuando sucedió el magnicidio, nos llegaron noticias de que el centro de la ciudad estaba hecho un caos, había disturbios y saqueos debido a la muerte del caudillo. Los militares estaban disparando sin miramiento. Nos dijeron que lo mejor era que nos fuéramos a nuestras casas, pero ya era demasiado tarde, los estudiantes se volcaron a la calle a protestar también, bloquearon las vías aledañas y ya habían llegado los militares para contener el movimiento estudiantil.

Con otra compañera decidimos salir por el lado contrario de los enfrentamientos con los militares, ya se estaba oscureciendo. Estábamos atravesando un lote baldío contiguo a la universidad cuando nos topamos con dos militares, estos aprovecharon que no había nadie en las cercanías para empezar a tocarnos, tratamos de defendernos pero ellos eran más fuertes. Uno de los uniformados me tiró al suelo, se posó encima de mí. De pronto apareció otro hombre, también militar, era Leonardo, me quitó de encima al miserable aquel y lo golpeó en la cara con el fusil. Hizo lo mismo con el otro tipo, luego les dijo que el teniente los estaba buscando. Ellos se levantaron rápidamente y se fueron.

Leonardo se presentó, nos pidió disculpas por lo ocurrido y decidió acompañarnos hasta nuestras casas. Era un hombre muy atractivo, educado y sencillo. Por mi parte fue amor a primera vista, luego me enteraría que a él le paso igual.

No lo volví a ver. Cinco años después para mi trabajo de grado me fui para el Tolima, donde estaban naciendo las guerrillas liberales, me instalé en un pueblo llamado Planadas y allí me volví a encontrar a Leonardo. Ahora era sargento de una compañía ubicada en este sector.

Ambos nos reconocimos al instante, estábamos solteros y dimos rienda suelta a un amor desmedido. Durante varios meses pudimos vivir ese amor libremente, él me visitaba donde yo me hospedaba cuando podía y fuimos felices. Hicimos planes para el futuro, sin pensar que la vida tenía otros planes para nosotros.

Yo lo veía cada dos semanas aproximadamente, nos veíamos dos días, a lo sumo tres. Por supuesto, la mayor parte del tiempo permanecíamos en mi cuarto. Cuando salíamos, paseábamos por el pueblo, en realidad no había mucho qué hacer. Solo había una taberna, un restaurante y el hotel donde yo me hospedaba. Así que nos turnábamos entre la taberna y el restaurante. Cuando nos cansábamos de estos dos sitios, hacíamos caminatas por las montañas, pero no podíamos adentrarnos tanto porque era la zona que las guerrillas usaban para esconderse. A veces íbamos hasta Ibagué en bus, donde había más sitios de entretenimiento.

Muy de vez en cuando nos pasábamos por la iglesia, Leonardo no era creyente y aunque yo había sido educada en una familia católica, no consideraba necesaria la intervención de la iglesia en mi relación con Dios. En realidad, a mí me daba igual el lugar, siempre y cuando estuviera con él. Así es el amor cuando uno es joven.

El resto del tiempo yo me dedicaba a mi tesis, debía hacer el perfil de esas guerrillas incipientes. En ese momento no se les decía así, apenas eran un grupo de campesinos formándose y adiestrándose para defenderse de grupos conservadores. Nadie hubiera pensado que aquellos grupos serían actores principales del conflicto armado del país durante más de sesenta años. Debido a esto pude conocer de primera mano el accionar de estos grupos, ellos me daban acceso a mucha información puesto que querían que el resto del país conociera sus ideales. Desde luego, a la información táctica no tenía acceso.

Yo terminé la tesis, me gradúe, pero no quise volver a Bogotá. Decidí quedarme otro tiempo en Planadas para ayudar a la población, la cual entre la pobreza, el abandono del gobierno y el miedo por el conflicto armado entre conservadores y los grupos liberales a duras penas lograban sobrevivir.

Planadas es un municipio localizado en una meseta rodeada de montañas, recuerdo como si fuera ayer, que el primer olor que sentí al bajarme del jeep en la plaza principal del pueblo fue café. Ese olor inunda todas las calles, pues es el producto que mueve la economía en la región y lo cultivan en todas las fincas. Hasta el campesino más pobre tiene su pequeño cultivo.

La gente es muy alegre, se escucha música por todos lados y reciben muy bien a los cachacos, como nos llaman a los que llegábamos de Bogotá. En el fondo aquellas personas guardaban la esperanza de que alguno de esos jóvenes que llegaban con libreta en mano, libros bajo el brazo o mercancías novedosas se convirtiera en el salvador del pueblo. Me había hecho amiga de muchos de los moradores y les tenía cariño. Intentaba ayudarles de la única manera que podía hacerlo, mediante la educación.

Conseguí que me nombraran profesora de sociales en la única escuela que había en el pueblo, esta debía cubrir los corregimientos y veredas de la zona. A muchos niños les quedaba muy lejos para poder asistir. Así que los sábados me iba a dar clases en alguna zona más adentro hacia las montañas.

Con 23 años de edad crees que puedes cambiar el mundo, tenía la esperanza de forjar hombres y mujeres que pudieran pensar por sí mismos y que la educación pudiera llegar a todos. Quise sembrar una semilla de equidad en una tierra ahogada en sangre.

Desde luego, también me quedé por Leonardo. Con el pasar del tiempo lo fui conociendo mejor, él no compartía mis objetivos altruistas, por el contrario, siempre me estaba advirtiendo que me podía meter en problemas por ayudar a los campesinos.

Una noche, un grupo de sicarios, que solían llamar los pájaros, llegó al pueblo y se llevó a varios hombres pertenecientes a los grupos liberales, algunos de ellos amigos míos. Yo recurrí a Leonardo para que me ayudará, me dijo que el ejército no podía meterse en esos conflictos entre bandas criminales. Le rogué que fueran a rescatarlos, le expliqué que entre las personas retenidas había varios amigos cercanos, que tenían esposa e hijos, pero no se doblegó a mis súplicas.

Al otro día los hombres aparecieron colgados en la plaza del pueblo con un letrero que decía “Muerte a los comunistas”.

Dos días después enviaron a la compañía de Leonardo a buscar a los pájaros, el espectáculo en la plaza había creado un estupor general y había llegado a oídos del gobierno central. No lo volví a ver.

Bueno, en realidad si lo vi una vez luego de 30 años. Amiga, fue como si el tiempo no hubiera pasado entre los dos y no obstante todo había pasado. Yo era ministra de educación en ese entonces y asistía a un evento que la presidencia lideraba para recoger fondos para los militares heridos en servicio. Leonardo estaba entre los invitados, me miró igual que la primera vez, yo tartamudee un poco antes de poder decir algo.

Me contó que las operaciones en las montañas del Tolima habían durado meses, en aquel entonces las comunicaciones no eran como lo son hoy en día. Una carta se demoraba meses en llegar, ya sabes que nuestra geografía es un poco complicada. El me escribió pero cuando la carta llegó a Planadas yo ya no estaba allí. Luego lo hirieron y tuvo que retirarse de las fuerzas armadas. Fue todo lo que alcanzo a contarme antes de que llegara mi esposo a recogerme. Me despedí de Leonardo agachándome para darle un beso en una mejilla, él lo agradeció con un sincero abrazo desde su silla de ruedas.

Verlo me recordó aquella época de mi vida, que fue tan inspiradora y tan extenuante a la vez. Recordé los caminos recorridos, las voces escuchadas, los olores, los miedos, la anarquía, la pasión, el amor. Repasé los ojos alegres de aquellos niños cuando me veían llegar a darles clases, los ojos agradecidos de los padres que no podían mandar a sus hijos a la escuela, los ojos perversos de aquellos que solo entendían el lenguaje de la violencia y los peores de todos. Los ojos vacíos de los funcionarios públicos, que solo se encendían por la codicia y la ambición, dejando un rastro de miseria tras de sí.

Quisiera pensar que lo que hice en Planadas en verdad ayudo a alguien, no lo sé. Es difícil decirlo, si tan solo hubiera tocado una vida me hubiera dado por bien servida.

—Josefina tú has tocado muchas vidas, como ministra de educación hiciste muchas cosas en esos municipios menos favorecidos —dijo Federica.

—Eso traté de hacer, pero ahora no lo veo tan claro. Creo que hubiera podido hacer más —respondió Josefina con la mirada perdida en algún punto fijo.

—No te des tan duro amiga —dijo Federica.

—Es que si hoy miras el contexto socio económico de Planadas no ha cambiado mucho en casi 60 años. La población sigue azorada, ahora por paramilitares; la pobreza es la misma y el abandono del gobierno el mismo —sentenció Josefina.

—Pero tú no podías cambiar todo —dijo Federica tomando un sorbo de café y tocándole suavemente la mano a Josefina—. Querida no nos desviemos del relato, continúa por favor.

Ya no hay mucho que contar. Desde que mi esposo murió hace cinco años, empecé a llamar a Leonardo cada cierto tiempo. Fue una tarde en que limpiaba mi closet, encontré una caja donde guardo algunos de mis más preciados recuerdos. La abrí por inercia, es algo que hago siempre que la veo. Encontré cartas que me había enviado mi esposo, algunas fotos de mis hijos cuando eran niños, un premio que me dieron en Planadas por la ayuda a la comunidad y en el fondo había una foto de Leonardo. En ella aparecía con su uniforme camuflado, reía, esa foto se la tome yo el mismo día que nos encontramos allá en el pueblo.

Decidí usar algunos viejos contactos para localizarlo. Me consiguieron un número de teléfono y llamé. Era él, esa era su voz, más áspera, fatigada, pero era su voz. No fui capaz de hablar, qué podía decir, él es un desconocido ahora.

No obstante…

Seguí llamándolo, cada que limpio el closet y veo su foto lo hago. Llámalo demencia senil, llámalo soledad, no sé qué es. Yo quisiera creer que es tener un pedacito del amor de mi vida por un segundo, es como sembrar una semilla de ilusión en una tierra ahogada en nostalgia.

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