Hoy cumple 90 años mi abuela, a quien la llamo «Tata» con mucho cariño, la mujer que admiré toda mi vida. Fue la que me cuidó cuando era niño, la que me hacía el lunch para el colegio, la que hablaba a los profesores de mi conducta, la que me inscribió en la escuela de football, la que me puso un profesor de matemáticas para que pasara de año, la que me enseñaba como tenía que comportarme en una reunión social, en fin, tantas cosas. Sí, mi abuela, quien fue como mi madre y me aportó una visión totalmente diferente de la vida, en el momento que más lo necesitaba.
Mi madre biológica falleció cuando yo tenía 15 años y mi abuela nos llevó a vivir con ella a mi hermana de 13 años y a mí. Tuvimos una infancia y una adolescencia muy tranquila, seguimos en la misma escuela y a pesar de que nos cambiamos de barrio, todo era como de costumbre, solamente que teníamos el dolor en el corazón de no estar con mamá. La Tata siempre nos la recordaba, rezábamos por el alma de ella todos los días, durante mucho tiempo, a mi abuela a veces se le salían las lágrimas y a nosotros también. Nunca me faltó la imagen de una madre, mi abuela se empeñaba en que no nos falte cariño ni protección, siempre contaba historias de mamá cuando tenía nuestra edad y cada cuento tenía una lección interesante. En la adolescencia siempre estuvo atenta a las fiestas y reuniones de nosotros. nos ayudaba a buscar la ropa adecuada para cada ocasión. Nunca conocimos a nuestro padre, pero cuando preguntábamos por él, nos decía que vivía en otro país y que enviaba todos los meses dinero para nuestra manutención.
Mi forma de ser siempre fue jovial y simpática, los amigos del colegio seguían siendo mis amigos de siempre, los compañeros de la universidad me seguían invitando a las reuniones que hacían una vez al mes; mi carácter era tranquilo, rara vez discutía con alguien, me gustaba ayudar a la gente que tenía problemas, jugaba football y tenis los fines de semana y rara vez iba a misa los domingos.
Me casé a los 30 años, con Marlene, una exitosa doctora, que trabajaba en un hospital de niños, excelente esposa y a quien yo adoraba mucho, con ella tuve dos lindas hijas, Christina y Nicole. Yo era también médico, que trabajaba para una clínica privada en mi ciudad y podía vivir cómodamente con lo que ganaba. Marlene y yo hicimos una familia feliz, todo era comprensión y respeto. Con lo que ambos ganábamos, era suficiente para criar a nuestros hijos y darle una buena educación, pero la vida fue dura conmigo y cuando yo tenía 40 años, quedé viudo, debido a un accidente automovilístico que sufrió mi esposa, al regresar de su trabajo a casa. Para mí, fue algo espantoso, horrible, no podía creerlo, me deprimí mucho del dolor y la impotencia que sentía de perder a mi mujer, no sabía cómo explicarles a mis hijas de 9 y 7 años lo sucedido.
Desde allí sentí que nada valía la pena. Mi abuela querida, ante estas circunstancias y para ayudarme con mis hijas, se mudó a mi casa y siempre estuvo dispuesta a apoyarme con la escuela de mis hijas, los deberes y con todos los quehaceres domésticos. Nicole, la más pequeña, lloraba todas las noches, decía que extrañaba a su mamá. Christina era un poco indiferente, quería demostrar que ella era fuerte. Y yo, estaba como un guiñapo, ni siquiera sabía lo que tenía que hacer, no tenía ganas de ir a trabajar ni de alimentarme. No sabía cómo resolver mi problema, comencé a no querer salir de casa, andaba de mal humor, era agresivo en el trato, descortés, no contestaba llamadas telefónicas, cuando mis amigos iban a visitarme, les pedía que me dejaran solo. Mis días eran sombríos, pasaba encerrado en mi casa, con las cortinas cerradas, sin que entre un rayo de luz. No quería ni siquiera levantarme para ir a trabajar.
Pasaban los días y me sentía tan mal, que lo único que se me ocurrió fue dedicarme a beber licor, solo, todas las noches, eso me daba una sensación de bienestar. Por lo menos podía sentir un poco de alivio, talvez me hacía sentir fuerte. Trataba de que nadie en la familia se diera cuenta, siempre tenía la precaución de recoger todo y botar la basura, pero un día, me quedé dormido profundamente en el sofá de la sala y dejé algunas botellas tiradas en el piso.
Mi abuela, al levantarse, se da cuenta de lo sucedido y me despierta con una voz fuerte:
_¿Que pasa aquí Enrique? ¡Me puedes explicar! ¿Porqué has tomado trago?
_Porque quise.
_Tu no piensas que tienes dos hijas a quienes debes sacar adelante. ¡Qué diablos te pasa!
_Me siento muy mal. Extraño mucho a Marlene, no me interesa vivir sin ella. Ahora, no quiero trabajar, no quiero hacer nada, mi vida ya no tiene sentido. Solo quiero beber para quitarme esta pena tan grande.
_ Creo debes hacer una consulta médica. No puedes estar así, cuando tienes unas hijas pequeñas a quienes debes atender y quienes deben respetar a su padre; además, necesitas trabajar para poder mantenerlas. Ellas todavía necesitan de ti
_ No te metas en mi vida, yo sé lo que hago.
_Conozco un buen médico que puede ayudarte. ¡Debes de ir, te va a hacer bien!
_ Yaaaa, está bien, iré.
La Tata sólo con su mirada enojona me obligaba a hacer lo que ella decía. A regañadientes fui, pensando que de nada me serviría, a veces odiaba esa voz fuerte de mi abuela, pero siempre terminaba haciéndole caso. Entré donde el médico, no tenía ganas ni de hablar, después de algunas preguntas sobre mi vida, me diagnosticó depresión, y me mandó unas pastillas que tenía que tomar todas las noches, lógicamente, me prohibió ingerir alcohol, lo cual le dije que era imposible, que yo no dejaría el alcohol, porque era lo único que me hacía sentir bien, pero él me explicó que las pastillas que iba a tomar eran muy fuertes y si tomaba trago perdería la conciencia. Apenas llegué a casa le conté a mi abuela lo que había dicho el médico, quien, se encargó de darme todos los días, a la hora correcta la medicina recetada por el doctor y me cuidaba para que yo no ingiera licor.
Después de tres meses de tomar las medicinas, me sentí mejor, comencé a darme cuenta, que a pesar de todo debía seguir adelante. Tenía dos hijas a quien mantener. No cabe duda que los consejos de mi Tata fueron los que me ayudaron a salir del pozo profundo en el que me había metido. Algo que yo notaba es que contestaba mal a la Tata y a mis hijas, que esta forma de ser mía se había hecho un hábito. Mi abuela rezaba todos los días por mí, yo sólo la veía con el rosario en la mano, yo no entendía nada, pero ahora comprendo que lo que hacía me ayudó muchísimo, porque ella rezaba para que Dios me de paz y tranquilidad.
Un buen día, pensé que necesitaba cambiar mi vida, para poder sentirme mejor y me acerqué a mi Tata, que como siempre, estaba pidiendo a Dios por mí y le dije:
_ Abuela, quiero rezar contigo para curarme de esta enfermedad que me tiene muy mal.
_Seguro que sí, es importante que conozcas a Dios y tengas mucha fe de que Él te sanará y volverás a ser el mismo de antes. Lo que aparentemente es dolor, puede ser una bendición. Los momentos duros nos ayudan a ser mejores seres humanos. En todo proceso de dolor, Dios está de nuestro lado, porque nos está haciendo mejor persona.
_Pero porque Dios permitió la muerte de mi esposa?
_Porque necesitaba que confiaras en El y probar tu fe, porque sin fe, es imposible agradar a Dios.
_Abuela, como puedo agradar a Dios?
_ Muy fácil, no debes vivir en el pasado, debes tener claro que los sufrimientos son un camino hacia la paz espiritual.
Mi abuela siempre daba buenos consejos, en ese momento no caí en cuenta, pero cuánta razón tenía. Me fui inmiscuyendo en la iglesia, iba y le pedía a Dios que me devuelva las ganas de vivir, que quería hacer cosas buenas por las personas a mi alrededor, que no quería estar como sonámbulo todo el día, que quería ser buen médico, en fin, le pedía tantas cosas, pero, me di cuenta que sólo pedía y no le ofrecía nada a cambio.
Estaba saliendo de mi depresión, cuando mi abuela notó que mi hija Christina comenzó a no querer comer porque se veía gorda, quería estar delgada como las modelos. Solo comía cosas sin grasas, dejó a un lado, ciertos carbohidratos, proteínas, pan y cosas necesarias para la salud, en el almuerzo, solo comía ensaladas, cuando acompañaba al supermercado a mi abuela, para comprar algo, miraba el número de calorías que tenía cada paquete que adquiría. Cuando me di cuenta mi hija tenia un peso de 100 libras con una estatura de 1.68cm. La llevé al doctor y dijeron que tenía anorexia nerviosa y que probablemente se debía a la afectación que tuvo con el acontecimiento de la muerte de su madre. Luego, consulté con la nutricionista, quien le mandó una receta para engordar, pero nunca hizo caso a esa receta, pues lo que ella quería era bajar de peso, no engordar. Cuando lo comentaba a mis colegas médicos, ellos decían que tenía que internarla en un hospital especializado, porque el tema de esa enfermedad era grave. Que angustia sentía, solo mi abuela me tranquilizaba con sus rezos y fe en Dios.
Un buen día, mi Tata me sugiere que mejor la lleve a un psiquiatra y eso fue lo que hice. El psiquiatra que contacté tenía experiencia en el tema y sugirió que la deje en las manos de él. Efectivamente, ese fue su diagnóstico y tenía que someterla a un tratamiento. Comencé a rezar con mi Tata todas las noches, pidiéndole a Dios que mi hija se cure, me hice muy católico, iba a misa todos los días antes de ir a trabajar. Ahora sí tenía que pensar en sacar a mi hija de ese estado, esto talvez me despertó un poco a la realidad y me dediqué a curar a mi hija por completo.
Hoy me pongo a reflexionar que mi Tata, en estos momentos tan difíciles que pasamos, ya era una anciana, realmente, una mujer admirable, a pesar de sus años que tenía en ese entonces, supo dar buenos consejos, indicar el camino a seguir y ayudar de corazón. La verdad que sin la ayuda de mi abuela, me hubiese sido muy difícil retomar mi vida y la de mi familia, fueron momentos muy duros y que no se pueden entender sino solo con el pasar del tiempo.
Hoy la veo a mi abuela, ya sin poder moverse con facilidad, tomando medicina para el corazón, la presión, pues, los años no pasan en vano, a veces solo sonríe con la mirada, se olvida de ciertas palabras, pero le cuento chistes, la hago reír y siento que está feliz. Lo único que me queda decir es que, en mi vida, ella es un ser maravilloso y le agradezco mucho a Dios, por la linda abuela que todavía me da la oportunidad de tener, le deseo lo mejor del mundo en el tiempo que le queda de vida y quiero acotar que, definitivamente, la relación buena que un joven puede tener con una anciana, es un regalo divino.
Jacale
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