LA CASCADA DE LA ETERNA JUVENTUD

LA CASCADA DE LA ETERNA JUVENTUD

Hollywood girl

19/04/2021

Aunque en un principio podamos creer todo lo contrario, quizás si hayan similitudes entre las personas mayores y los jóvenes. De los mayores, podemos aprender a decir «sí» a las oportunidades, para no arrepentirnos después, a no trabajar con el único objetivo de enriquecerte, sino elegir un trabajo que realmente te apasione y te haga feliz, podemos entender que un matrimonio debe tener objetivos similares y no basarse únicamente en la atracción sexual y romántica, podemos comprender que no debemos desaprovechar las malas experiencias, pues éstas nos ayudan a evolucionar y a crecer como personas, que la educación de los hijos depende del tiempo que los padres les dediquen, que debemos viajar más, que no debemos luchar contra el envejecimiento, que el tiempo es muy valioso, que a pesar de ser mayor, hay que seguir teniendo contacto con amigos, y que, la felicidad no es una consecuencia, es una elección…

Pero también las personas mayores pueden aprender de nosotros los jóvenes, pueden conseguir cambios positivos en su humor, aumentar significativamente su vitalidad, su autoestima, sus motivaciones por vivir y su sensación de ser necesitados. También vuelven a apreciar las experiencias que vivieron en su juventud, les ayuda a reducir los síntomas depresivos y a afrontar las adversidades.

No olviden, mis queridos lectores, que a pesar de todos los prejuicios y estereotipos que ha implantado la sociedad, cada generación siempre tendrá algo que aportarle a la otra. Me gustaría compartir con ustedes una historia sobre mi abuela, en los tiempos en los que ella era joven y vivía en el campo…

Mi abuela fue criada en una finca, en la orilla de la carretera. No había un lugar donde tener los caballos que mi bisabuelo tenía, entonces dejaban los caballos a la orilla de la carretera. Por la mañana, mi bisabuelo mandaba a mi abuela y a sus hermanos por toda la calle, hasta donde estuvieran los caballos. Éstos a veces se iban demasiado arriba de la carretera y a mi abuela y a sus hermanos les tocaba caminar aproximadamente una hora hasta donde estuviesen los caballos, porque a veces se iban de noche a caminar. Cuando los encontraban, los amarraban con un lazo, se montaban en ellos y regresaban. Como eran niños pequeños, no necesitaban sillas para montar los caballos y requería de un menor esfuerzo el camino de regreso, pues ya no necesitaban caminar.

Una enigmática noche, mi bisabuelo mandó a mi abuela y a sus hermanos a ir por los caballos. A pesar de lo que hubieran esperado ellos, los caballos, esta vez, se habían ido extremadamente lejos de la carretera, hasta llegar a un punto de ésta en donde ya no habían viviendas ni locales, sólo senderos a ambos lados, que desembocarían en lugares recónditos e inhóspitos que aún no habían sido perjudicados por el hombre.

– ¿Ves?-le dijo mi abuela a su hermano mayor- ¡Te dije que no los dejáramos alejar de la carretera tanto y que fuésemos más temprano por ellos!-

-Ya basta, Aurora- le respondió él- igualmente, son sólo unos inmundos caballos, no pudieron haber ido tan lejos.-

-¿Ah, sí?,- interrumpió la hermana más pequeña de todos- Pues, cómo te parece, querido hermano, que si no encontramos a esos inmundos caballos, como tú les dices, nuestro padre nos dará una paliza que ni te alcanzas a imaginar.-

-Los encontraremos, juro por lo que sea, que los encontraremos- dijo él.

Tuvieron que dejar de caminar y empezar a correr, cada vez más rápido, para hallar el lejano lugar en donde se encontraban los caballos. Al llegar, estaban totalmente exhaustos, pero afortunadamente estaban todos los caballos, aunque estaban demasiado lejos de la finca.

-Por eso papá nos manda a ir por los caballos,- dijo jadeando el hermano de mi abuela- porque somos jóvenes, tenemos fuerza y vitalidad.-

-Sí, a mí me gustaría ser joven para siempre, así nunca envejecería- dijo la hermana pequeña.

Mi abuela se quedó pensando un momento y dijo:

-Pero… ¿Qué tiene de malo envejecer o ser una persona mayor? Digo… se adquiere más sabiduría y experiencia.-

Sus hermanos fruncieron el ceño.

-¡Bah!- dijo el mayor- los viejos son personas amargadas, anticuadas e incapaces de ver hacia el futuro.-

-Quizás no todos- dijo mi abuela.

-A ver,- le respondió él con tono desafiante- preséntame a la primera persona mayor que tenga la mentalidad de una persona joven.-

Mi abuela se quedó pensativa por un momento.

-¿Lo ves?- dijo su hermano- es imposible, es inconcebible, no existen, simplemente no existen.-

-¡Sí existen!- replicó mi abuela- Deben existir, en algún sitio lejano, pero tienen que existir.-

El hermano de mi abuela soltó una carcajada, la idea le parecía simplemente absurda.

-¡Oigan!- gritó la hermana pequeña- dejen de estar discutiendo por cosas filosóficas y miren eso…-.

-¿Qué?- preguntó mi abuela.

Voltearon a ver, y lo que vieron los dejó atónitos, todos los caballos estaban ya amarrados y listos para ser llevados a casa, excepto una, se trataba de una yegua bebé que habían adquirido recientemente, la habían nombrado Violeta, por su espíritu tranquilo y pacífico. Al parecer, ésta, de algún modo, había logrado deshacerse de las ataduras y miraba fijamente hacia un sendero, sus patas estaban tensas, tenía los ojos desorbitados y empezó a relinchar. El hermano mayor intentó apaciguarla y volver a amarrarla, pero fue inútil, la yegua comenzó a dar brincos y relinchaba cada vez más fuerte, tratando de poner resistencia. Nunca la habían visto así, siempre había tenido un carácter muy dócil, es por eso que los tres comenzaron a asustarse.

Mi abuela, en un arranque de valentía, creyendo que así podría someter al animal, se subió a una cerca, se apoyó en un árbol y dio un gran salto hasta caer en el lomo de la yegua. Acto seguido, una locura frenética se apoderó del pobre mamífero, y ésta, de repente, comenzó a galopar a toda velocidad, emprendiendo un viaje hacia el desconocido e inexplorado interior del vasto sendero.

Aquello fue bastante aterrador, mi abuela tuvo que agarrarse fuertemente del lomo y los cabellos del animal y apretar fuertemente las piernas para no caerse. Lo más extraño de todo era que a pesar de que al principio, el bosque del sendero, en general, se veía marchito, sombrío, lúgubre y deteriorado, a medida que el caballo iba avanzando a toda velocidad, el paisaje se empezó a volver más pintoresco, llamativo y encantador. Atravesaron arbustos, pastizales, puentes, colinas y matorrales, hasta que por fin, la yegua se detuvo en el lugar más deslumbrante que mi abuela había visto en su vida.

Se trataba de una especie de río, era inmenso, estaba rodeado de todo tipo de vegetación, desde rosas y claveles, hasta orquídeas y tulipanes, había algunas rocas alrededor, los peces nadaban en aguas sorprendentemente cristalinas, transparentes y nítidas. Pero lo más espectacular de todo era la cascada, ésta desembocaba desde una enorme montaña, cayendo armónicamente, pasando por vegetación, hasta el agua, formando una espuma fascinante.

Mi abuela se bajo de la yegua y se dedicó a admirar el panorama. Mientras tanto, la yegua bebía tranquilamente del agua del río, definitivamente era un agua que no se encontraría en ninguna otra parte del mundo. Mi abuela temía que si regresaban de una vez, su padre castigaría severamente al pobre animal, así que decidió explorar un rato el lugar hasta que, o la yegua hubiese terminado de calmar su sed, o sus hermanos la encontrasen. 

Le llamó tanto la atención la cascada, que optó por bañarse en el río y experimentar lo que sucedería si pasaba a través de ella. La cascada tenía un misterioso brillo, era centellante y resplandeciente, mi abuela no pudo evitar poner su mano en las brillantes aguas, que destacaban tanto, aunque fuese de noche, que su luminosidad podía ser comparada con la luz que el Sol reflejaba sobre la luna aquella noche. Mi abuela sintió más curiosidad y decidió meter el brazo entero, pero de repente, resbaló accidentalmente con una roca y terminó zambulléndose por completo en la cascada.

Sintió como sus recuerdos se iban convirtiendo en imágenes, sus experiencias más felices, las más tristes, las más aterradoras, las más desagradables, todo comenzó a cobrar vida. Ella se sintió tan abrumada y sintió tanto pánico, que se desmayó.

Cuando despertó, estaba en una estación de tren, la cual se veía en muy buen estado, moderna, amplia y sofisticada, al lado de ella, había un anciano que estaba sentado en un banco, tenía el cabello blanco como la nieve, usaba un abrigo color beige, un buso color azul claro, unos pantalones blancos, zapatos negros y una gorra francesa azul oscura. El anciano tenía expresión alegre y jovial en su rostro.

-¡Hola, pequeña!- dijo amablemente,- bienvenida a YOUTH FOREVER WONDERLAND, el lugar donde la esperanza y la juventud nunca mueren, donde los mayores se comportan como jóvenes y los jóvenes como mayores.-

– ¿Qué?- preguntó mi abuela atónita- Pero… ¿cómo?-.

-Descuida, te lo enseñaré- le dijo el anciano.

Aquel era un mundo utopista en donde los adultos mayores tenían la vitalidad, la fuerza y la esperanza de un joven. Era un mezcla de un mundo futurista, una utopía política, y una utopía tecnológica en la cual los avances en genética y medicina habían contribuido mucho al grupo de personas de la tercera edad. Era una sociedad en donde la población de gente mayor formaba parte de un sector activo en la vida laboral, social, política y económica. Era una comunidad en donde las posibilidades para los mayores eran infinitas, pues tenían confianza en las capacidades de su cuerpo y en la movilidad de su cadera y articulaciones. Muchos de ellos tocaban instrumentos, hacían ejercicio, cocinaban, sabían manejar la tecnología, jugaban juegos de mesa, interactuaban entre ellos y mantenían excelentes relaciones, ya fuese con ellos mismos o con sus nietos.

-Pero…-dijo mi abuela- no lo he logrado entender del todo. ¿Qué relaciones se pueden establecer entre las personas mayores y las demás generaciones?-.

-Bueno querida, esa es una pregunta muy compleja, -le respondió el anciano- los encuentros intergeneracionales mejoran la actividad física, cognitiva y social de la población en general-.

-¿Eso quiere decir que ambas generaciones pueden ayudarse mutuamente?- preguntó mi abuela.

-Por supuesto,- respondió el anciano- los adultos mayores enseñan, transmiten valores y costumbres. ¿Y qué necesitan ustedes los jóvenes?-.

-Ser cuidados, buscar nuestro lugar en el mundo, modelos positivos y aprender del pasado, es un intercambio de conocimiento y experiencia-.

-Exactamente, ahora, mi niña, necesito que me prometas dos cosas antes de irte.- dijo él.

-¿Cuáles?- preguntó mi abuela.

-Que no le dirás a nadie sobre este lugar, pues no te van a creer, ellos no entienden el poder de la inocencia de un joven, y que aunque el tiempo pase y te conviertas en una mujer mayor, nunca perderás ese corazón de niña.-

-Prometido- respondió mi abuela.

  

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