Jaime Font tiene 72 años .Vive solo en su departamento situado en un barrio de la ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Su esposa Manuela falleció hace diez años. Antes de su muerte ella sufrió una debacle lenta y prolongada. Tenía dificultades para moverse y necesitaba ayudantes para auxiliarla con las tareas diarias. Poco a poco se volvió frágil y se aisló. Jaime estuvo siempre a su lado, cuando el círculo de la vida de su esposa comenzó a reducirse.

La familia que él formó con Manuela se desintegró. Hoy le falta su esposa y sólo le quedan pocos amigos. El único hijo de ambos, Roque, reside en Madrid con su esposa Marta y su hijo Esteban. No tiene otros familiares cercanos.

Una de las razones por las que Roque tomó la determinación de irse de Argentina fue un ofrecimiento laboral que le auguraba un futuro promisorio.

Jaime sintió que se debilitaron sus fortalezas al pensar que su única familia estaría muy lejos. A partir de ese momento se agudizaron las dolencias de Manuela por la tristeza que vivió con aquella partida, lo que aceleró su enfermedad y en menos de dos años falleció.

En este tiempo Jaime logró minimizar su dolor, canalizando su necesidad de afecto a la distancia. Recibió el apoyo de Roque y su familia quienes lo ayudaron a afrontar el trance que le tocaba vivir.
Para salir adelante, trató de aceptar esa nueva ausencia y, paulatinamente, logró vencer las sensaciones angustiosas que experimentaba. La fe fue su mayor fortaleza.

Intensificó su contacto con el grupo de amigos con quienes pudo expresarse y transmitir lo que sentía cada vez que lo necesitaba.

Roque y Marta siempre insistieron en llevarlo a España, pero la negativa de Jaime fue rotunda. Con Manuela tampoco habían querido hacerlo y aún en este tiempo de soledad siguió firme en su decisión, rechazando esa posibilidad.

Las ocupaciones de su hijo hicieron que ellos no lo visitaran y así se espaciaron los contactos. Para el velatorio de su madre Roque había viajado permaneciendo algunos días, con la promesa de regresar.

Jaime está en comunicación con ellos de manera virtual. El vínculo más estrecho lo tiene con su nieto de 18 años al que no lo ve desde aquella despedida en el aeropuerto, cuando los tres se fueron de Argentina.

Hoy es un día en el que el frío no afloja. Luego de una tarde soleada el fresco de la noche se hace sentir.

Encerrado en sus cavilaciones Jaime se sorprende con el sonido del timbre. Dispuesto a atender se desplaza hacia la puerta. Al observar por la mirilla ve a un joven de espaldas que habla con su celular. Es alto y delgado, algo esmirriado. A su lado un hombre de alrededor de 40 años, mira fijamente la puerta de su casa. A Jaime algo lo hace abrir sin preguntar. En ese momento el joven se da vuelta, deja la mochila que tiene colgada en su espalda, avanza unos metros y grita: “¡Abuelo!”

Él no puede creer lo que sucede. Ese niño a quien no lo tenía tan cerca desde hace tiempo, estaba allí. Ambos se miran enmudecidos. El estupor no lo deja hablar. Por un rato siguen amarrados hasta que se separan y juntos entran en la vivienda con el acompañante del joven.

Esteban no deja de sonreír. Junto a sus padres idearon ese plan para sorprender a Jaime. El muchacho le presenta a Agustín, uno de sus profesores, quien lo ha traído a Argentina junto a otros jóvenes para participar en un encuentro de bandas de música.

Pasado un rato, luego de una animada charla, Agustín se despide. Han acordado que Esteban se quedará allí por la noche y durante la mañana lo pasarán a buscar para comenzar los ensayos.

Al quedar solos se miran embargados por esa alegría de estar juntos.

Esteban le cuenta cosas de su familia, de sus amigos, de todo lo que hace en España. La cabeza de Jaime burbujea. Su corazón se aglutina de recuerdos.

Para él este presente llena algunos de los espacios que aparecen como hendiduras en su vida. Ese sitio vacío que no ha podido llenar con los afectos que lo rodean.

Ambos respiran una envidiable intimidad, hasta que Jaime dice:

_ Sabía que te gustaba la música, pero no pensé que formabas parte de un grupo.

_ Si, abue. Queríamos darte la sorpresa. Hace años que estudio música, y este año me incorporé a una de las bandas de allá.

_ ¿Qué música te gusta? ¿Qué instrumento tocas?

Parecía que Jaime quería saberlo todo de golpe. El muchacho le explica:

_El rock es mi preferido. Toco el piano. Comencé en las iglesias cuando hice mi comunión. Todavía voy los domingos a tocar música sacra.

_ Sí, algo me habías contado. ¿Pudiste reforzar tu fe?

_ Sí, abuelo. Es necesario creer en algo superior.

_ Entonces, creés en Dios.

_ Sí. Creo. A nuestra familia nos ayudó mucho. A mí cuando nos mudamos y más cuando murió la abuela.

_ ¿En la escuela tenés religión?

_ No. No tengo. Pero nuestros profesores nos enseñan a pensar.

_ ¿Qué es eso? ¿Qué te enseñan a pensar?

_ Pensar en nuestras creencias nos ayuda. Al hablar sobre eso comprendemos muchas cosas.

_ A ver…profundicemos…

_ Sí. A mí también me encanta hablar con vos de este tema. Saber lo qué pensás y contarte que pienso.

_ Yo también creo en Dios. Muchas veces he pensado en que todo se me ha desmoronado, aunque al hablar con Él me siento sostenido.

_ Se hace necesario creer. Tanto cuando hablamos, como cuando pensamos.

Jaime había tomado de las manos a Esteban quien lo escuchaba con mucho interés, tratando de no perder nada de lo que le decía.

Había pasado un largo rato de su llegada. Ambos estaban enlazados por esa amplia gama de emociones que como telón de fondo decoraba el escenario donde estaban.

Esteban percibía la agitación de su abuelo adivinando lo que le pasaba. Era como un juego entre los dos, donde lo conocido se enredaba con lo desconocido de cada uno.

Esteban puso música y se dispusieron a cenar. Se notaba que ambos estaban felices de compartir este momento. Jaime pensaba en el tiempo transcurrido. Esteban estaba junto a él, como cuando era pequeño.

Jaime lo miraba y otra vez los recuerdos. Aquella decisión de su hijo Roque de radicarse en España y no volver a Argentina. Ese ver crecer a Esteban a través de una pantalla. Esa distancia que sólo pudo acortarse de manera virtual.

El hecho de pasar el tiempo con este Esteban, al igual que con el Esteban niño, turbaba profundamente a Jaime. Aquel chiquito que les había dado la felicidad de ser el primer y único nieto. Aquel del que no tuvo un abrazo real desde que era pequeño, estaba ahí.

Casi siempre el hilo conductor de sus charlas habían sido las creencias.

Esteban interesado en conversar sobre esto, se decidió a preguntarle:

_ Abuelo. Un día me hablaste de tus creencias. Contame más.

_ Mi padre, o sea tu bisabuelo, pertenecía a una generación en la que la Teología era la madre de todos los conocimientos. No sé si antes la gente creía más en Dios, que en mi generación o en la tuya. Lo que sé es que las instituciones religiosas regían la vida de las personas. En España, donde ustedes viven, supieron convivir los pueblos de distintas religiones, durante varios siglos.

_ ¡Cuántas preguntas tengo para hacerte, abuelo!

Esteban queda pensativo. Por un momento se hace un profundo silencio hasta que mirando a su abuelo, le dice

_ Si Dios decide mis actos, ¿cuál es mi capacidad de elección? Seguro abuelo que vos has pensado en esto.

_ Sí, y tengo una sola respuesta: Dios te da las posibilidades y cada uno decide guiado por Él.

_ Recuerdo la Fe que tenía la abuela.

_ Tu abuela consideraba que lo importante era acomodar la religión con la razón.

_ Algo similar nos decía un profesor cuando explicaba que para creer no era necesario ver, sino comprender.

_ Es cierto lo que decís, Esteban. Muchos se preguntan si Dios existe. Creo que es un gran interrogante de todos los hombres, en todas las épocas.

_ Sí, abue. Creo que hay un Dios creador que se ocupa de sus criaturas y sus destinos.

Era evidente la complicidad entre ellos.
El
tono con el que se hablaban era confidencial. Se tocaban con gestos cariñosos y delicados. Había momentos de comprensión en el “estamos de acuerdo”, sonrisas y rostros relajados. El diálogo no acababa.

Luego ordenaron la cocina, prepararon un té y juntos se acomodaron en los sillones del living. Esteban mira fijamente uno de los tantos retratos donde está Manuela. Jaime le toma las manos y, compartiendo su mirada, le cuenta de la fe que tenía su abuela y como la ayudó cuando ellos se fueron.

Jaime no quiere hablar de su propio desasosiego y Esteban lo percibe. Por un buen rato siguen conversando. El relato de lo vivido los ha hecho sentir más unidos. Ha pasado un tiempo prudencial y aún les falta tanto por decirse.

Se ha hecho muy tarde. Jaime ya no siente frío. Pareciera que la presencia de Esteban ha templado el lugar.

Ambos se disponen a descansar. Jaime lo acompaña a su habitación. Se saludan con un beso en la mejilla y un abrazo fuerte.

Esteban se siente invadido por lo que ve. En este cuarto donde él dormía cuando pequeño muy pocas cosas han cambiado. Está casi todo como entonces. Obsesionado desde su infancia con volver a estar en casa de sus abuelos, sus deseos se han cumplido, pero algo le ha ocurrido: la memoria de sus sentimientos ha aflorado.

Ha sido un día muy especial para él. El hecho de tenerlo tan cerca y haber pronunciado tantas veces la palabra “abuelo” lo conmueve.

Esteban se pregunta ¿qué otra cosa puede importarme? ¿En qué mejor árbol me podré apoyar? Sabe que existe un lazo de unión muy fuerte entre ellos y reconoce que lo que le falta por vivir desea hacerlo cerca de él.

Está seguro que lo que tiene es lo que desea tener y sabe que lo por venir será muy bueno. Ha pensado en que si bien Dios decide sobre sus actos, él debe tener la capacidad de elegir lo que hará. En su cabeza comienza a trazar planes incluyendo a Jaime. Tiene muy claro que desea compartir esa vejez de su abuelo.

Por su lado Jaime sólo en su cuarto, mira a su alrededor y siente la presencia de Manuela a quien le comparte ese cambio interior que experimenta. Ha entendido que él tiene su propio mundo pero éste tiene que ver con el de su familia. También la memoria de sus sentimientos ha brotado en su corazón. Sabe que el ser abuelo es una experiencia única y necesita reavivar esta creencia soltando ataduras. La presencia de Esteban le ha hecho pensar en lograrlo.

Dios les ha dado la posibilidad de estar juntos. Está convencido que Él ha planificado este encuentro. Su misión fue reunirlos, ellos deben aprovechar esta oportunidad. A Jaime no le importa nada más…

La oscuridad de la noche los invita a descansar y con estos pensamientos se duermen, esperando un nuevo día.

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