– ¿Hoy tampoco hay suerte? – Tocó su hombro intentando darle esperanzas
– Hoy tampoco han traído buenas noticias… – Apenado, aclaraba sus dudas
– No te preocupes, seguramente hay mucho tráfico y por eso no pudo venir – razonaba. Miró hacia el cielo melancólico y suspiró – Vamos adentro antes de que pesques un resfriado – lo acompañó a su habitación, disgustado por la repetitiva situación.
***
Medianamente a su edad uno comprendería que las actitudes del prójimo van más allá de un posible entendimiento. Pero, incapaz de verlo, seguía queriéndolo aún con el daño y peso que causaban aquellas hirientes palabras que le soltaban. Se consideraba así mismo el culpable, usando como excusa su enfermedad. Las cenas familiares incapaces de ser tranquilas se habían vuelto una batalla de miradas con prejuicios y desprecios.
Su hijo, no comprendía como su corazón aún no dejaba de latir, lo odiaba, lo odiaba tan así que escondía sus medicamentos e inculpaba a su padre de ser un incompetente total. Su padre, lejos de dudar, creía con firmeza aquellas palabras. Hubo momentos en los que pensaba haber progresado con su relación pero todo sueño toca tierra con oraciones concretas. Su estadía era incómoda para toda la familia. El pasado de amor y risa había cambiado por un presente de odio y pretensiones. Todas las noches se servían platos de ironía y asco. Pero, todo perdió coherencia para él; luego del 25 de octubre, Día en el cual las razones de quienes lo odiaban, daban paso para su linchamiento…
– ¡Escucha bien! ¿Puedes al menos hacer eso? – Veía a su padre afirmar con la cabeza cabizbajo -Necesito que hoy cuides de Sarita – ordenaba mientras se acomodaba la corbata frente aquel viejo espejo de madera – Tenemos una reunión muy importante de negocios con Amanda y no puedo hacerme cargo de ella ahora… – Frenó su locución furioso y giró hacia su padre indignado – ¡AL MENOS PODRÍAS LEVANTAR LA MIRADA MIENTRAS TE HABLO! – Aquel grito hizo saltar al pobre viejo dejando un silencio incómodo en la sala – Sabes… mejor ni me gasto en explicarte algo que seguramente olvidarás mañana… Solo… Solo no olvides cuidar de Sarita – Tomó su saco y salió con la rabia hasta la cabeza de la casa, expresó su odio (o esperaba que su padre se diera cuenta de ello) cerrando de mala gana la puerta dando un gran golpe. Aquel golpe, hizo tambalear el cuadro familiar, encontrado muy cerca de allí, pero no tardó en volver a su condición de estaticidad.
Le invadió un sentimiento de vació cuando observó que en aquel cuadro faltaba su presencia pero las sonrisas de quienes posaban en aquella denotaban que él no hacía falta alguna.
Aquel anciano, vestido con ropa usada de terciopelo, descalzo y con un abrigo de hace años, quedó inmerso en la incomodidad que el silencio le brindaba. Miró sus pies, los cuales, no paraban de dolerle y se dirigió a ver a su nieta. Se tomó su tiempo para subir los escalones, por cada paso sentía un infierno en sus piernas -¡qué difícil es ser un anciano hoy en día!- pensaba. Se dirigió cojeando a la habitación de Sarita y se sorprendió al verla parada triste frente a él, parecía ensimismada; no era de extrañarse, era una niña muy distraída.
– ¡Abuelo! no puedo dormir. ¡Cuéntame un cuento! ¡Cuéntame un cuento! ¡Cuéntame un cuento! -siguió repitiendo sin cesar hasta cansar los oídos de su abuelo quien con mucho gusto había aceptado desde el principio cumplir sus anhelos.
Acarició el cabello enredado de la niña con aprecio y juntos se dirigieron a su habitación. La arropó y se acercó a una de las repisas cerca de la cama buscando algo con lo que hacer dormir a la niña.
– Estos libros son muy anticuados para ti – refunfuñaba el viejo – te contaré algo mejor que todas estas viejas historias.
– ¡BIEEEEEEN! – Contenta, exclamaba la niña expresando una sonrisa de oreja a oreja.
Comenzó nombrando títulos buscando algún tema que interesara el apetito de la niña pero a cada idea la niña negaba con afirmaciones tales como «no me gusta» «ya lo contaste» «¡ese tiene un título horrible!»
– ¿Y el de las escondidas? – Sabía que le diría que sí, Sarita amaba los juegos. Esperaba ansioso a que mordiera el anzuelo. Se hacía tarde y solo quería descansar, no era una persona que se quedaba más de las 11:00 PM, pero,esa noche las horas pasaron volando.
Sorprendida, la niña rogaba que ese sea el motivo de su sueño. Entonces, comenzó a recitarlo:
– Erase una vez un niño de nombre… – Dio lugar a la imaginación de la niña para que incluya un nombre.
– ¡JUAN! cómo papá – río entre dientes tímidamente. Que niña tan risueña, pensaba mientras continuaba con la historia que inventaba sobre la marcha.
– ¡Eso! ¡Juan! él era un niño muy juguetón, así como tú – tocó la nariz de la niña y ésta respondió con una risa entre dientes – Una noche, justo como ésta el pequeño fue a pedirle a su padre que jugaran juntos. Su padre cansado de trabajar…
– ¡¿de qué trabajaba!? – irrumpió la niña.
– Eso no importa, déjame seguir con la historia sin interrumpir a cada instante – luego de la aclaración, intentó retomar la historia – su padre aceptó…
– ¡NO ME GUSTA LA HISTORIA! – gritó enojada la niña a la vez que saltaba para pararse sobre la cama frente a su abuelo quien la miraba con ojos de cansancio – ya no tengo sueño, ¿jugamos a las escondidas abuelo?
– No son horas de jugar, son horas de dormir. Además, a mi edad poco y nada puedo moverme. Además, ¿qué pasa si no te encuentro? – La niña saltó de su cama, salió corriendo y frenó en la puerta.
– Miró risueña a su abuelo – ¡Si no me encuentras te enviaré una carta! ¡TÚ LA QUEDAS! – Al finalizar salió corriendo como un animal escapando de su presa.
Se levantó de su silla y salió con calma a buscar a aquella inquieta niña. Encontrarla sería todo un reto, no porque Sarita sea toda una experta en juegos, sino, porque su edad le impedía la flexibilidad que poseía un joven común y corriente. Buscó por cada habitación de la planta alta pero no hubo encuentro alguno con su contrincante. Miró las escaleras e imploró fuerzas del más allá para vencer el reto que se le venía encima – paso por paso, paso por paso – se decía a si mismo tratando de bajar tranquilamente. Buscó por toda la planta baja pero tampoco hubo novedad. Se había preocupado a estas instancias.
Decidió tomar un respiro y visualizó el reloj. Su mirada se había fijado en aquel aparato electrónico postrado en la pared. Eran casi las 12:00. Retomó extrañado su compostura para ir a sentarse en el sillón del living para ver la televisión a máximo volumen. Su hijo volvería tarde pero seguramente ya había olvidado todo lo que le pidieron.
En cuanto a Sarita, ella seguía entusiasmada arriba de un árbol; no había tardado en darse cuenta, qué, subir allí, fue la peor de las ideas, sentía vértigo y angustia. Temía caerse. Pero pretendía que su abuelo la ayudase a bajar cuando la encontrase sin saber que eso nunca pasaría.
Las horas pasaron y Sarita había empezado a gritar. Sentía que le faltaba la respiración. Incluso sentía más falta de oxígeno cuando pedía por ayuda.
– ¡ABUELO! ¡ABUELO! – gritaba por socorro pero no había nadie que la salvase de su destino. Comenzó a sentirse mareada y con nauseas, se tambaleaba de un lado a otro. La niña, incapaz de mantener el equilibrio, cae del árbol golpeándose la cabeza y quedando inconsciente. Sin nadie que corra en su ayuda, sin nadie quien pudiera llevarla a emergencias, no había nadie en aquella casa aislada de vecinos.
El abuelo había quedado dormido en el sofá. A eso de las 4 AM llegaron Amanda y su esposo de su viaje de negocios. Al entrar, vieron la tele encendida y a Charles postrado plácidamente en el sofá, sus ronquidos eran gran motivo de queja.
– ¡Ya no lo soporto! – alegaba Juan, hijo de Charles – Lo único que hace es comer, dormir y olvidar.
– Ya te dije que podríamos llevarlo a un centro psiquiátrico, cuidaran bien de él allí – Musitaba Amanda, ella era el principal motivo de porqué Juan odiaba a su padre, era una serpiente que envenenaba con sus palabras y le vendió el cuento a su esposo de que su padre era un pervertido. Hacía mucho tiempo había confabulado patrañas contra Charles.
Ella se separó de su esposo dándole un beso y se dirigió a la habitación de Sarita para ver cómo se encontraba. Al encontrarse con una cama vacía pegó un grito que hizo sacar de quicio a Juan, quien subió rápidamente para encontrarse con una mujer angustiada preguntando por su hija. Juan corrió furioso hacia su padre que comenzaba a despertar lentamente y se vio arrastrado a una pelea. Juan tomo de la vieja remera de su padre y lo tiró al piso arrancándole un pedazo.
– ¿¡Dónde está Sarita!?
– ¿Quién? ¿Quién es Sarita? – Confundido, había olvidado a su nieta.
– ¡ERES UN VIEJO INÚTIL! ¡Debí haberle hecho caso a Amanda y haberte alejado cuando tuve la oportunidad! – Su padre lleno de tristeza no reclamó nada, solo callo y miró hacia abajo – ¡¿eso es lo único que sabes hacer no?! Mirar hacia abajo… me das asco.
– ¡JUAAAAAN! – Gritó Amanda con pánico.
Juan salió corriendo hacia el jardín para encontrarse con una terrorífica escena. En los brazos de Amanda yacía Sarita inconsciente.
– ¡LLAMA A UN MÉDICO JUAN, UN MÉDICO! – Le gritaba, pero, Juan no podía reaccionar se había nublado – ¡JUAN POR FAVOR, UN MÉDICO! – Juan corrió hacia la niña y la tomó en sus brazos, se dirigió afuera y la subió a su auto. Amanda le seguía atrás, no sin antes soltar unas palabras cortas a Charles – ¡Tú!.. Ya vas a ver… – y lo abandonó.
Aquel pobre viejo pasó toda la noche sin pegar un ojo preocupado, cuando, su hijo apareció frente a él con dos hombres detrás.
– ¿Quiénes son? – Preguntó Charles con miedo reflejados en sus ojos.
– Te llevaran a un lugar mejor… – Le respondía mientras los hombre lo tomaron por la fuerza y lo llevaron a rastra hacia una camioneta que esperaba en la calle.
Amanda reía mientras veía al viejo ser alejado de la casa, al fin de cuentas, era lo que más había esperado.
– ¿SARITA DÓNDE ESTÁ SARITA? – Gritaba charles sollozando – ¡JUAN, HIJO, ¿DÓNDE ESTÁ SARITA?! ¡DEB… DEBÍA BUSCARLA JUAN! – forcejeaba con los médicos quienes lo llevaban a la furgoneta. No lo veían, pero le estaban haciendo daño – ¡JUAN! ¡NO ME LLEVEN, DEBO ENCONTRAR A SARITA, POR FAVOR, TODAVÍA NO! – las lágrimas caían sin cesar de sus ojos.
– Adiós papá – susurró juan a merced del viento dándole la espalda para dirigirse con Amanda quien lo recibiría con los brazos abiertos. Por fuera parecía triste, pero por dentro lo disfrutaba más que nadie.
***
Logró darle los medicamentos al anciano y salió de la habitación, luego de verificar que seguía dormido, para encontrarse con su amigo.
– ¿Hay avances con el paciente?
– No… Sigue esperando por aquella carta… me da pena verlo así. Pero a las 12:00 siempre olvida todo, tiene un trauma y es lo único que puede recordar. La carta… La carta que siempre espera pero que nunca llega…
– ¿Sus familiares?
– Ni los nombres, hace años que no aparecen.
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