La niña Becker se pasó a vivir con su madre y su hijo de 24 años, justo en todo el diagonal de donde vivía.

Las vi pasar con sus cosas, toda la mañana de aquel día sábado, cuando iban y venían llevándolas, junto al ventanal de mi sala comedor que lindaba con el frente del parquecito que estaba en medio de los cuatro costados de aquel conjunto de casas.

Me llamó la atención de la niña Becker, verla cómo llevaba con su especial cuidado a su pequeño Shih Tzu negro con blanco, entre sus brazos.


El primer contacto de palabra lo hice con Tere, la mamá de la Becker, una señora afable de unos 70 años, la mañana siguiente del domingo cuando nos encontramos camino de la tienda de víveres.

-Cómo han pasado la primera noche en su nueva vivienda?

-La verdad fue que descansamos bastante.

-Bueno, me alegro y espero que se amañen. Cualquier cosa que necesiten, a la orden.

Después, cada uno entramos en nuestra vivienda.

La mañana que vi a solas por primera vez a la niña Becker fue otra en domingo, como dos semanas más tarde. Venía vestida con su traje blanco de enfermera, pues había cumplido turno de trabajo por la noche.

-Hola, qué agradable encontrarte.

-También para mí.

-Me llamo Bene, y, cualquier cosa que necesiten a la orden. Igual se lo expresé a tu mami.

-Muchas gracias, lo tendremos en cuenta.

La niña Becker era muy agradable pero bien seria.

La interacción siempre fue más cotidiana con Tere que con la Becker. Ella trabajaba en una clínica privada del norte.

Sin embargo, debí emplearme a fondo, para poder abordarla, como fue el aparecerme en la casa, llevándoles algún detalle comestible.

-Hola niñas, buenos días. Un detallito para acompañar el café.

Le gustaba harto el café a la niña Becker; pues lo tomaba en grandes cantidades en sus turnos nocturnos de la clínica.

Hubo un hecho muy especial, que nos acercó con la niña Becker en nuestra relación de amistad.

Fue para la celebración del día de las madres.

Me enteré que la niña Becker, igual cumplía años, cinco días después.

Fui a la panadería y encargué un pastel de torta negra, decorado con su nombre: “Felices cumple, querida Becker”.

Ese detalle, “abrió el corazón de la niña Becker hacia mí”.

Después, cuando ya fuimos amigos oficiales, me dijo:

-Me pareciste un hombre lindo, tu manera de ser, de hablar me atrajo.

Arrancó en mis labios, felices sonrisas.

Igualmente le confesé, “desde que la había visto pasar por mi ventanal, llevando cargado su Sony Mauricio, me había encantado”.

Me dije: -“Está bien hermosa la nueva vecina”.

Ella me hizo otras dos confesiones:

-Tú le gustas a mi mamá y no le caes bien a mi hijo. Él me llamó la atención, “sobre la mucha confianza entre los dos y por mi visitadera para llevarles detalles; que era un pretexto para verla”.

Bueno, el chico tenía toda la razón. Sí, me inventaba todas aquellas apariciones de repente en su casa, para poder verla, siempre en sus coloridos chores sueltos, mostrando sus agradables piernas blancas grandes.

Mi segunda osada arremetida, fue invitarlas con motivo del cumple de la niña Becker, a almorzar en mi casa.

Les preparé un sancocho de pollo, que degustaron plenamente.

Tere se retiró primero y me quedé los siguientes minutos a solas con la niña Becker. Ese día le confesé, “que me gustaba mucho, que deseaba que fuéramos novios”.

Ella me tomó las manos, y me dijo, “que, aunque igual le atraía, fuésemos más despacio”.

Para la despedida, pude robármele un beso a su provocativa boquita y darle por la espalda un abrazo bien apretadito.

Ella los recibió y los aceptó sin protestas.

Tere, siempre buscaba encontrarme en su camino cuando iba hacia la tienda. Yo no la esquivaba y hablábamos tranquilos.

Sin embargo, aquel día, martes, en la tarde, me abordó de frente:

-Te gusta mi hija?

-Sí, -le respondí- sin titubeos.

-Ella, tuvo pareja hace poco, antes de mudarnos, y parece que desean volver.

Un baldado de agua fría me bañó todo el ser. La verdad fue que me aplanchó.

¿Por qué me lo diría?, ¿Quería desanimarme y abrirse campo ella?.

-Bueno, -le dije- sabe que igual yo también tenía pareja y estamos peleados, pero el volver a unirnos, aún no lo sabemos.

Lo hice más, como por no dejarme clavado el puñal que me había asestado en todo el corazón; aunque después me arrepentí, porque, “entendí que estaba devolviendo mal por mal, y quizá la niña Becker, lo podría tomar a prevención y distanciarse”.

Estuvimos alejados, sin vernos ni encontrarnos como un mes.

Supe, porque la vi salir desde mi ventana, en la moto de su hijo, que ella de nuevo iba a trasnochar esa noche de sábado.

El domingo en la mañana, calculé más o menos su hora de llegada y salí a la tienda para esperarla, sin quitar mis ojos del paradero.

La vi descender del articulado y la abordé.

-Hola mi niña Becker, andamos como perdidos.

-Sí, eso parece, me respondió.

-Sabes? Te he extrañado mucho, le confesé.

Me miró fijo, guardó silencio un rato mientras caminábamos hacia nuestras casas.

-Me enteré que tenías pareja y no me lo dijiste, me habló.

-También tú tenías, -le respondí- tampoco me lo dijiste. Creo que estamos a mano, ¿no te parece?.

-Sí, mi mamá te lo contó, pero para buscar ponernos una barrera, porque tú le gustas a ella y tiene esperanzas contigo. Me lo dijo directamente. Yo le propuse que te lo confesara.

-Pero tú sabes que ella no me interesa. La que sí me interesa eres tú, y creo que tú bien lo sabes.

Y volvió a interrogarme:

-Tú deseas volver con tu ex-pareja?. Me lo preguntó fijamente.

-La verdad, es que hemos tenido muchas dificultades y nos hemos separado otras muchas. Creo que no; “porque tú, me gustas mucho”.

-Y tú, si has pensado en volver con el tuyo?. Quería oír de sus labios su propia versión.

-No, para nada. Fue enfática su negación.

Bueno, quedamos en no volver a dejarnos de ver tanto tiempo.

Le propuse, que me dejara irla a buscar a la salida de la clínica, en uno de sus turnos de día. Lo aceptó y quedó en comunicármelo.

Aquel día esperado fue un jueves en la caída de la tarde.

Tomamos cafecito con pandebonos calientes en el restaurante-panadería del frente de la clínica, por donde ella salía de su turno.

Volví a preguntarle, “si quería ser mi novia”.

La niña Becker con sus relucientes 50 años; 20 años menor que yo, aceptó complacida mi petición de noviazgo.

La felicidad nos irradió, y nuestras bocas se fundieron en un beso intenso, íntegro, apasionado, provocador, dulce, delicioso, eterno.

No nos importó si la gente nos veía, ahí fundidos en ese besotote innegable como irresistible e interminable y, tampoco, si nuestra diferencia de edades les mortificaba.

El mundo en esos momentos era solamente de y para los dos.

Estábamos bajándonos la luna y las estrellas para nosotros solitos. 

Nos quisimos y nos amamos en todas las formas y maneras, que tanto el bonito amor como la pasión sin medida pudo y supo brindarnos con total deseo y lindo desenfreno. En su casa, en la mía. En todas las horas. En una noche única de romanticismo y placer, en un hotel del centro, que tenía la promoción, con cena, champaña y cuarto cubierto de bombas, pétalos y motivos para enamorados.

Tere, por los muchos problemas con la Becker, llegó el momento en que se fue, y la Becker quedó con su hijo. Él también se marchó para hacer una especialización en inglés a Australia.

Meses después, igual me cambié de casa y de ciudad. Así que nos alejamos, “sin querer queriendo”.

Entonces llegó aquel fatídico momento en que nos asumió la pandemia del Covid-19, y ahí sí, que no alejamos del todo. Hablábamos por el celular y por el WhatsApp; pero una relación por estos medios, realmente llega el momento en que harta y asfixia, y, “se convierte en un hastío insoportable, lamentablemente”.

Quisimos luchar contra las aspas maléficas del hastío, pero ambos sentíamos, que sus crueles tenazas nos ahogaban más y más cada nuevo amanecer. Muchas veces ni nos llamamos, ni tampoco nos respondimos los mensajes. El helaje del amor, -que podría mejor llamarse del desamor, del desencanto- hizo su macabro trabajo, y la niña Becker y el Bene, nos fuimos diluyendo, como “el agua entre los dedos”, según reza la canción, de Sandro.

Un buen día, en el que quizá, ambos nos encontrábamos con nuestras mayores pulgas sueltas y los ánimos más caídos, “nos dijimos hasta nunca”.

Pasados doce meses, ella me llamó al celular para comentarme que “le habían terminado el contrato en la clínica en plena pandemia, que orara por ella”; porque, con su edad, “no sería fácil que la volvieran a contratar en otra entidad; así que pensaba regresarse a su tierra santandereana donde le habían ofrecido un trabajo, cuidando a un señor adulto”.

Como una análoga causalidad, que supo deleitarme sobremanera, pude ver en la Tv, la película, “Así nos va”, (And So it Goes) protagonizada por Michael Douglas, (de 76 años) y Diane Keaton (de 75) que encontré en algunos tramos de la misma, muchos similares bonitos por los vividos con la niña Becker.

Lastimeramente, y, creo, que es un mal mayor muy latino, “desde que cumplimos los 40 años; empezamos a ser considerados viejos para desempeñar nuestras funciones con total capacidad, agilidad, efectividad y producción, y, nos cuelgan la lápida a las espaldas”.

Lo viví así, “con total desazón”, hasta aquel día que obtuve mi pensión de vejez; pero la Sabia Vida me supo premiar porque en el último año activo, -antes de jubilarme- mantuve un trabajo placentero por asesoría, de medio tiempo, que me otorgó los ingresos para permitirme vivir sin los afanes del desespero por la ausencia del bendito dinero.

El corazón ha vuelto a clamar por el amor de la niña Becker. La Sabia Vida, solo ella lo sabe si de nuevo, algún día por llegar, nos asumirá de nuevo.

Mientras tanto, me voy a quedar con las palabras finales de la película de Michael y Diane:

“-No puedo vivir contigo como amigo, y, no quiero ser tu amigo. Tampoco quiero simpatizarte. Quiero que seas mi pareja. Quiero vivir contigo”. FIN.

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