Suri se había levantado más temprano de lo acostumbrado, tenía motivos para hacerlo porque todo debía ser perfecto para el shabat con Akiva, su prometido. Quien iba a imaginar que en medio de acontecimientos tan turbios en Polonia y a la edad de 60 años tuvieran la emoción de casarse, cada día era sagrado pues no sabían si era el último pero Suri no pensaba en eso, con su estrella amarilla cocida en el saco se asomaba por la ventana cada minuto para ver si accidentalmente pasaba Akiva. Se imaginaba su caminar lento, ojos azules y labios rosáceos provocativos al más inocente beso, aunque los años no pasaron en vano y las arrugas que rodeaban su boca haciéndola parecer un poco melancólica siempre había soñado con besarla y en cada momento en el que hablaban miraba la comisura de sus labios moviéndose  unas veces lento otras rápido dependiendo de lo que decía, gracias al cielo nunca preguntó qué opinaba o si le parecía bien lo que estaba diciendo debido a que no le prestaba atención por culpa de su boca y su sueño imaginario de besarlo.

Cuando estaba joven, Suri salía de la escuela y caminaba largas cuadras para llegar a su casa, había un camino mucho más corto para cumplir el mismo objetivo pero la Yeshivá donde iba Akiva a sus 18 años quedaba en el trecho largo y solo con mirarlo desde las ventanas traslúcidas orando y estudiando le alegraba el corazón y lo imaginaba acompañandolo hasta la entrada repitiéndole lo orgullosa que se sentía al tener un esposo tan cercano a la Torá. Observaba al chico  todos los días con el corazón acelerado y decidida a cumplir su sueño realidad, llegó a casa para decirle a sus padres que había encontrado el hombre que la acompañaría el resto de su vida y al que tendría la dicha de darle hijos, cuando entró se dio cuenta que su destino estaba marcado por otro rumbo diferente a sus deseos, una tía lejana fue con su hijo a visitarla para concretar una cita prenupcial. Suri amaba a sus padres conocía  el sacrificio que hacían por ella y sus hermanos, esta unión era de provecho para la familia. En el fondo de su corazón sabía que con Akiva tendría que empezar desde la nada en cambio Schlomi prometía un buen futuro lejos de preocupaciones económicas y carencia. En pocos meses ya no tomaba el camino largo a casa después de la escuela y si lo hacía por petición de su prometido para tomar un paseo bajaba la mirada al pasar por la yeshivá.

Pasaron los años y el matrimonio se consolidó con tres hermosos hijos, Abraham de 4 años, Hanna de 7 e Isaac de 10. Vivían en una hermosa finca en las afueras de Polonia donde la tranquilidad, los animales y la vida de campo llenaban sus días de ajetreos constantes, siempre iba a visitar a su madre que aún se mantenia con vida y notaba con asombro como su corazón latía fuertemente al pasar por la yeshivá donde rezaba Akiva, ya no sabía si sus ojos lo reconocerían después de tantos años, en su mente solo guardaba el recuerdo de un joven apuesto con sus ojos cerrados y cantando versos, solo vio su mirada una vez cuando accidentalmente el viento azoto con fuerza la puerta que daba entraba al centro y estaba a pocos metros del puesto donde estudiaba Akiva, mientras ella pasaba descubrio un oceano nítido en ellos que la miraron por pocos segundo, tal vez horas, según la emoción que sintió en ese momento y con el pasar de los años esos ojos se convirtieron en una huella imborrable para ella que ni su memoria desgastada podía olvidar. Ya casada y en una visita dominical en compañía de sus hijos a su madre se enteró del repentino fallecimiento de su esposo en la finca a causa de una caída mortal, todo fue tan sorprendente e impactante para ella, regresó rápidamente y una mañana lluviosa lo despidieron en un cementerio cercano, la tristeza los envolvía sobretodo a los niños que no podían creer como una mañana se marcharon con un beso de su padre y por la noche ya no lo verían más. Suri decidió por la salud emocional de todos vender los animales, cerrar la finca y llevar a los niños a casa de su madre.

En la primavera de 1935 se casó Isaac y Hanna que ya contaban con 20 y 17 años en ese momento, Suri preparó todos los detalles de la boda de sus hijos compartía la alegría con sus padres desde sus más íntimas oraciones, ya su madre había fallecido y ella era la encargada de la casa, nunca se volvió a casar, a los 56 años se afirmaba a sí misma que eso para ella solo era un sueño. Todas las mañanas al terminar sus rezos tomaba el camino largo que hacía de niña desde la escuela a su casa para caminar, tomar aire fresco y recordar momentos hermosos al pasar por la Yeshivá y observar con gran admiración a los jóvenes aprendiendo fervientemente la Torá pero sin darse cuenta su corazón comenzó a palpitar cada vez más fuerte cuando su mirada inquisitiva se cruzó con unos ojos azules que la miraban con una enorme sonrisa, pensó que lo había olvidado, no era posible que su corazón volviera a sentir de ese modo. El hombre de ojos azules intenso salió a su encuentro diciéndole que la conocía de algún sitio, su pasar diario por aquel lugar dejó en Akiva una impresión, aunque ella no lo imaginaba él sabía exactamente la hora en la que pasaba, la miraba siempre con el rabillo del ojo y sentía que debía conocer a la chica misteriosa, lamentablemente no la vio más e intentó buscarla pero sin éxito alguno. Cuando Suri escuchó la historia se emocionó tanto que soltó unas lágrimas de alegria. Al igual que ella Akiva había enviudado y su único hijo vivía en Francia, por fin hablaron después de tantos años ya el rostro no era el mismo, la curvatura de su cuerpo daba anuncio a la vejez pero sus almas eran como dos jóvenes que se renovaban constantemente con cada mirada, cada palabra.

Las visitas de Suri a la yeshivá eran más frecuente, Akiva recibía con agrado todos los alimentos que ella le llevaba, pasaron tres años de visita y amistades mientras el contexto del país se veía envuelto en predicciones de guerra y odio hacia los judíos, a pesar de las advertencias Suri no iba a dejar la casa de sus padres que le dio cobijo toda su vida, Abraham se había ido recién casado a la finca que había heredado de su padre y ni sus súplicas la convencieron de dejar su hogar materno, la amistad de Akiva era otro motivo por el cual no quería irse pues le dio a su avanzada edad emociones y sentimientos por un futuro sin importar el tiempo que la vida le destinara para cumplirlo. Poco a poco comenzaron a llegar las restricciones, cerraron la Yeshivá y otros lugares, hasta que llegaron las estrellas amarillas con el rótulo “Jude”  que tuvo que coser en toda su ropa, de repente, en un arrebato amoroso unido a la soledad y los acontecimientos decidieron casarse, ella y Akiva asistieron con el rabino para preparar todo a la mayor discreción posible. Y pasado el tiempo solo faltaba un shabat para que fuesen esposos hasta el final de sus días.

Esa noche, Suri colocaba en la mesa el mantel y las pocas velas que quedaron desde la última visita y asalto de los soldados, debía terminar con los últimos preparativos, buscar la ropa y lustrar sus zapatos, colocó el libro de oraciones sobre la mesa junto a las velas, para ella, todo iba pasando en cámara lenta, el tiempo se dispuso a ser eterno ese día, solo los ojos azules envejecidos de Akiva eliminaban toda muestra de ansiedad transformándola en emoción, después de esa noche solo faltaban pocas para ser suya, convertirse en su esposa y única dueña del chico de sus sueños que ahora era un hombre de avanzada edad, deseaba fervientemente ese beso apasionado que tanto había ensayado en su mente desde niña. Por fin llego la hora y el suave tocar de la puerta por Akiva parecieron un dulce tamborileo en el corazón de Suri, fue rápidamente a recibirlo percatándose automáticamente de su emoción casi descontrolada al verlo, bajo los ojos para no ser tan evidente.

Cuando comenzaron las primeras oraciones un estruendo de cornetas y megáfonos invadieron la tranquilidad de la calle, los alemanes de la SS comenzaron a entrar casa por casa llevándose a todos los que allí habitaban, no importaba si eras hombre, mujer, niño, anciano solo bastaba con llevar la estrella amarilla en la ropa para ser arrancado de tu hogar a la incertidumbre. Akiva trató de luchar con todas su fuerzas pero sólo consiguió que lo golpearan, sus labios de rosa ahora eran de un bermellón intenso, Suri estaba en un estado de letargo tratando de adaptar su mente a la situación del momento, no le sorprendía, seguramente ya todos sabían que esto iba a pasar pero no estaban preparados, nunca lo estuvieron y mientras ella miraba al vacío, la boca de Akiva se movía desesperada suplicándole que corriera por su vida y si corrió, pero para darle ese beso soñado, el beso que le pintó los labios de rojo, el beso que selló su amor para toda la eternidad, a los pocos segundos fueron separados y montados en un camión.

Durante el viaje, los llantos de las mujeres y niños que se encontraban con ella invadieron todos sus sentidos, solo trataba de recordar los ojos azules de Akiva y rezar para que todo pasara pronto y poderse casar, no sabría decir cuánto tiempo duro en aquel camión solo sintió la mano fría de un soldado que la empujaba con fuerza y le gritaba por su lento caminar, se cayó varias veces pero las jóvenes que la rodeaban la levantaba rápidamente para evitar que la golpearan los soldados, fueron transportadas en tren hasta un campo rodeado de cercas eléctricas y observó por primera vez en sus 60 años un escenario que sino era el infierno se le asemejaba, mujeres como ella vestían uniformes con rayas rotos y llenos de barro caminaban como zombis en la tierra, sus ojos hundidos y sus cuerpos demacrados intensificaban el terror de aquel lugar. No había motivos para estar allí, su mente no encontraba explicación lógica alguna para tratar de entender lo que se levantaba antes sus ojos. Decidió cerrarlos el mayor tiempo posible y visualizar a Akiva cenando con ella durante el shabat.

Mientras ella soñaba despierta no se percató que la formaron en una larga fila y luego fue separada de las otras mujeres hacia la derecha con un grupo de ancianas igual a ella, mujeres embarazadas, otras enfermas hasta con el más leve resfriado y niños pequeños. Caminaban hacia un cuarto donde salía humo, Suri miraba hacia todos lados buscando señales de vida de Akiva cuando se percató que una fila de hombres no muy lejos de ella caminaba en la misma dirección, su vista estaba un poco nublada pero logró identificar unos ojos azules que la miraban llenos de lagrimas, era él por fin lo había encontrado y aunque no podían tocarse ni escucharse caminaban juntos hacia la misma cabina de humo blanco, mientras las otras mujeres lloraban y gritaban desesperadas porque ya habían escuchado su destino Suri se llenó de una tranquilidad que provenía de su interior pensando que no era tan horrible ese momento, porque cuando entrara iba a estar con Akiva para siempre en la eternidad.

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