AMAR ES VIVIR

AMAR ES VIVIR

Rochajun

18/04/2021

Está muy cansada, a pesar de ello le cuesta conciliar el sueño, otra noche más que da vueltas en la cama. Abre los ojos, saca los pies de la cama, los mira al contacto con el suelo frío de la habitación. Ve unos pies que empiezan a deformarse, la edad que ya, hace tiempo va pasando factura. Este reuma que me está matando, piensa – mientras se levanta.

Se levanta a oscuras no quiere hacer ruido, su marido duerme en el otro lado de la cama, aun así, él nota que se ha levantado y enciende la luz.

– ¿Dónde vas?; ¿No puedes dormir?

-Duerme, descansa, le dice a su marido volviendo la cara.

Se queda junto a la ventana.

-Apaga la luz por favor; estoy bien, solo necesito un poco de aire. Él le hace caso, apaga la luz mientras ella se pone la bata que él le regalo por su cumpleaños.

Abre la ventana por la cual entra una luz amarillenta de la farola de la calle, ella se abraza; siente el escaso aire que entra por las rendijas de la persiana, a pesar de ello se siente mejor.

Él la observa con la poca luz que entra, se le agolpan las preguntas en la cabeza.

Sabía que había acertado, era la mujer de su vida, con la que había compartido toda una vida y hoy era su sostén, una mujer alegre, llena de optimismo, que todos adoraban. A su vez era un misterio cuando ella perdía la mirada en el infinito. Un infinito lleno de recuerdos pasados que le venía a la memoria, sabía por experiencia que era absurdo perderse en esos pensamientos. El tiempo pasaba y no respetaba nada, ella se sentía orgullosa de lo vivido y construido, una familia que era su felicidad.

A pesar de su edad, ella se rebelaba, no admitía que la vieran como una persona vieja. Su fuerza interior le decía que envejecer no era sinónimo de viejo; no claudicaba, no se abandonaba, era mayor, pero su espíritu era joven. La vida no le había castigado en exceso, alguna arruga, su cabeza se iba poniendo cada vez más blanca, algo que ella veía como experiencia en la vida y trasformación constante. Se adaptaba como hacia siempre, miraba al futuro sin temor y con respeto, no dejaba de luchar nunca, estaba llena de vida, la edad era un mero número, era el alma de su familia, como le decían todos.

Siempre con una sonrisa en la boca, esto le recordaba a su madre, cuando era una niña, lo había hecho su lema de vida.

Ante la ventana recordó, a su nieta cuando llegó con una caja que tenía en un armario, a la cual le tenía mucho cariño, llena de fotos, recordatorios de comunión de familiares y amigos y algún que otro recorte de prensa. Su nieta, curiosa, sacó algunas fotos.

– ¡Mira abuela qué he encontrado!

Reconoce la caja al ínstate.

– ¡Abuela cuántas fotos!

Recuerdos acumulados de toda una vida, su nieta ávida, saca fotos y le pregunta.

– ¿Abuela esta eres tú? Le dice asombrada con una sonrisa y alegría en los ojos.

-No hija, le responde.

Se sienta a su lado y le habla con cariño, siente la ansiedad de su nieta.

-Soy la que está al lado del árbol.

– ¿Dónde es? Quiere conocer todo rápidamente, la emoción de ver las fotos. La emoción del descubrimiento, la necesidad de saber que es todo aquello.

Mira la foto y le vienen recuerdos de esa época; cuando llegaba el buen tiempo, iban a la plaza de la iglesia, donde conoció al que hoy es su marido, una plaza que tenía tres árboles y un quiosco, un pretil rodeaba toda la plaza. Se puede ver el paso del tiempo también en la foto, una foto en blanco y negro, deteriorada y dañada, con las esquinas rotas.

– ¡Qué guapa estas! Dice la niña, alegre.

– ¿Cómo eras de pequeña?

-Pues como tú, me quedaba todo el día en la calle, en esa plaza jugábamos a juegos, los cuales hoy están olvidados. Nos metíamos en casa, de noche, ya cansados de jugar también nos sentábamos en las puertas con los vecinos a contar historias de miedo, en sillas de enea o tirados en la acera.

-Pues a mí, mi madre no me deja ir sola al parque, tengo que estar en casa pronto.

-Y es verdad, mira que ha cambiado todo, en estos años, y parece que fue ayer. Antes veías las cosas con otra perspectiva, con la inocencia de la infancia y la ilusión de un niño como tú ahora.

– ¿Y esta foto abuela?

-Es tu abuelo.

– ¡Joo! ¡qué guapo! ¡Dijo sonriendo y a su vez asombrada! ¡está fumando!

-Si hija, siempre estaba con un cigarro en la boca.

Así estaba en la foto, mirando fijo a la cámara, sonriendo con un pie en el pretil de la plaza, con la camisa remangada y los ojos llenos de ilusión. A veces se sentaban cuando ni siquiera eran novios y no decían nada, como cuando se tiene tanto que decir, él la miraba embelesado cuando ella no se daba cuenta, hasta que un día le echo valor y le plantó un beso, la bofetada sonó como un disparo, no le dolió tanto la cara como la humillación de verse ser la atención de las personas que estaban más cerca.

Pero la foto que a ella le llegaba muy adentro, era una foto mucho más antigua, donde se veía a su madre de negro, mirando a la cámara, con el pelo recogido y un porte elegante con un cierto desafío en la mirada y en la sonrisa y de lado, aparecía una mujer delgada, pelo blanco, con una toquilla sobre las espaldas, su abuela Ángeles, ajena a ser mirada, en otra época y por otros ojos delante de su madre Antonia, ella, con escasos cinco ó seis años , ahí se podía apreciar la vejez de las personas; era como otro mundo lejano y a la vez cercano, cercano porqué permanecía en el recuerdo como si fuera ayer mismo. Lejano debido al paso del tiempo, otra época, otra forma de vestir, que, hacia más mayores a las personas, incluso con la edad que ella podía tener ahora, personas castigadas por un trabajo más duro, trabajos manuales al sol, que los envejecía, entendían la vida de otra forma. Recuerdos de esas personas que han atravesado océanos de tiempo hasta llegar a ella, a hoy.

Una niña pequeña que veía a sus mayores como viejos , algo que le quedaba a ella muy lejos, como a su madre; siempre trabajando en las faenas de la casa, sin descanso a penas, con las manos hinchadas rojas de fregar y limpiar la casa y ocuparse de todos sus hijos, una casa destartalada situada en la calle “El Agua,” sin agua en la casa ,ironías de la vida, la cual había que ir a por ella , al pilar, donde la distancia era poca pero la pendiente fuerte, una casa construida poco a poco con el escaso jornal que traía el padre, al cual recordaba cuando llegaba a casa cansado, sudoroso, un sudor entre gris de la arcilla , rojo del barro y polvo del ladrillo cocido; pero no por ello cariñoso y cercano. Unos padres que hoy vistos en la foto, echándose agua y riendo en el pilar recuerda con cariño. Un hombre acostumbrado al trabajo duro, como vio hacer a sus padres también, un hombre apegado a su tierra a su pueblo, qué nació aquí y morirá aquí. Un hombre, su padre que los domingos cuando no había trabajo, la sentaba en las rodillas bajo la parra y le contaba historias de juventud y ella le decía ¡papaa eso es mentira! y se reían. Como aquella anécdota que le contaba; cuando dijo en el bar de “La Consuelo” que en el cerro alto había caído un avión y salieron todos corriendo, viendo que tardaban él mismo salió corriendo preguntándose, ¿será verdad? y fue a verlo. Ella no podía parar de reír, y así mientras él escuchaba la radio y ella comía pan con chocolate pasaban la tarde hasta que su madre los llamaba para la cena.

Y hoy vistas esas fotos con su nieta, recuerda y le cuenta cómo ha cambiado la vida, para mejor en algunos aspectos, gracias a Dios. Hay algo que no ha cambiado en ella, todo lo que le transmitían sus padres lo hacía ella con sus hijas antes y lo hace con sus nietas ahora.

Un mundo que hace tiempo murió, pero plasmado en fotos se resiste y hoy se evoca desde el fondo de una caja llena de recuerdos que vienen a la memoria en fotos ajadas por el tiempo y las cogen unas manos nuevas y unos ojos que miran y lo ven todo diferente y lo hacen con la alegría y la ilusión de quién desde su ignorancia infantil pregunta y disfruta en cada comentario y se pregunta si ese mundo tan lejano un mundo en blanco y negro existió.

Un mundo que envejeció como lo hicieron ellos y lo hacemos nosotros, ellos con miedo a que nada cambiará, llenos de su gente alrededor, nosotros con un mundo que cambio temiendo la soledad que no es impuesta por uno mismo, sino que venga con la tiranía de este tiempo moderno en el que nadie tiene tiempo para nada, que todo es correr y prisa, como si en ello estuviera el llegar antes a Dios sabe dónde, que deja el alma vacía y llenos los asilos.

Y hoy sentada en la cocina con mi nieta respiro lento, y asumo el paso del tiempo, la veo riendo y recuerdo a mis padres, ojalá pudiera reír yo con ello otra vez, aunque fuera solo un momento, cerrar los ojos y sentir las manos ásperas del trabajo de mi padre, que sin embargo en mí eran terciopelo y la de mi madre, suaves y llenas de cariño, el mismo cariño que veo en la sonrisa de mi nieta al contemplar los recuerdos.

La radio era la pasión de mis abuelos, escuchar en el viejo aparato de radio de Onda Corta canciones que salían con el sonido algo amortiguado, canciones de Juanito Valderrama o Antonio Molina que llenaban la casa con su voz, disfrutando oír cantar a mi abuela a la vez que hacía las labores domésticas. Esas canciones que me vienen a la memoria gracias a ese recorte de presa ya amarillento y con una foto difusa de un certamen de música en el que se presentó y ganó y yo hoy le cantó yo a ella y riendo me dice que canción más antigua. Una abuela que me lleva a la escuela, yo la miraba y me hacía la niña más afortunada del mundo.

Todo esto lo ves a la vuelta de ésta esquina de la vida como algo extraordinario, y lo extraordinario comprendes que es lo cotidiano, los momentos que dejan huella en el alma, que buenos o malos son parte del camino. Recuerdos que comprendes que se vive en momentos, esos ratos que son imborrables cuando ves que la vida va en serio, llegado a una edad en la que envejecer morir es parte del argumento de la vida.

Hoy pasados los años, se ve todo con otros ojos, otros sentimientos, con la serenidad de los tuyos. Aprecias cosas insignificantes y saboreas la vida. Entiendes de repente, que hay que dar dos pasos hacia atrás, que la vida no es ir mirando hacia delante, que nada es fácil. Todo esta tan lejos como siempre; hay momentos que parece que no volverá a brillar el sol, así como muchas noches que no puedes ver la luna, pero no por ello deja de existir, sino que está detrás de las nubes. Llegas a una edad en la que sabes que todo no es oscuridad, ya que una estrella brilla en la oscuridad más absoluta.

Así es la vejez, crees que es oscuridad, pero cuando te acercas, ves que hay luz en ella. Esa luz construida a lo largo de toda una vida, con esfuerzo, con cariño y con ilusión.

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