Esa mañana fresca partimos hacía nuestro destino, habíamos estado en silencio desde que salimos del puerto. Parte del trayecto de la lancha nos dedicamos a mostrar como niños mediante gestos y señas lo que nos atraía del paisaje pues el ruido del motor nos hacía casi imposible poder dialogar. Como diría él: la escena vista con frialdad podría ser algo patética. Un hombre de 58 años viajando a una isla con una mujer de un poco más de la mitad de su edad. 

Apenas y llevábamos la mitad del trayecto y parecía que a la mayoría de las personas ya no les apetecía el recorrido. Se habían hartado de ver la gama de azules. Ahora les aburría el rugir del motor y él pequeño bote ya no representaba nada más que una flecha blanca que avanzaba rápidamente en medio del mar vista por alguien desde lo lejos.  

Una vez llegamos; aquella isla nos daba el sosiego que en ese momento necesitábamos. El vaivén suave del mar nos arrullaba y la brisa nos saludaba mientras ambos sentados mirábamos perplejos el azul inmenso. Me senté a imaginar que navegaba por las entrañas del mar y descubría un borde por el que este caía derramado hacía el vacío. Quizás así era como ambos nos sentíamos en ese momento con una inmensidad rebosante dentro hacía ningún lugar. El sinsabor de la perdida había llegado a tocar a nuestra puerta y aunque teníamos varias décadas de diferencia juntos contrastábamos perfectamente entre los tonos azules pues hay cosas en la vida como un corazón roto que no distinguen edad. Nada une más que el dolor y sin saberlo estábamos compartiendo el propósito de aceptar lo que nos había traído esta vez la marea y seguir. Él irrumpió el silencio antes de que lo que llevábamos dentro nos ahogara.

-¿Crees que lo amas? Me dijo.

-No sé, respondí. Pero el día que se fue no podía hablar sin que se inundara mi rostro. Jamás había sentido esa presión en el pecho que casi no te deja respirar, ese dolor profundo que te jala al centro de la tierra.
-Hija mía. Imagínate eso por cuatro años. Desde el día que nos dieron su diagnóstico hasta el día que ella murió. Eso fue lo que sentí.

Nos habíamos conocido doce años atrás. En aquel tiempo el trabajo, la fiesta y las risas eran los protagonistas. Siempre había tanto ruido y gente alrededor. Anualmente departíamos en medio de cosas y personas superfluas, pero por fortuna la vida nos había unido para más que eso. Él Había planeado este viaje con un grupo de amigos que por diversas circunstancias no lograron llegar. De nuevo la vida con su «todo pasa por algo» y abriéndonos paso. 

-Jamás te había visto así. ¡Estás enamorada!.
-Cuéntame, ¿cómo fue al final?. Dije intentando evadir el tema.
– El hijo de puta hizo metástasis y sus pulmones colapsaron. Apenas y podía respirar a pesar de estar conectada con oxígeno. Era como vivir con una válvula a toda potencia pero aun así ineficiente. Llevaba cuatro años luchando contra el cáncer pero desde el comienzo nadie conocía su pronóstico mejor que ella. Mi esposa era médico así que… No se le podía engañar con milagros. 

– Creo que sí estoy enamorada. De alguien que ya no está.

-Trata de ver el lado positivo a las cosas. Sabes, un día ella cansada me dijo » tuvimos una hermosa familia, nuestros hijos ya están grandes, quiero que estés seguro de que fui amada y feliz. Vamos a vivir los días que me quedan». 

En aquel instante debí decirle lo siento, pero sabía que esas palabras lo venían acompañado por semanas y que en realidad yo no podía dimensionar su perdida. Más de treinta años no tenían comparación a unos cuantos meses. Pero el tiempo es relativo y yo sentía que estábamos allí sintiendo aquel vacío que queda por igual. 

-Fue el amor de mi vida. La mamá de mis hijos. Mira! nos hicimos esta foto junto con nuestros hijos unas horas antes de ella morir. 

-Sabes, ha sido la mejor experiencia amorosa que he tenido. No sé quien es más egoísta si él por su necesidad de seguir buscando algo o alguien más o yo porque aún no me asteaba de nuestros días y lo juzgo por soltar. Algunos días me pregunté si realmente así se sentía el amor o simplemente ambos estábamos huyendo de la soledad. 

Me senté en silencio a contemplar el mar mientras la brisa desordenaba cada vez más mi pelo negro suelto. Una maraña de sentimientos y pensamientos se posaron en mi cabeza.

-¿En qué piensas?.
-Ese día antes de marcharse le dije que lo quería. Jamás se lo había dicho a nadie.
-Estás jodida hija. ¿Porque decirlo en ese momento?.
-No sé. Había sentido ganas de decírselo pero no lograba que salieran mis palabras…Quizás con el ánimo de que no se fuera.
-¿Porqué no le llamas?. Dile lo que sientes aveces los hombres también necesitamos eso. Si estás segura de que es lo que quieres ve por ello. 

-Ese es el problema, al igual que él no entiendo lo que siento. Solo que yo jamás pensé en desistir. 

-Yo te veo muy enamorada. Insistió.

A medida que caía la noche la brisa se hacía cada vez más fuerte, las palmeras bailaban agresivamente y el mar tan inquieto como yo ante esto último saltaba. A pesar de cerrar todo en la habitación podía escuchar la marea murmullar fuerte en mi oído, no podía cerrar los ojos y una vez pude conciliar el sueño la puerta de la habitación se abría cada tanto azotando la pared. Era como si insistiera como recordatorio de lo que debía hacer.

– Le llamaré y le diré que lo amo. Me dije a mi misma resuelta. Me sentí alivianada y feliz. 

Al día siguiente me levanté di unos pasos fuera de la puerta y ahí lo tenía. El mar con su brutalidad como la vida. Vi venir una fuerte ola que se rompía contra las piedras, la sentí en mis pies al llegar a la orilla, escuche la espuma y al bajar la mirada ya no estaba. Yo soy como esa ola arrebatada que buscaba la orilla, él era la espuma. 

– ¡Buenos días!. ¿Como amaneces querida?
-Apenas y pude dormir, el vendaval y el rugir del mar me intimidó…Le he llamado anoche y no contestó. Le he escrito y acaba de responderme que no le parece buena idea que hablemos. Escupí de inmediato.
-Por un lado siento que tu intento de recuperarle haya fracasado, sé que tenías ilusiones. Pero por otro me alegra que haya servido para mostrarte de una vez su actitud y la realidad. Ojalá pases la página rápido… Créeme pesa más lo que no se intenta.
-Lo sé, sé acabo. Solo pienso en como las personas se van de un portazo y sin explicaciones. Si supieran que la verdad por cruda que parezca hace menos daño que el silencio y la incertidumbre. Pero no voy a seguir tratando de entender lo que ya no está. Jamás pensé que él fuera uno como los de la lancha, esos que se aburren fácilmente con el trayecto y empiezan ansiar llegar al destino y ver si algo más les pudiera esperar en la orilla. 

-Haces bien en seguir. Eres muy joven. Ya verás que hay muchas cosas que cambian con los años. 

-Yo aprendí a quererlo tal cuál era. Un día me dijo que yo era «rústica». Mira le escribí esto la primera vez que lo asaltaron sus dudas. ¿No creé es lo más dulce?. 

«Me gustan tus ojos y como cada vez que sonríes se enmarcan junto a esas arrugas que te dan una mirada dulce, me gusta el marrón de tus ojos al sol, me gusta despertar y sorprenderte mirándome dormir y fingir que no me doy cuenta para que lo sigas haciendo. Me gustan los colores de tu barba y de tu alma. Me gustan tus pecas que se asoman viendo como empiezas a perder el pelo y esconderlo con mis manos en la ducha imaginando viéndote algún día sin este. Me gusta nuestra indecisión en temas simples como cuál café comprar y vernos forzados a rápidamente alguno decidir. Me gusta coger tu cara y mirarte fijamente a los ojos por primera vez como a nadie sin sentir ganas de agachar la mirada. Me gusta tu sonrisa y el paréntesis que dibujan tus cachetes y apreciar tus delgados labios que dan ganas de besar. Me gusta como te me queda viendo desnuda y sentir tu piel caliente en la noche. Me gusta ver como aprietas tus manos, te las llevas a la cabeza y hablas solo en voz alta mientras trabajas…»

-Lo siento, no puedo parar de reír. ¿Como es que te ha dicho rústica?.

El mar había recuperado la calma y las palmeras su rigidez. Me quedé viendo como la suave brisa acariciaban sus canas, su piel se veía más suave mientras su mirada quedaba absorta en los más profundo del mar. Sus arrugas enmarcaban la mirada dulce que jamás le había visto, como la de un pequeño niño. Sabía que estaba pensando en ella. Nos quedamos en silencio sintiendo la salmuera del amar y siendo el uno para el la gravedad que contenía el borde de nuestro propio mar para no derramar al vacío.

-¿Qué harás al volver a Madrid?. Le pregunté. 

– Quiero viajar. Habíamos planeado un viaje a Venecia juntos que no lo logramos. Quizás podría ir a hacer ese destino inconcluso. ¿Y tú?.

-Quizás podría ir a Madrid y hacer ese viaje juntos. Dije bromeando.

-Cuando mi madre murió y mi padre empezó asumir su perdida se dedicó a viajar y hacer las cosas que no habían hecho juntos. Al ver esto yo enfurecía sin entenderlo. Ahora comprendo todo. 

-No solo hay cosas que cambian con el tiempo. Hay cosas que solo se aprenden con el pasar de él. Soy joven pero eso ya lo he aprendido. 

-Si alguna vez necesitas hablar con alguien o desahogarte, cuenta conmigo. He disfrutado de venir de nuevo a tu país y verte. Estos días han sido los únicos desde hacía mucho tiempo en que he estado a gusto y no he echado de menos a nada, ni nadie. 

-Ha sido terapéutico para ambos. Gracias por escucharme.

-Eres una mujer maravillosa. No mereces esto. Has estado criando a una hija sola, eres fuerte. Estoy seguro de que encontraras a un hombre que te merezca. Alguien que no le de vértigo por el camino.

– Ya no estoy tan segura. 

-Yo me he abierto todas las aplicaciones que existen de citas a mi edad. Hay que seguir.

-En eso estamos de acuerdo. De hecho me las voy a abrir también. Parece un poco pronto pero como dicen: «El muerto al hoyo y el vivo al baile». Hay que desaprender el esperar. Ya está visto que nos sale mañana un virus raro y hasta ahí llegamos.

Fue así como despedimos el amor de su vida y a quien pudo haber sido el de la mía. Nos servimos una copa y brindamos por ese momento, por los nuevos vientos y porque no un nuevo amar. Nos dimos un fuerte abrazo antes de partir y sembramos un roble que creció en un par de días lo que nos tomaría otros doce años de amistad. 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS