El VIEJO DEL BOSQUE.

El VIEJO DEL BOSQUE.

El gigante de bosque, así le dicen cariñosamente quienes llegan a visitar un viejo árbol que se encuentra en mitad de la llanura. Los asombrados visitantes, observan incrédulos lo que sus ojos ven. Es inmenso. A su follaje único, como un universo aéreo, llegan de otras latitudes las aves migratorias, que junto a las nativas, entonan un coro fantástico que alegra la inmensa soledad, de un gigante que muere, sumido en su propio dolor.

En cuanto a su edad, no se ponen de acuerdo, unos dicen que tiene miles de años, otros que cientos y algunos, que siempre ha existido.
El convencimiento de que es el mas grande y que a través de las centurias, ha sobrevivido a todos los desastres naturales, a las plagas y a los taladores furtivos, no lo llena de altivez, sino de tristeza y dolor, por ser testigo mudo de tantas calamidades que ha sufrido la humanidad.

Los taladores por muchas generaciones, han transmitido lo que podría ser una leyenda llena de fantasía, como muchas del bosque. Pero, cierto es, que los leñadores, hombres rudos y acostumbrados a soñar en las frías noches de luna, siempre tuvieron en sus mentes y corazones, la ilusión placentera de convertirlo en leña.

– Seria una montaña de leña, decían al pasar-.
Tanto tiempo de pie viviendo, sin mas compañía que la inclemencia de los elementos y la triste realidad de su solitaria vida, lo convirtieron en un árbol melancólico y con deseos de conversar.

A sus iguales contemporáneos, con tristeza los recuerda. Ellos, desde hace tiempo ya, fueron reducidos a cenizas, victimas del hacha inclemente del leñador.

La tristeza de saberse solo, en parte fue mitigada por aquellos, que por miles se cuentan en su visitar. Los turistas, errantes y curiosos, llegan a cumplir su peregrinación y no desaprovechan la ocasión para unir sus manos en torno a él, para que, entre risas y comentarios, su enorme circunferencia, poder medir; sin darse cuenta, que pisotean su entorno y sus raíces herían.

A fin de perpetuar sus visitas en el tiempo, estos, su corteza hieren, escribiendo sus nombres, corazones flechados y hasta grafitis. Por tal razón, sus cicatrices, por miles, se cuentan.

Herido, moribundo, solo y triste, el viejo siente que muere. Las aves del cielo, también lo presienten y con un dolor en sus almas voladoras, llegan a rendirle un justo homenaje a quien siempre las albergó.

En un afán benévolo, los conocedores del tema, salvarlo quieren. A pesar de sus muchos intentos, la formula, salvadora no encuentran. El gigante, con su alma de infinitos anillos circundantes, agradece en silencio los afanes de quienes protegerlo pretenden.

Por su prolongada existencia, conoce como pocos, el bien y el mal. Lo ha visto, lo ha escuchado. Ha conocido de cerca, los planes malévolos, de quienes creyéndose amparados por su inmensa mole, la emboscada preparaban, para destruir la vida y hurtar lo material.

Pero, ¡oh cosa maravillosa! También ha escuchado, a quienes sin importarles ser vistos, planear la forma de bosques enteros, salvar y la fauna entera proteger. A ellos recibe con cariño. El sabe que su mal, cura no tiene, que el tiempo, frio e insensible en su eterno caminar, su verdugo es. Sabe que nada es para siempre y lo que nace, tarde que temprano, ha de morir. En silencio acepta su destino y  gracias al creador da, cayendo nuevamente en los brazos de la meditación.

En la plenitud del verano, una leve llovizna cae; el sol en lo máximo de su esplendor, refleja en el firmamento, al arco de la alianza, el cual mostrando sus hermosos colores, alegra la vida.

La lluvia, tenue y persistente, nos muestra que el cielo llora, porque el viejo está triste.

Su follaje indómito, en el silencio de su angustia creciente, murmura. Sus hojas se agitan, su alma de madera gime, presiente lo peor. Una constante alucinación lo asalta, se ve a si mismo reducido a cenizas y esparcido por el viento.

El deseo de perpetuar, en el, ya no existe, solo está el quebrantamiento en su interior. Poco a poco se va llenando de una paz, que inunda todo su ser y le da el valor, para enfrentar lo peor.

El viento en su coloquio diario, se entera de su sufrir, también le escucha gemir, hace un alto en su andar y se arremolina a su alrededor, trata de darle consuelo, refresca sus apéndices, mas esto no sirve de nada. Es que los gigantes sufren, cuando la melancolía, les llega.

El viento se resigna y en un vuelo invisible, emprende su recorrido por los caminos olvidados del ancho mundo, por las aldeas incógnitas, hasta llegar a los pueblos melancólicos, donde la tristeza parece una enfermedad, por el abandono miserable a que son sometidos.

Así, por aquí y por allá, el viento va llevando el triste mensaje, de que en una desolada planicie, donde hace mucho tiempo atrás existió, un bosque como ninguno, un gigante, único sobreviviente de una raza milenaria, muere de soledad.

Cumplida su misión, el viento, viejo, cansado, triste y melancólico, presiente que un día, dejará de existir. Pero, aún así, emprende la retirada y nuevamente empieza su errante peregrinar. Cruza las montañas, los valles, los ríos y las cañadas, hasta llegar a lo alto de los elegantes nevados.

Su andar es lento y silencioso, piensa en su amigo del bosque y se duele por su sufrir, al imaginar que a su regreso, quizás ya no esté, como muchos, que víctimas de la pandemia son.

El gigante, agonizante, aún de verde se viste. En su quietud meditativa, descubre que ya nada le importa. Atrás quedó su centenario esplendor; en ese momento, reconoce que la paciencia, la bondad, el amor y la justicia, son las cualidades que marcan la diferencia en cualquier ser, convirtiéndo en mejor persona, a quien las llegue a tener.

Los ruiseñores, mirlos, palomas, canarios, azulejos, turpiales y otros muchos mas, con sus parejas, únicas compañeras durante toda su vida, han fabricado sus nidos en lo alto de sus ramas y ellos, con su canto en cada despertar, le recuerdan, que aún está vivo y no debe desmayar. Su compromiso ancestral, lo obliga a estar de pie, para cumplir su cita diaria con los muchos que vienen a verlo, para maravillarse de su majestuosidad.

Un turista, jactándose ante los demás dice : – este es mi árbol, aquí está mi nombre escrito – y señala la corteza herida.

Al oírlo, el viejo despierta de su modorra moribunda y en silencio, su insolencia perdona.

Los arboles también tienen sensibilidad y sus corazones de madera, con su rígido latir, saben perdonar.

Al anochecer, cuando las sombras se apoderan de todo lo que existe, la luz del día huye despavorida, para no ser engullida por la negrura nocturna. 

Protegido por las sombras, aparece «el solitario del bosque», sus pisadas cuidadosas y tenues, sin querer daño causar, lo llevan por el bosque y la planicie, hasta llegar a donde yace solitario y triste, el viejo del bosque.

El árbol gigante y el solitario del bosque, que viejos son y que bien se conocen. El solitario del bosque, es un hombre común y corriente, que un día, huyó del mundanal ruido y la maldad urbana, se internó en la espesura, sin querer de ella escapar.

Su vida quedó ligada para siempre, a los enigmas de la vida salvaje, natural y elemental. El, era de su entorno, sin que este le perteneciera jamás. Del bosque conocía cada árbol, sus caminos, cuevas y promontorios, cada animal y todos lo que se mueve dentro de el. Esto lo llevó a respetarlos y ellos. igual a él. 

En silencio aprendió a distinguir los sonidos del bosque, los rugidos de las fieras, las tristezas y dolor de su entorno.

Nada le era ajeno, todo lo conocía y esto lo hacia muy feliz. Diríase que la vida, lo colocó allí como guardián protector del bosque, condenado a vivir con su propia soledad.

Se sentó en sus raíces, que semejaban columnas de un gran palacio y en el silencio del día que recién ha muerto y la noche que comienza, se entregaron a su conversación diaria. Hablaban de cosas espirituales, como el Dios de la vida y terrenas, como ellos mismos.

Los dos sabían, que todo lo que sube, deja sus raíces en la tierra. Se comentaban de asuntos del corazón, es que ellos, amaban, sufrían y soñaban.

Ya entrada la noche, las luciérnagas, con sus luces corpóreas, señalaban el camino. La vida nocturna empezaba, se escuchaba a lo lejos, el canto de la lechuza, el corretear de los conejos escapando de un depredador y hasta el rugir de las fieras, llamando a una hembra en celo.

El estallido de la vida nocturna, lo llenaba de paz y tranquilidad. Saber que el bosque rebozaba de vida, era señal de que había esperanza. Que hermosa comunión disfrutaba con su entorno.

El solitario del bosque, emprende su retirada y  rápido como el viento, sigue por el camino iluminado por las luciérnagas. Se dirige a la cercana fuente, donde la ninfa encantada, al amparo de la luna y bajo guiños de estrellas, se bañaba con indolencia de ninfa. El viento también tiene su cita en ese lugar y empieza sus travesuras, envolviendo el cuerpo de la ninfa, que se sumerge, estremecida por el frio.

El viento y el solitario hombre del bosque, ríen, porque la ninfa ríe. ¡Que felicidad las de aquellos!, lejos de la maldad y la miseria urbana, que felices son. El viejo árbol, que nunca duerme, percibe que la vida pasa alocadamente a su lado, mientras la suya, huye con premura, cual águila herida, que busca con afán, su nido para morir.

El viejo del bosque, con la tristeza de un moribundo, reflexiona en sus adentros y en silencio piensa: – Todos respiramos el mismo aire, a niños, jóvenes y viejos nos calienta el mismo sol, es nuestro deber por nuestro entorno velar, para que la vida, vida sea – luego con lamento de árbol herido, en silencio se quedó.

Al llegar el nuevo día, todo en silencio queda, y solo se ve en el horizonte, en mitad de todo y de la nada, a un gigante herido, que ofrece su sombra protectora, al caminante perdido.

Y en el silencio de la espesura, queda un viejo que la vida lo convirtió en guardián perpetuo del viejo bosque, acompañado del viejo viento, que cansado de andar, allí se quiere quedar.                         ¡Oh, árbol milenario!

¡Oh gigante del bosque!

Si tu mueres, la llanura desolada, quedará.

Si tu no estás, por siempre, tu ausencia se palpará.

Las aves del cielo, pasajeras aéreas, siempre serán.

¿Las aves cantoras, con sus trinos, donde reposarán?

La tierra misma, llorará de nostalgia, al no sentir tu sombra ansiada.

¿Quien hablará de primavera sin tu presencia?

Sabemos que en este ultimo afán, quieres elevar tus brazos de gigante herido a la inmensidad del cielo y revertir tu enfermedad, pero inexorablemente tu tiempo pasa y con el se agudiza tu mal.

Pronto llegará la hora de tu partida y lo que hoy eres, mañana resumido lo entregarás y en cenizas, te convertirás.                                                                                                                                                                                                     

                             

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