«Doña Jovita»; una abuela de 15 años

«Doña Jovita»; una abuela de 15 años

Picky A.

09/03/2021

Conozco a Doña Jovita desde que tenía 15 años. Se reunía seguido con mi hermano y compañeros del colegio a comer ricos asados en el fogón de casa en las sierras de Córdoba. Cada uno hacía lo suyo para divertirse, pero el mejor acto era el de José Luis imitando a su abuela Jovita. Ella vivía en un rancho pobre perdido en el monte. Su legado, radicó en las vivencias dejadas a su familia. En especial a sus nietos…

Peluca. Pañuelo en la cabeza. Dentadura postiza sin algunas piezas. Un vestido añejo. La mañanita tejida al crochet. Unos lentes viejos. Guitarra en mano, Doña Jovita comenzaba su acto. Entre asado, vino, música y anécdotas de la abuela, personificada por su nieto, los amigos se divertían con sano humor. Al observarlo, me llamaba la atención el respeto con que imitaba a la anciana. Había algo en él que lo hacía diferente a otros chicos de su edad. Recuerdo que en esa época era muy humilde. Vivía con su familia en el interior del monte. Gente de campo. Bonachona. Entregaban su alma de manera natural sin desconfiar de nadie. Tenían la inocencia propia del habitante serrano. 

La primera abuela que imitó fue la suya. «La Jovita». Cuando ella murió, siguió visitando a otras «Jovitas» en distintos ranchos y taperas del monte. Todas las ancianas de entre 90 y 100 años lo inspiraron. 

Destacaba a su abuela como su musa. Su leitmotiv. Un ser poco común. Sin olvidar la rica sopa con cilantro y dos cucharadas de mazamorra que le preparaba. Ni sus cientos de anécdotas. Por sus años, ya estaba sorda, aunque lo disimulaba bien y cuando él le hablaba, ella respondía: “ ajá”, “mmm”, «buee»,»see»… Ésas fueron sus primeras imitaciones. Luego amplió el repertorio. Sus abuelos habían dejado el campo, escapando del impacto ambiental que produjo el dique La Viña. Por más progreso que resultase, la represa le hizo mucho daño a los pobladores zonales, que vivían de la tierra y la pesca.

El adolescente creció, y sus representaciones también. Dejaron de ser cuentos de asado para amigos. Estudió actuación. Formó una compañía teatral y comenzó sus primeras  presentaciones en la zona. 

Pasados unos años, llegó a la pomposa Buenos Aires. A la calle de los teatros. La Avenida Corrientes. La de las mil luces capaces de encandilar hasta un ciego. Pude seguir de cerca su vida porque mi sobrino acompañó al elenco actuando como extra. No poseía dotes actorales pero José Luis, por la amistad que tenía con mi hermano, lo llevó con él.

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La tarde del estreno, la Avenida Corrientes se presentó oscurecida. De pronto, las luces de las marquesinas la iluminaron como estrellas caídas del cielo. El tránsito era infernal. En un extremo, el Obelisco, erguido como falo excitado, trataba de ordenar el lío entre autos y peatones sin lograrlo. José Luis estaba fascinado.

Todo era una colorida y bulliciosa postal ¡Tan distinta a su tierra! ¡Tan intimidante que asustaba! Pero José Luis no sé dejó amedrentar por la opulencia que parecía iba a devorarlo. Se puso en la piel y el traje de Doña Jovita. Se fundió en el cuerpo de su abuela, y el miedo desapareció.

Así desembarcaron ambos desde Traslasierra llevando su idiosincrasia al corazón de la ciudad porteña. Primera vez que la simpática viejita, creada por José Luis inspirado en su propia abuela, se presentaba en la Capital. En el teatro Concert.  Era la coronación para cualquier artista debutar en ese espacio. El mayor logro para un muchacho humilde nacido en el interior argentino. Un lugar donde sólo se hablaba de ríos, montañas, pesca, cabras y turistas de verano que dejaban un par de pesos, con los que los lugareños pasaban el invierno. Era también, poder formar parte de ese derroche de arte y algarabía, que cada noche se daba cita atrapando a miles de personas que aplaudían emocionadas. Por último, era una hazaña haber triunfado con historias simples y cotidianas, recreadas en la voz de una vieja serrana. 

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Una noche, luego de  festejar la primera actuación de mí sobrino, pude hablar íntimamente con el actor despojado del rol de la abuela:

— Dime José Luis; ¿cómo es ponerte cada noche en la piel de Doña Jovita en su lucha por defender la naturaleza y su tierra?

«Con gusto te contaré» — respondió con cara de ternura —. «Cada reencuentro con Doña Jovita está lleno de situaciones conocidas e imborrables recuerdos. Fue mi estrella. Es mi guía. En la obra que me preguntas, libra una lucha interna porque ella es el monte mismo. Es la sierra. Es los piquillines, el río, el sol, la arena, el sauce llorón. Cuando escuchas a una anciana de Traslasierra hablar del monte, comprendes la pertenencia. Cuando ves la tristeza que le produce mirar como voltean el tala centenario del patio bajo el que se hicieron: Casamientos. Reuniones familiares. La siesta, aprovechando el frescor del follaje. Se acunaron gurises en tardes calurosas. Se tomó mate con amigos. Se vivió sin prisas. Si logras transmitir eso al público, éste verá en el personaje el alma de Doña Jovita. Tan desnuda como lo haría ella.”.

— ¡Estaría horas escuchándote! ¡O mejor dicho, a Doña Jovita!  —  hice una broma por no llorar de emoción — . De la última obra: «Entre la Peperina y el Clonazepam»: ¿qué me cuentas? ¿Cómo se te ocurrió abordar la salud yendo en contra de la medicina? — indagué. 

«La realidad de los adultos mayores y la necesidad de sembrar esperanza en el viejo, me reunió con un productor para presentar una obra en el festival Pensar con Humor.

El tema era la salud: «con médico o sin médico». La obra presenta a un anciano de la montaña, analfabeto, enemigo de la ciencia y amante de los yuyos curativos, pero, con toda la sabiduría que le da una vida de luchar por sobrevivir y tomando la salud como una problemática relacionada con el ambiente. Cuidado de la naturaleza. Qué agua tomamos. Qué aire respiramos. Qué comemos. Somos sedentarios o nos movemos. La obra no es sólo enfermedad. Es mucho más…».

— ¿Y cómo sería eso? — pregunté intrigada. 

«Tuve en cuenta la sabiduría de un anciano lugareño. O sea de mi abuela y de todo lo más jugoso que he aprendido de ella en los 100 años que vivió». 

— ¡Cuéntame por favor! — supliqué ansiosa. 

«Un ejemplo: hacer una buena pasta. Mi vieja no miraba la receta, la aprendió de su madre y ésta de la abuela. La vieja de nuestra zona, tiene un saber especial: el del serrano que se da maña con la comida, la convivencia, la situación de violencia, la inseguridad, la falta de recursos y medicamentos. Todo lo que le genera grandes problemas». 

— Y eso… ¿Cómo lo resuelve Doña Jovita? 

«La Jovita, en ésta obra, está sufriendo un dilema dónde se pone en juego el elegir entre un té de Peperina y el Clonazepam que le indica un médico. Hay un saber transmitido de generación en generación y otro que se legitima en la academia de medicina. Ella, Jovita, sabe hacer pastas. Un médico, recetas. Con la longevidad pasa lo mismo.  ¿Quién sabe vivir 100 años bien? ¡Los que vivieron sin dudas! Los médicos estudian para recetar medicamentos. Los viejos serranos usan menjunjes ancestrales». 

— ¿En la obra hay un enfrentamiento entre la ciencia y la naturaleza verdad…?

«Algo así, pero con un tinte artístico que apoya lo que se obtiene de elementos naturales. El Clonazepam es el ansiolítico más indicado por médicos. La Peperina, uno de los yuyos más elegidos por los serranos». 

De la charla mantenida con José Luis, surge el concepto de salud desde las enseñanzas y mirada de su abuela:

Curar el empacho. Tirar el cuerito. Curar el mal de ojos. Vinagre y alcohol para la otitis. Gárgaras para los resfríos. Jengibre para las náuseas. Miel para la tos. Cinta adhesiva para las verrugas. Hielo para la jaqueca, y la Peperina como gran sanadora de todos los males. 

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Escuchar a José Luis contar anécdotas de Doña Jovita, es un nuevo sabor de vida. Es renovar el amor por tus mayores. Es subir un peldaño más en el camino de las experiencias. Su personaje tan sabio, no se despega de las cosas reales ni de la visión cercana de cómo somos, cómo vivimos y hacia dónde vamos. Vivencias narradas con claridad, soltura y simpleza, no podrían dejar indiferente a nadie.

«Hay una idea graciosa en referencia a las nuevas tecnologías que tengo pensado para una obra que llamaré Doña Jovita siglo XXI» – continúo diciendo. Yo lo escuchaba fascinada como sentada en la primera butaca del teatro. 

— ¡No te detengas! ¡Haz de cuenta que soy una espectadora en alguna de tus presentaciones! 

«Ok. Doña Jovita le contará a su hijo que quiere actualizarse y comprar un celular. Todo lo que le pasará al personaje tendrá que ver con la relación de ella, el aparato, la tecnología y querer estar a la moda como las señoras del centro. Se mudará el verano a una casa en la ciudad. En un momento se subirá a un banco buscando señal para el aparato, y caerá rompiéndose la cadera. Mientras esté postrada reflexionará sobre su vida. A pesar del mal trago, lo pasará tratando de inventar algo para distraerse y no entrar en depresión. Como siempre lo hizo ante la adversidad. Como yo la recuerdo e imito en mis obras».

— ¡Buenísimo! Y qué me dices sobre la Cuarentena, ¿tendrá ella una visión? 

«¡Obvio que la tendrá! Te adelanto algo hablando como lo haría ella, ¿te parece?». 

— Uy, ¡genial! ¡Sí sí dale! 

«‘Me’jita’, hay que cuidar que la cabeza no nos empiece a dar ‘güelta’ y cumplir con la Cuarentena que puede ser tan maliciosa como el bicho. Por eso, yo busco que no me ‘apreten’ las penas. Me distraigo en el campo.

Ocupo las manos limpiando, planchando, cocinado, ‘trajinando’ con las plantas, las gallinas y las cabras.

Me pongo a agradecer a ‘Diosito lindo’ lo vivido. Hago trabajar la memoria. Busco en mi mente algún recuerdo perdido. Un tango, una milonga, un chamamé. Saboreo las recetas de comidas antiguas. La rica y sana mazamorra que hacía mi ‘agüela’. Nada de comida chatarra como ahora. La Cuarentena da tiempo ‘pa’ ordenarte. Yo le digo a los gurises: ¡qué e’ lo que andan callejeando!¡Métase ‘pal’ rancho chico! La autoridad ha dicho que no se ‘puee’ salir. Una cosa que extraño de mis tiempos es la compañía. La ‘comadre’ que bajaba de su rancho ‘pal’ mío. Hoy,  con la modernidad, venimos con un envión mezquino de la vida. Hay vivientes que la están pasando fulero… arañando la muerte en la ‘pior’ de las escaseces. Éste virus nos muestra lo grande de nuestra chiquitura. Y digo vivientes, a las gentes, los animales, las plantas, el río, el monte… En la milonga bien bailada de la vida entramos todos. Lo que más a mano tengo pa aferrarme a la humanidad, soy yo misma. Estoy enamorada de lo mío: del aire, del río, del rancho, de la sierra, del sol. Si un día llego a sentir que me falta alguno de mis amores, dejaré de respirar. Dejaré de sentir. Entonces…, tomaré el estetoscopio y diré: “Dr., sáqueme éste bicho!!”. 

* La amistad de la Jovita con mi hno es real e inspiró éste relato.

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