Luz entre las sombras

Luz entre las sombras

A los dieciocho años salió de un campo de concentración de Cáceres y seguidamente pasó por distintos regimientos hasta que les llevaron a un pueblo del frente de Teruel en el que pasaron las Navidades.

Empezó a saber lo que era frío de verdad. De esos fríos le quedaron para siempre los pies entumecidos.

Vuelta a los camiones y en Castellón entró de cocinero. Bajo el fuego de la artillería tubo lo que consideró fue ¡una gran suerte! a pesar de que si querían lavarse y beber tenían que recorrer tres kilómetros.

Después de varios traslados llegaron a Pina el 26 de Marzo. Por la noche del día 28 tuvieron una gran alegría cuando llegó el sargento cocina dándoles la noticia que Madrid se había entregado.

El día 29 se trasladaron hasta la primera línea de fuego haciendo prisioneros y conduciéndolos a campos de concentración. Los pueblos que encontraban estaban en ruinas y todo el camino estaba lleno de armamento y destrucción.

Ya de noche llegaron a otro lugar donde no había nada en píe. Llovía y se tuvieron que acostar con las mantas mojadas. Cuando se despertaron tenían un palmo de nieve sobre las mantas. Fue la noche más fría de sus vidas. Empezó a soplar un viento helador. Ni sus compañeros ni él fueron capaces de encender el fuego.

Sin desayunar tuvieron que seguir camino entre el barro y la nieve. Llegaron a una nueva posición. Tampoco comieron ni cenaron. El cansancio les tranquilizó el hambre y quedaron dormidos hasta el siguiente día. Cuando  el amanecer vacilaba en el horizonte hicieron y comieron chocolate hirviendo les supo a gloría.

Vuelta a caminar por la provincia de Valencia. Cuando llegaron a destino, sin comer desde el desayuno, a las seis de la tarde, dieron a la compañía el último recurso que les quedaba, una lata de sardinas para tres.

Después de varios destinos llegaron a Buñol y abrieron una intendencia: se maravillaron de todo lo que allí había: desde armamento hasta coches, jabón azúcar…El pueblo se llevaba cajones de jabón, sacos de azúcar, bidones de aceite…

Entre unos destinos y otros pudo llegar de permiso a su pueblo y dar una alegría a la familia después de varios meses de incertidumbre.

Fue pasando por Valencia, Albacete, Madrid, Ávila, Valladolid, León, y Pontevedra. La suerte estaba echada: voluntarios para África.

Lo que para su familia era un disgusto para él era una “cosa grande” llena de felicidad. Desde niño deseó ir a África. Les escribió a sus padres: “Padres con estas fechas parto para Ceuta. ¡No se preocupen! Salgo por mi voluntad. Les abraza su hijo.”

Astorga, Salamanca, Cáceres, Sevilla Algeciras. Ceuta, Larache, Alcazarquivir.

Del día 11 de Noviembre que llegó a Ceuta hasta el dos de Mayo de 1941  no tuvo permiso. Fue destinado a diferentes trabajos. Desde volver a hacer de cocinero hasta aprender albañilería. Oficio que después de la guerra desempeñó toda su vida laboral.

Al volver de permiso lo destinaron para ir al desfile junto a todas las fuerzas ante el Excelentísimo Teniente General Don Luís Orgaz Yoldi que había tomado el mando de todas las fuerzas de Marruecos.

El 15 de Abril del 1942 por la radio dieron la “gran noticia” de su licenciamiento para acto seguido sobrevenir más desgracias. Se dan casos de piojo verde en Alcazarquivir y les dejan sin salir a la tropa. Les cortan el pelo al cero a todos. Se les suma otro disgusto: retrasan la licencia de la quinta un mes más.

Por fin llegó el 4 de Julio y llegó la orden de que le toca marchar el 8 de Julio.

El 7 por la tarde entregó todo que tenía a cargo y se vistió “de Paisano” y por última vez fue a dar una vuelta por Alcázar. El día 8 después de comer salieron hacia la estación a coger el tren que los llevaría a Tánger a embarcar.

Después de cuatro años por fin licenciado y sin un duro llegó al pueblo.

Había visto tantas penas y horrores que ya fueron pocos los momentos en los cuales fue feliz. Nunca más probó el alcohol por haber visto en sus compañeros la desgracia que acarrea su abuso. Eso sí, con el tabaco no pasó lo mismo. Toda su vida desde entonces estuvo rodeada de una nube parduzca y apestosa. Incluso cuando lo iban a meter en la tumba alguien cercano le puso un paquete de sus puros preferidos, al igual que otros ponen flores o algún detalle significativo para el muerto, al lado, para acompañarlo al más allá.

La vida que tuvo después estuvo llena de silencio hecha de muchos silencios, aprendidos de los cuatro años de vida militar.

Y con grandes dolores de cabeza. Le tenían en la cama días enteros. Con todo cerrado. Con los diablos que conservaba en su interior No soportaba el más leve ruido y hasta casi al final no tomó ningún medicamento, los aborrecía todos. Uno de sus principios era que: «el cuerpo es sabio para curarse solo.»

Empezó a darse cuenta de que la vida era pródiga en hechos que antes de acontecer parecen inverosímiles pero, cuando sobrevienen, uno se da cuenta que no tienen nada de sorprendentes, son tan naturales como que el sol asoma cada mañana, o como la lluvia, el viento, etc.

Físicamente daba la impresión de sensatez revestida de enojo. Siempre taciturno y hosco.

Lentamente emprendió dos pilares de su vida. Un trabajo y una familia. Intentó que todos los integrantes priorizaran lo importante del esfuerzo. Machacaba una y otra vez:” el valor es la semilla que da fruto en muchas circunstancias que nos rodean”, “no hay que tener miedo a nada” “no se llora nunca”. Y cuando algo les salía mal decía invariablemente: “así se aprende”.

Los mejores ratos de aquella parte de su vida los pasó cuando iba de caza con sus amigos y relataba las corridas sin aliento laderas arriba y abajo tras el perro para descubrir algún nido de perdices, cados de conejos y liebres. ¡Con que mimo manejaba su escopeta! La desarmaba, limpiaba y engrasaba con un cuidado extremo. Envolvía cada pieza y siempre en el mismo orden las metía en el estuche. Luego la llevaba a un sitio oculto de la casa que solo él sabía.

También disfrutaba cuando escuchaba por la radio las competiciones de su equipo futbolístico. Creía tener las soluciones para que su equipo no perdiera. Comentaba los envites y los pases de los futbolistas como si estuviera jugando él en el campo. Se entregaba a las palabras del locutor como si le fuera la vida en el partido. Aquel equipo le hacía salir las emociones que en casa trataba de mantener a raya. Más de una vez realizó largas distancias con su moto para verlo jugar. No le importaba lo lejos que fuera el encuentro. Ni le asustaba el mal tiempo.

Cuando le llegó el momento de la jubilación todo fue una corrida cuesta abajo. Perseguía algo pero no sabía qué. De joven soñó con la jubilación y ahora de jubilado, soñaba con la juventud. Empezó con cambios de humor y pensamientos oscuros. Se interrogaba a sí mismo de qué se arrepentía más, si de lo que había vivido o de lo que había dejado de vivir. Estaba ya perdido en aquellos nuevos tiempos y analizaba críticamente los usos de esos tiempos que ni quería ni intentaba entenderlos. El entumecimiento que tenía en los pies le pasó a su interior. Y poco a poco le mordía el alma.

Fue entonces más que nunca cuando se aferraba a sus vivencias y sufrimientos padecidos. Quería inculcar a sus oyentes la fortaleza que el demostró en sus idas y venidas los días de infortunio. Pero en su comunicación no encontraba el alivio que mendigaba.

Un día le pusieron un nieto entre sus brazos y se extasió. Emocionado lo meció y empezó a cantarle en susurros las canciones de su época y las marchas militares tantas veces entonadas. Poco a poco se fue acomodando a los ritmos de vida del pequeño. Aquella nueva vida fue una luz que empezó a darle calor en aquella vida hasta entonces llena de muchas sombras.

Le compró la primera bata para la guardería y lo iba a recoger a la hora de salida. Cada vez más a menudo competían con el balón y el abuelo instruía al nieto para que pensara mejor los pases de pelota. El niño era muy travieso, inquieto e impulsivo. Casi todas las vacaciones escolares lo tenían que coser en una parte u otra del cuerpo. En la pierna se cortó con un cristal, con un palo se agujeró el labio. El brazo se le salía de sitio, etc. Sin contar que jugando con los amigos al hockey de un golpe con el stick le rompieron dos dientes. ¡Cómo padecía el abuelo esos infortunios! En cuanto el abuelo se enteraba de esos percances no se separaba del niño. Le indicaba que no fuera tan tremendo y le contaba sus “batallitas” mientras el niño estaba convaleciente. El afecto que tenía al niño y el niño le devolvía poco a poco iba dulcificando el humor del abuelo. Y casi siempre ya iba incluyendo una leve sonrisa en el rostro.

Un día empezó a hablar al nieto de centímetros, metros, etc. Le traía diversos instrumentos de medidas. Luego llegaron los juegos de compás y tiralíneas. Después los ángulos y los grados. Y haciendo cálculos el nieto iba creciendo y el abuelo dulcificaba el carácter. Los días iban pasando y se iban tejiendo unos sólidos y entrañables lazos entre ellos. Tenían muchas conversaciones y secretos.

Un día empezaron a construir en una parcela de tierra una casita donde pasarían largos ratos conversando de”sus cosas”. Era pequeña pero con el suficiente espacio para sus sillas junto al hogar. El abuelo quiso que las manos de los dos estuvieran impresas en el cemento. También los nombres y la fecha. Le enseñó los diferentes cultivos que se hacen dependiendo las estaciones del año. A todo lo que conlleva trabajar y ser respetuoso con la naturaleza. A ser constante y tener paciencia. Pero sobre todo a llevar una disciplina y ser tolerante con lo que nos rodea.

Mucha vida le dio el nieto. Y el nieto le dio el calor que desde niño había buscado el abuelo que empujado por un destino tortuoso se había visto obligado a cambiar de calor como de camisa.

Cuando ya, el niño, convertido en adolescente y teniendo que elegir unas materias u otras en el instituto escogió el dibujo técnico ya iba apuntando maneras de lo que le gustaría aprender y a lo que dedicar su vida.

Luego pasó a la universidad. Conseguida ya la diplomatura de Arquitecto técnico no le faltó trabajo. Siempre buscando participar en los trabajos que le reportaran más satisfacción y de los que el abuelo se hubiera sentido orgulloso. En su despacho lo que destaca son aquellas primeras reglas y metros junto a las más modernas herramientas útiles para realizar proyectos.

El abuelo ya no está. Se había apagado cuando tenía la placidez y la tranquilidad que durante toda la vida había buscado. Un enfisema pulmonar debido a su afán fumador había acabado con él.

El hombre en el que se ha convertido aquel niño siempre tiene un rato para pasarse por aquella casita construida entre los dos. Va acompañado de su hija y al calor del fuego le cuenta los momentos felices que habían pasado allí con el abuelo al que quiso mucho.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS