El viejo coloca la silla en la puerta de su casa y se sienta en el lugar en el que lo ha hecho la mayoría de los días de su vida. Al atardecer el cielo se pinta de colores rosáceos sobre los melocotoneros en flor.

La imagen hace que sus sentidos reciban el olor de los frutos maduros cubiertos de pelusilla. El aroma activa sus recuerdos y siente el sabor de unos labios que besaron los suyos muchos años atrás bajo aquellos mismos árboles.

Una voz conocida hace que vuelva a la realidad:

–Vamos abuelo, tienes que cenar y acostarte, es tarde y luego duermes mal.

El hombre sigue a la joven a regañadientes hasta la cocina. Se sienta a la mesa y piensa en el parecido físico que tiene con la mujer de su recuerdo cuando las dos tenían la misma edad.

Se mueve entre las cazuelas con la misma gracia y soltura que lo hacía ella a los diecisiete años.

La muchacha deja encima de la mesa un plato que es típico de la tierra: ensalada de atún con tomates pelados, huevo duro y aceitunas negras, aliñado con vinagre y aceite de oliva.

Toma un bocado y lo saborea. Después, lleva la copa que tiene sobre la mesa hasta la nariz. A pesar de los años su olfato permanece intacto y aspira profundamente el aroma afrutado. Mueve lentamente la copa y el líquido de color rubí adquiere un tono violeta, que le sorprende.

Lo lleva a la boca y mientras el vino se desliza por su garganta revive aquella mañana lejana en que, acompañando a su madre, entró en la cocina donde ella preparaba la comida.

Se vio dejando el saco de harina en medio del fogón mientras decía: –Huele de maravilla. Se acercó temeroso y pregunto:

– ¿Qué cocinas?

–Un guiso para el almuerzo, respondió ella mientras le mostraba el contenido de la cazuela: habas secas, panceta, hueso de jamón, chorizo y pimentón de ñoras. Es un plato sabroso que te gustará probar.

Vivían en el mismo pueblo, habían ido a la misma escuela, pero fue como si se vieran por primera vez.

Luego vinieron los paseos entre los frutales y compartieron risas, besos y recetas de cocina. Querían pasar el resto de su vida juntos, pero eran demasiado jóvenes.

Mientras pasaba el tiempo se contaban sus pensamientos secretos y supieron de sus anhelos. Hasta que llegó el día esperado. La iglesia, el banquete y la noche que desveló el misterio. Sin prisa, con ternura y deseando que el otro sintiera lo mismo conocieron cada rincón de sus cuerpos.

El viejo suspira con añoranza. Y algo parecido a una lágrima escapa de sus ojos.

–No llores le dice su nieta, ella te ve y no le gustaría que estés triste.

No son lágrimas, dice el hombre de forma que suena a disculpa. Mis ojos son tan viejos que a veces parece que lloran.

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