Tres monedas de cobre

Tres monedas de cobre

PEPA DIAZ

03/06/2017

Sabor a sal, y ese sudor que corría de forma torpe e irregular por mis manos, cada vez que acariciaba mis labios: delicioso, marino, irresistible… En mi boca ya podía sentir el sabor, y hasta el picor, de aquella especia ancestral, que tanto me gustaba. Su textura invadía mi paladar, mientras, bajo la lengua, un grano de sal se derretía, impregnado de aceite y pimientón.

Entré en la casa y un aroma cálido e intenso me llenó los pulmones, ese olor tan gallego, tan inconfundible…

Mamá, ya tomo nota de cómo se prepara. Ahora no empieces con una pizca de eso y un poquito de esto otro… ¿vale?

Vale. Contestó mi madre con esa cara y esa voz de “esto va a ser muy difícil”. Primero tienes que congelarlo…

¿Cuánto tiempo?

¡Cómo que cuánto tiempo! Yo que sé… ¡Ah! Se me olvidaba. Si lo compras fresco, primero tienes que golpearlo con fuerza, tres veces, contra la encimera…

¿Qué? ¿Hay que machacarlo? No, mamá, yo no puedo… De verdad, que no puedo.

¡Ya estamos! ¿Quieres aprender o no? …Y lo del congelado con un día o dos llega, después se descongela…

¿Qué? Pero…

Mira… Pones agua a hervir, le echas una pizca de sal, tres monedas de cobre e introduces el pulpo, agarrándolo por la cabeza, tres veces en el agua hirviendo, para que ricen las patas; cuando ya está cocido…

Pero… ¿Cuánto tiempo?

Lo cortas, con una tijera, en rodajas, ni demasiado gordas, ni demasiado delgadas. En una fuente, de madera, le echas aceite de oliva, unos granos de sal gorda y pimentón al gusto… ¡Y ya está!

Gracias mamá, pero… ¿Cuánto tiempo?

Tú ya lo ves… lo pinchas con un tenedor, mientras se cuece… después lo sacas…Y con una pizca de eso y un poquito de esto otro… ya está listo.

¡Mamá…!

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