Aromas huecos post-Trump

Aromas huecos post-Trump

Mara Blixen

03/06/2017

Una cena mensual, dos lunas cruzadas, tres botellas vacías y cuatro amigas. Unas por deshabitadas y otras porque deciden dejarse llevar cuando, antes de llegar a la azotea, se perdieron en el sótano rojo, todas creen subir a un nivel emocional (que no intelectual) superior. Probablemente habrán leído a Bolaño diez veces, pero revelan que no conocen la verdad del término emoción. Tal vez chispa, alegría, verde-gris, alborozo, orgasmo e hilaridad, son emociones para ellas, y apoyadas en dichas, cursilean con la preciosa lengua española; lo hacen removiendo con ritmo pausado su copita de vino caro. Fotograma de Vogue.

¿Por qué creemos que cuanto más hablamos, más cosas importantes decimos? Me consta que no existe, pero que alguien ponga de moda el slow-talking como concepto estaría del todo bien. No para aprender inglés; más bien, para amortiguar la ansiedad que arrastra el mundo post-Trump.

En cuanto se me ocurre intervenir para hacer una pregunta incómoda que ninguna espera, ni siquiera soy capaz de terminar la reflexión. No están dispuestas a escuchar lo que, ya en mi saliva, se deja ver como incomprensible, inaceptable, o de lo que no se tiene una respuesta. Insisto en que me dejen definir bien el texto, pero fracaso; desisto. Me escondo en mi mundo interior.

Ayer me sentía incómoda con la conversación y exploté. Lancé la pregunta a lo “Sálvame”. Doce segundos de silencio en la mesa. Noelia me mira con intriga, a otra se le tuerce el ojo y suelta el tenedor, no quiere seguir comiendo. La morena alta, se da cuenta de que, tal vez, la media hora que ha estado intentando convencernos, con monólogos carentes de sufrimiento, de que siempre hay que perdonar, tan solo ha sido aire superfluo. Al final, el telediario y la guerra de Alepo terminan. De camino al postre, Juana se torna agresiva conmigo. Me reta a responder si “eso que pregunto” me ha pasado a mí.

No, claro que no —Miento.

Menos mal. Con alivio vuelven a la carga con sus planteamientos new-lacanianos. Y tú ya te maquillas de ti misma para no intoxicarte de sus voces bobas; no vuelves a hablar. Deseas volver a casa sola y requieres de oxígeno; así que te olvidas del cabify. Caminas a paso rápido por las calles de Tetuán, con sus curvas de mestizas sueltas y trenzas teñidas con aros por pendientes. Paseas ligera, escuchando una buena lista de rap francés. Son las cuatro; sudas. El cardio veloz hace que te olvides de las voces pijas huecas, excepto la de la morena, que hoy es rubia. Ella te quiere.

Y cuando ya no recuerdo por qué persigo un pie delante de otro, un olor penetrante me transporta a la inocencia, a los bollos suizos que preparaba mamá los domingos y que ahora repetía una mulata en un bajo incandescente. Al instante, me alzo segura de nuevo al pedestal de artista que los tuyos no pueden comprender porque no están dispuestos a testar en sus labios un aroma diferente.

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