El hambre de sus besos con sabor a frutos silvestres, me persigue como una sombra viva con ganas de quemarme el alma lujuriosa, que ya está herida de muerte por el mágico flechado de haber soñado con ella. ¿Acaso existe esa hija de Morfeo, más allá del mágico sueño en el que nació en mi vida durmiente para quedarse? Quiero ser su alimento afrodisíaco, aunque sea yo el hambriento desahuciado, terrenal y ella la ambrosía celestial que solamente se aparece en sueños, como una dulce epifanía, con su hermoso rostro de ángel caído y su deslumbrante cuerpo de musa imposible. Realmente ella es un sueño con sabor a selva virgen, que me invita a morir cada noche, a caer rendido en los brazos de su padre, el único que conoce el sendero que me lleva de nuevo a sus besos alados hechos de sol con sabor a fruta madura, a su deslumbrante compañía de naturaleza divina entre las nubes.
Entonces cierro los ojos a la cruda realidad, que es esta soledad hambrienta, paupérrima, lúgubre, fría, silenciosa y allí está ella, tan lejana y tan cercana como un cálido sueño que alimenta mi espíritu. El aroma nectarino de su aliento onírico al otro lado del abismo de la realidad, me hace pensar en los sabores desconocidos que están ocultos en la naturaleza inhóspita esperando ser descubiertos y el aroma inexplicable de las flores frescas que aún no han sido conocidas y que están escondidas de los ojos mortales en jardines inverosímiles, donde reposan en su infinita dicha junto a las divinidades eternamente complacidas por su presencia perfumada y sabrosa.
Me embriaga como un vino sagrado pensar entre dormido en el éxtasis de sus besos carnosos, que sazonaron mi insípida consciencia con su sabor insólito. Pensar en ella es desearla de nuevo, como una oración dionisiaca que me complace y que guarda la utópica esperanza de ser escuchada por Morfeo. No lo es porque no he vuelto a soñar con ella. Mis sueños ahora son otros. Se han transformado, sin ella, en pesadillas infestadas de sombras inexistentes y ausencias nostálgicas. Las noches pasan y el aroma silvestre de sus besos oníricos se va esfumando lentamente en el olvido
Entonces abro los ojos de nuevo a la realidad cruda para saberme solo en esta noche interminable. Tan solo acompañado de la triste añoranza de saber que ella fue un sueño delicioso que alguna vez tuve, que vuelve a mí como un frágil recuerdo onírico condenado a esfumarse en la nada. Que toda ella, con el mágico sabor de sus besos, no volverá jamás.
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