A tres días de Navidad, el cuerpo de la joven Eva Hrabal, último premio Nadal, con Frágil, su primera novela, yacía frío y desnudo junto a su mesa de trabajo.

Los servicios de emergencia del 112 sólo pudieron certificar su muerte.

Por esa razón, el loft que ompartía en la Guindalera con Chloé Fillon, estaba más poblado que de costumbre; ambas mujeres compartían una intensa relación sentimental desde hacía tres años.

Fue Chloé, quien, al llegar a casa de madrugada, descubrió el cuerpo inerte de su pareja.

Mientras uno de los sanitarios la atendía, calmando su ansiedad, la inspectora de la policía decidió examinar la casa.

Mesa de mármol en la entrada. Sobre la mesa, un jarrón blanco con tres rosas de Aleia y, al lado, el bolso de Chloé. Sobre la pared, colgado, un cuadro con una flor azul que ambas mujeres adquirieron en un viaje a la India.

Aquella flor azul atrajo el interés de la inspectora; era la flor del ‘casco del diablo’.

En el centro de la sala, dos enormes sofás blancos.

A la derecha la cocina. El espacio de Chloé Fillon; limpio e inmaculado, que a Eva sólo se le ocurría invadir cuando precisaba hielo para su ginebra.

A la izquierda, en total anarquía, el despacho de la escritora. Su mesa revuelta camuflaba su portátil, encendido aún. Junto a él, un vaso con ginebra. En el suelo, próxima a una pila de libros, una blonda blanca, pequeña, de esas que se emplean en pastelería.

La inspectora regresó junto a Chloé.

—Soy encargada de un restaurante, en la calle Almagro —respondió a la pregunta de la inspectora.

—¿Llegó usted a qué hora?

Chloé Fillon, dudó, limpió sus lágrimas y relató de nuevo, uno a uno, los pasos que dio antes de encontrar el cuerpo sin vida de Eva.

La inspectora tomaba notas.

—¿Tienen pastelería en su restaurante? —preguntó la inspectora.

Esta vez no supo qué contestar y calló.

También ocultó que, antes de llamar a emergencia, destruyó alguna prueba; Eva Hrabal adoraba las uvas con chocolate, y de esa debilidad se sirvió Chloé.

Tampoco informó de que, finalizada la gira promocional, Eva se mostraba incapaz de escribir un párrafo, que recibía fuertes presiones de la editorial, que entró en una fuerte depresión y que estaba decidida a romper la relación amorosa entre ambas mujeres.

Esto último, Chloé no lo aceptaba.

Sin embargo, tras la autopsia, sólo dos días precisó la inspectora para conseguir su confesión.

Durante las últimas semanas, Chloé preparaba a diario una pequeña caja de uvas con chocolate que enviaba a su pareja envuelta en papel charol amarillo, atada con una cinta roja rociada con jazmín.

Eva suponía, ingenuamente, que provenían de alguna admiradora secreta.

Así, Chloé adiestró el paladar de Eva y, con celosa rabia, el último día, sustituyó el glutamato de la mezcla del chocolate por una dosis mortal de aconitina.

Pero el ‘casco del diablo’ acabó por descubrirla; la ciencia forense actual no era la del siglo XIX.

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