Jengibre.

Ron.

Clavos. La mezcla es aromática pero fuerte. Añado hojas de romero y parece que la salsa para la carne experimental tiene un toque a ti, a tu humor mañanero, a tu sudor después del retoce.

La carne esta magra, cortada por partes que dispongo a hornear. Retiro huesos, venas y nervios con atinada atención hasta que el calor del horno a 350 grados me indica que es el momento perfecto para meter la bandeja; aunque, al verla allí, decido cortarla en pedazos mas pequeños, casi obsesionadamente uso el cuchillo mil veces para empequeñecer al mínimo tanta carne.

Espero una hora, bebiendo ron cubano, ese que tanto te gusta y que te embriagó anoche, hasta que perdiste el sentido. Lo último que atinaste a decir fue que te diera algo de comer…

Saco la carne, le añado la salsa de jengibre, pruebo, saboreo, espero, escupo…sabe tanto a ti que no puedo hacer otra cosa que vomitar y pensar con que ingrediente le quito ese sabor a tu piel, a tu carne que anoche probé con mi lengua y que hoy no puedo dejar de sazonar.

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