Ligando la salsa

Ligando la salsa

– ¿Ha terminado la señora?

– Sí. Puede retirarlo.

– ¿Quiere que le traiga otra cosa? Si me permite, puedo sugerirle…

– No, gracias, simplemente no tengo apetito.

Si amas la cocina, trabajar en el mejor restaurante de la ciudad puede hacerte muy feliz. Sin embargo, una clienta tan “gratificante” se convierte en un mal augurio para el resto de la noche.

Me acerqué a la mesa cuatro, una de mis favoritas porque ofrece, desde la intimidad, una vista completa del comedor.

– Perdone. ¿Va a pedir ya la señora o prefiere seguir esperando?

– Tráigame otro Martini seco, por favor. Creo que esperaré un poco más.

El mal augurio era ya una realidad. Los clientes a los que les dan plantón pueden ponerse muy desagradables, especialmente con unas cuantas copas encima.

– ¡Espere! Tráigame un lenguado y la ensalada de espárragos verdes, por favor. No creo que por un imbécil tenga que quedarme sin cenar. ¿No le parece?

– Por supuesto, señora. Ahora mismo llevo su comanda a cocina.

Pasé el resto de la noche observándola, fascinado por su belleza y por su forma de comportarse, con una elegancia natural, distante pero sin soberbia.

Al marcharse, me hizo una seña para que me acercara.

– Me dio la impresión de que, cuando le retiró el plato a aquella mujer, para usted fue casi como un insulto. Tengo curiosidad por saber qué es lo que había en el plato.

– kokotxas en salsa verde. Una maravilla despreciada por una ignorante.

– Quizás algún día me anime a probarlas, aunque solo sea por la pasión con la que habla de ellas.

– Pues, no es por alardear, pero le diré que mis kokotxas están entre las mejores, y créame, sé de lo que hablo. Si no le molesta, le dejo mi número de teléfono, y si se anima, cualquier lunes por la noche, que cierra el restaurante, me encantaría darle la oportunidad de probarlas.

– Quién sabe. Puede ser que acepte su invitación.

El lunes siguiente entraba por la puerta de atrás del restaurante.

-Bueno, supongo que no he podido rechazar una invitación tan apetitosa.

Abrí una botella de verdejo y, mientras cocinaba, le fui explicando el proceso como preludio del festín.

– Para preparar unas kokotxas de merluza en salsa verde, se colocan en una cazuela sobre unos ajos ligeramente dorados con unas rodajas de guindilla, se salan y espolvorean con perejil picado y se cocinan durante unos minutos, moviendo la cazuela en círculos para ligar la salsa, hasta que adquiera un color entre verde claro y amarillo, reflejo de la gelatina del pescado. En ese momento se les da un golpe de calor, para servir en su punto justo de temperatura.

Aquella noche hicimos el amor, intercambiando aromas y sabores que quedaron grabados para siempre en mi memoria.

Si amas la cocina, trabajar en el mejor restaurante de la ciudad puede hacerte muy feliz. Además, una clienta tan gratificante es un buen augurio para el resto de tu vida.

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