Extraño sabor

Extraño sabor

Vanessa Padmir

30/04/2017

Pudo ser doloroso, imagina: presenciar el banquete, un festín de colores y aromas, de texturas y memorias, todo en una explosión de mis mejores recuerdos, esos que compartí con los que me amaron.

Cada bocado llenaba mi alma, masticaba el amor de mi madre por la cocina, paladeaba la fuerza de mi padre el proveedor, perfecto cómplice de la cocinera, sólo para que en cada cena, fuera yo el receptor especial de la historia completa de mi linaje.

Conocí las lágrimas de la cebolla, pretexto para desahogar la nostalgia inerte de las heridas viejas; supe del vino tinto, compañero inseparable de la valentía ante la adversidad; intuí la belleza de la carne, del acto sublime de entregar la vida para alimentar a la vida misma y descifré la ternura del chocolate, final glorioso del placer terrenal. Pero eso había quedado atrás…

Ahora el éxtasis en el paladar, el cerrar los ojos para naufragar en la dulce fragancia y el revivir cada momento feliz en un segundo, le pertenecía a ellos. Era la boca ajena la que moría de placer al deglutir, la que encontraba calor en la frialdad de su tristeza, la que sonreía al recordar. Yo me limitaba a ser un simple espectador.

Pudo ser doloroso, mas no fue dolor. La gratitud de haber vivido esa experiencia infinidad de veces fue un bálsamo bendito ante la extrañeza de no estar vivo. Hoy comparto silenciosamente la mesa con los que me extrañan, con mis amados. Ellos no lo saben, quizás tampoco lo sabrán, mientras tratan sin éxito de dar explicaciones lógicas a mi ausencia, yo me fundo en los sabores que nunca volveré a degustar, con la simple intensión de seguir siendo parte de su amor.

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