CILANTRO, CANELA Y ALBAHACA

CILANTRO, CANELA Y ALBAHACA

VERONICA VERONICA

08/05/2017

Era la primera compra que hacía para equipar su nuevo departamento en esa nueva ciudad empolvada que miraba hacia la Cordillera andina y pensó que sería una buena oportunidad para recorrer la feria de pequeños productores que se instala bajo los árboles añosos de la plaza. Traen productos frescos, recién cosechados – le dijeron sus nuevos vecinos, por lo que se dirigió hacia allá el domingo por la mañana, con su carrito con dos ruedas, sus bolsas de tela y todas las recomendaciones de las señoras.

Al llegar, se dispuso a recorrer la feria tal como su madre le había enseñado alguna vez, que era simplemente realizar un primer recorrido para comparar los precios y de vuelta realizar la compra. Fue justamente eso lo que hizo, dispuesta a llegar hasta el final del circuito, y se sumergió encantada por los sonidos del vecindario. Había allí toda suerte de recipientes para contener los productos: desde cajones de madera hasta canastos de mimbre para las frutas, envases de vidrio y de cerámicas para la miel de abejas y las pastas picantes, largas trenzas de ají rojo ahumado salpicado con cabezas de ajo, cucuruchos de papel de diario para las flores y para los huevos de campo. Estaban allí todos los colores, los aromas y los pregones cantados de los tenderos al vocear sus productos, invitándola a acercarse con sus risueños por aquí caserita, todo fresco y barato.

El puesto de las especias atrajo irremediablemente su atención, no por el melodioso pregón del vendedor, que decía algo muy parecido a “venga por aquíííí mi caserita y lleve de lo buennnno lleve de lo buennnno” … o algo por el estilo, sino por los caprichos para exhibir sus productos sobre un primaveral mantel blanco bordado con flores multicolores que danzaba con el viento cordillerano, que la llevó instantáneamente a alguna tarde de estío de algún lejano día domingo descansando en su memoria bajo el parrón.

Inexorablemente se detuvo allí parra hurguetear las pequeñas pilas de saquitos de arpilleras repletos de semillas, los frascos con pastas y mermeladas y las bolsitas anudadas con toda suerte de polvos aromáticos mediterráneos. Nada más aproximarse las ventanillas de su nariz aletearon al percibir el aroma de las hojas de albahaca, que huelen a alegrías del pasado le había parecido siempre a ella, seguramente porque su olor se le pegó en el corazón un día de verano cuando regresaba a casa a la hora del almuerzo después de una mañana repleta de brincos y juegos. Su mente la transportó inexorablemente a los barrios de su infancia, a sus correrías infantiles, cuando los niños aún jugaban a la ronda en las calles.

Supo inmediatamente que ese día prepararía porotos granados con caldo pilco condimentado con generosas hojas de albahaca fresca, y agregaría al lado un blanco plato con tomates cortados en rodajas y cilantro picado. Supo también que esa tarde de domingo dormiría la siesta y después bebería el café con un palito de canela para despabilarse.

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