Explicar la relación que tuve con mi madre no es algo fácil de hacer, dicen por ahí que las relaciones entre madre e hija son complicadas, la verdad no tengo la menor idea, para mí, amar a mi madre y convivir con ella fue de lo más fácil y de lo más placentero.
Algo que nos unió siempre fue la comida y es que es difícil ser peruana y no tener una relación casi orgásmica con todos esos potajes que nos ofrece nuestro hermoso País.
Me acuerdo de muy pequeña escuchar a mi madre, preguntándome si quería acompañarla a cobrar el cheque de jubilación de mi abuela, era mi parte favorita de cada mes; hacíamos una cola de más o menos 3 horas en el Banco de la Nación, llegábamos a la ventanilla, mi madre mostraba todos los papeles y nos daban el dinero.Al terminar dicho engorroso trámite, me llevaba a comer a la “sanguchería de la merced”, lugar donde servían los sanguches de cabeza de chancho más ricos, jugosos y picantes de todo el mundo y alrededores. Recuerdo que mientras íbamos comiendo, conversábamos de la vida, creo que fue ahí donde me disloqué la mandíbula y es que con apenas 10 años de edad, tenía la boca muy pequeña para tremendo sanguche.
Como olvidar los ceviches mañaneros, mi madre iba a despertarme con una sonrisa pícara en los labios, invitándome a la cevichería de la esquina, mi segundo lugar favorito en el mundo, servían un riquísimo ceviche de mariscos, muy picante con el toque perfecto de limón y es que su secreto era usar limones exprimidos solo hasta la mitad. El cocinero un día nos contó que ese era el gran secreto de su sabor, nos explicó que cuando exprimes el limón hasta el final, hasta que no quede una gota, estas últimas son muy ácidas y eso hacía que el ceviche perdiera sabor.
Y ¿mi lugar favorito en el mundo?, “Don pollo”, servían los más exquisitos pollos a la brasa; mi madre y yo íbamos caminando hasta allá, quedaba a unas 20 cuadras de casa, no puedo decirles que era lo que disfrutaba más, si la conversación con ella durante la larga caminata o el experimentar ese sabor crujiente del pellejo del pollo, esas papas fritas envueltas por ese ají hecho de huacatay y otras especies.
Mi madre ya no está conmigo, tuve que aprender a comer sola, y no me refiero al acto de comer, sino a aprender a disfrutar de nuevo esto que para muchos es una necesidad, pero para mí es un arte que mi madre me enseñó a amar.
Una vez leí que la vida después de la muerte es en realidad una proyección de lo que uno cree y desea, si esto fuera cierto, estoy segura que mi madre estará comiéndose de cuando en vez un pollito a la brasa, esperando al fin a que yo llegue y la acompañe y así seguir disfrutando juntas de nuestras comidas de amor.
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