Aquella mañana al entrar al obrador el aroma despertó sus sentidos. Lo llevaba entre la piel, una fragancia de su linaje que le encantaba. Las hermanas decidieron seguir la tradición familiar y era una suerte un trabajo como el suyo.

Su ayudante ya tenía todo controlado, tal como Anita le ordeno la tarde anterior. Sobre la mesa higiénicamente acondicionada reposaban unas planchas de bizcocho fino, hoy cuadradas en tres tamaños. Un recipiente con nata, otro con moca, fresas troceadas remojadas en su propio jugo, piña finamente recortada reposando en zumo de lima. En otro recipiente guindas de colores, rojas y verdes, arándanos y moras. Las flores comestibles blancas como la pureza de una novia. El chocolate caliente. La crema fría. El azúcar glas en su estuche. Cucharas, cuchillos, manguitos, paletas, todo listo. Esta tarta se salía de lo habitual y habría que cruzar los dedos para que todo saliese bien.

Se coloco su ropa de trabajo y sin mirar los apuntes comenzó a

montar la tarta de bodas. Eran las que más le gustaban. Ponía empeño en su obra para agradar a los novios y a todos los invitados. Era el gran día de las parejas y familiares. Nada podía salirles mal. Después de tanto tiempo preparando su enlace, hoy por fin llegaba el día ansiado. Flores, trajes, nervios, muchos nervios que llegaban a su fin. La fiesta se celebraba comiendo, y tras los manjares para agasajar a los invitados, llegaba el momento “más dulce” del ágape. Y ahí estaban las tartas de Anita. Un buen broche.

Encendió la radio para oír las noticias. Poco buenas. El día merecía algo más alegre. Puso un CD de bachatas que le imprimían otra marcha más contenta. Fue montando con esmero una capa tras otra para ir dando forma a su obra. Con unas pequeñas espátulas probaba los ingredientes para cerciorarse que estaban en su punto. Sonreía a cada sabor diferente. Guiñaba un ojo de aprobación.

– ¿Te pasa algo Martina? Te noto algo apagada.

– No, no, que va. – respondió su ayudante.

Con su cadera le dio un suave empujón para reforzar el buen rollo que había entre ellas. Ambas sonrieron juntas y siguieron con la tarea. Poco a poco los tres pisos estuvieron ya acoplados. Con delicadeza y mimo fueron montando la estructura final y colocando los últimos retoques. Anita tomo distancia y observo el resultado final.

– ¡Ha quedado fantástica!

Cogió su cámara para inmortalizarla. Fue entonces cuando se dio cuenta que faltaba la pareja de novios. Estaba en una pequeña cajita que su hermana había reservado en la estantería. La abrió y se quedo un poco sorprendida. La sonrisa se borro de golpe y se le acelero el pulso. Los novios eran “dos novios”. Leyó sus nombres.

  • – ¿Cómo ha tenido valor de encargarme su tarta de bodas?

Y comenzó a romperla aplastando entre golpes su obra maestra. Igual que hubiese querido romper la cara de aquel novio que la dejo por su mejor amigo.

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