Quién llora por un Excel

Quién llora por un Excel

Carmen Méndez

12/11/2018

Irene llora porque no sabe hacer bien un Excel. Las celdas se le rebelan y bailan sin pudor. Hay filas enteras que desaparecen, engullidas por algún circuito malicioso, empeñado en fastidiarla. A sus 54 años, Irene llora por dentro para que no adviertan su inutilidad, se atraganta en su angustia para conservar el trabajo mileurista. Con lo que ella ha sido. Llora por culpa de un Excel porque se ve inepta, un trasto viejo laboral. No digas eso, la animan. Vales mucho, puedes hacerlo. También ha aprendido qué es un hashtag, y etiqueta y tuitea con lentitud contenidos sobre la empresa que la ha contratado tras dos años de paro intermitente y empleos tan precarios como este. Tienes que ser más activa en redes sociales, le dicen sus jefes. Son educados, pero la impaciencia asoma a sus ojos.

Le avergüenza pedir ayuda otra vez. Ha perdido la cuenta de los ¡ay, por favor!, disculpa, no sé dónde he tocado. Ya no sabe las veces que los compañeros, de la edad de sus hijos, la han auxiliado. No pasa nada, es muy fácil. Ya. Si es tan fácil, por qué ella no es capaz de hacerlo bien. Son amables con la torpe señora cincuentona.

Irene no se ve mayor. Ha engordado algo con la menopausia pero aún se sabe atractiva, y tiene salud, y ganas de aprender y trabajar, sí, las tiene, y ganas de disfrutar, y ganas de que el Excel no se le ponga farruco, que ya está bien, que ella puede aportar mucho, que es una mujer leída y viajada, que trabajó más de treinta años hasta que la crisis arrastró empresas y vidas. Pero hay que seguir. Probó de todo, no se le caen los anillos, porque el objetivo es llegar a la jubilación cotizando, aunque la pensión sea una adivinanza y el futuro un sudoku. ¿Quién quiere a Irene hoy?

Va al baño, a punto de lágrima, y llama a hurtadillas a una de sus hijas: este mamón se ha descolocado de nuevo. Vuelve a tu mesa, mamá, calma, y haz lo que te vaya diciendo. Quién necesita lexatín teniendo esa voz. No quiere dar lástima ni defraudar a nadie. Pondrá más atención. Lo hará bien y no suspirará por su confortable pasado. No recordará el primer día en la oficina del paro, engullida por un ERE de tantos, nerviosa, humillada. Una profesional valiosa que no debería estar ahí.

Vuelve a su fila de trabajo, como una gallina ponedora, y sigue las instrucciones de la hija, se desbloquea, y entiende —ahora sí— por qué los asientos del Excel se le amotinaban desde sus celdas. Todo cuadra. Muy bien, Irene, la felicitan. Se envalentona: el programa la obedece. Qué tontería llorar a sus años por tan poca cosa. Pues aprende y punto. Pues tuitea y punto. Pues sigue adelante y punto. Irene pulsa control G, graba, suspira y sonríe: el Excel come hoy de la palma de su mano.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS