Cuando se cierra una puerta se abre una ventana. Caminaba hacia casa con esa letanía resonando en la cabeza. Acababa de perder el trabajo, porque el hotel no había obtenido los resultados deseados, pero mi carta seguía vistiendo las mesas del restaurante. No podía hacer nada más que alejarme sin mirar atrás, todo el esfuerzo de aquel verano pronto sería como las hojas del otoño amontonándose en esquinas y garajes. A mí ya no me importaba, los problemas se quedan allá donde se producen.
No era tanta la distancia pero a medio camino me entró un hambre voraz, quizás las malas noticias arañaban el estómago desde dentro y mientras subía por la calle Génova. Decidí imperiosamente detenerme en Lamucca de Almagro. Su terraza parecía un oasis acogedor para un fumador así que tomé asiento, pedí una burbujeante cerveza doble, saqué mi paquete de tabaco e hice lo que podría esperarse de alguien sin trabajo… fumar sin prisas viendo el tiempo pasar.
Los matices de lúpulo y cebada jugaban precipitándose por mi garganta haciendo remolinos de espuma, la carta era tan extensa como las jornadas maratonianas dentro de una cocina. Escogí con gula los platos como quien tacha deseos de una lista a medio concretar. Unos nachos de la teki irían de perlas con la caravana de cervezas que iban a acumularse en la mesa, y los baos de cochinita pibil conseguirían que la conflictiva mañana llegase a buen puerto. Para concluir… un carpaccio de ternera sería más que suficiente. Por lo que una vez tomada la comanda ya podía acomodarme y disfrutar sin que las obligaciones me mordieran las pantorrillas.
Los nachos llegaron acompañando a la segunda cerveza. Me pareció idílico que formarán tan buena pareja casi sin conocerse. El olor a cilantro ascendía delicadamente mezclado con la lima del guacamole, los totopos crujían felices mientras las salsas jugaban al twister en mi lengua, cuando alguien perdía la partida una inundación de deliciosa rubia limpiaba el paladar hasta la siguiente. Cuando quise darme cuenta ya estaban los esponjosos baos buns sobre la mesa, para mí siempre han sido como morder las vaporosas nubes según un tailandés, por eso la cebolla roja es el matiz de contraste junto al cilantro que de nuevo venía a hacer de las suyas.
La tercera copa, precedió al fulgor del rayo en una tormenta, el carpaccio llegaba después en plena faena. Como un niño disfruté rulando la ternera al estilo vietnamita, parmesano, rúcula y pesto se integraban perfectamente en mis canelones de cruda carne. El hambre se iba difuminando entre pitanzas y cervezas. Cuando me quise dar cuenta tenía el móvil marcando en la mano derecha.
- -Buenas tardes, soy Miguel Ángel. ¿Sigue en pie lo de dar clases de cocina?.
- –Sí claro, por mi encantada, no esperaba tu llamada.
- -Ya sabes el tiempo pasa y las oportunidades también.
Cuando colgué ya era profesor, había dejado abandonados trece años de infiernos estrellados para enseñar mil recetas dentro de un aula a unos desconocidos llamados mis alumnos.
OPINIONES Y COMENTARIOS