Comencé “Ya los ochenta cercanos…” Canté la frase final “la señora que me cuiiiiiiiiiida” y estalló la Botica del Ángel. Todos los ¡bravo! que contenía el salón saltaron juntos. Teresa, la cantante famosa, se paró para aplaudirme. Una sonrisa y retrocedí para juntarme con el guitarrista y las mujeres que cantaron antes. Reverencia conjunta, más aplausos. Mientras bajaba y subía la cabeza, el cisne macho pensó que había cantado una vez, ahora le tocaba morirse.En lugar de temor sintió felicidad, con sabor a revancha.
De Martita estaba enamorado, creía que ella también, aunque en Segundo Año Segunda División del Secundario éramos treinta varones y de diez chicas, ella la más pretendida. La perdí por culpa de la de Música. Do, re, mi. Había que cantar junto al piano. Quedaron todos para el coro, menos dos: El Patón Fernández y yo. Algunos se rieron. Las chicas fueron elegidas todas. Primera canción y Martita quedó como soprano solista. El otro discriminado se fue para el jardín del Colegio. Me quedé escuchando el coro, de la vergüenza y la bronca no podía dar un paso. Mi vieja me contó que a ella la monja la hacía callar preguntando si cantaba algún varón.
En el banco donde trabajé a los veinte, tres empleados registrábamos la contabilidad interbancaria. A la mañana, sin público. En la máquina uno el Negro Martínez, en la dos yo. Nos asistía Martín. Como había buena acústica en el salón, solíamos cantar. Los tres, cada uno un cachito de tango, yo, “mina que fue en otro tieeempo…” Martín a la tarde estudiaba canto, decía que era tenor. Al mes de entrar me dijo que yo tenía buena voz. Cuántos años.
Estudié con Nino Falsetti, me había catalogado bajo profundo. Compré un álbum de arias, vocalizaba, me enseñaba Vecchia Zimarra de La Boheme. Vi por Canal 7 a Cesare Siepi , cantaba para estudiantes de California. Un aria me enloqueció, Ella jammai m’amo de Nabucco. Le pedí al Maestro que me la enseñara. “Ma, si usted quiere se la enseño, pero no cuente por ahí que se la hago cantar con un mes de estudio”. Llegué a dominarla bastante bien, salvo el salto de quinta más allá del pasaje: “Amor per me non ha”. Unos gallos que hacían reír a mis hijos cuando ensayaba en casa.
Alterné con otros profesores. Me operé de la garganta, tema tabú familiar por la muerte de un tío joven al operarse. Quise ingresar al Teatro Colón y me tomaron una prueba, la voz era buena, pero. Me presenté a la convocatoria de un conjunto que buscaba un bajo, con disimulo se rieron. Me recomendaron la Escuela de Expresión Musical. Concurrí. Todos podíamos cantar, sacar lo que teníamos adentro. Seguí insistiendo.
Por jubilarme, estudié para letrista de tangos. Escribí milongas risueñas. En ellas me río de mí mismo como me enseñaron los que se rieron de mí, les seguí la corriente. Y las canto. “La señora que me cuida” me salió redonda, como dicen acá.
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