NO LO DEJES PARA DESPUÉS…

NO LO DEJES PARA DESPUÉS…

Gladys Aimola

30/10/2018

Un hilito de sol se cuela por la minúscula ventana y se posa sobre arrumes de libros contables dejando ver el polvo que los cubre; detrás de los libros una gafas rayadas y con las manillas pegadas con cinta al lente, detrás de las gafas Gildardo estirando su cuello; agotado porque ya llega la fecha del vencimiento de los impuestos. Esta misma escena se repite desde hace 30 años en la última oficina del gigante edificio.

A las 6:00 pm sale corriendo a su hogar, lo espera la abnegada María, su esposa hace 50 años. En el segundo piso de la descuidada casa viven Juan, su hijo cuarentón; Jimena, su buena para nada nuera y su nieto Julito.

María día a día y desde siempre cocina para todos, cuida a su familia y hace oficio. Gildardo ayuda económicamente a su indiferente hijo, quién a veces trabaja con él en la empresa de textiles, esperando que “el viejo se jubile para heredar su puesto”.

  • – Mija, en 3 días salgo. Con los ahorritos de toda la vida por fin nos vamos a dar la gran vida. ¿Se imagina?, iremos a Barcelona, nuestro sueño eterno.
  • – Qué emoción, casi 30 años imaginando ese viaje. Mijito, pero antes de irnos compre unas gafas nuevas que esas pegadas con cinta son espantosas.
  • – Sí señora… ¿Le parece Mija si en adelante comemos los fines de semana por fuera y así deja de cocinar y lavar platos todos los días?

Gildardo y María salen felices de la agencia de viajes con sus tiquetes en la mano, llevan en el viejo portafolio los ahorros de toda su existencia. Por fin la vida para ellos empieza; ya era hora de darse gusto. Salen a cambiar esas viejas gafas de Gildardo. Un carro fantasma pasa el semáforo en rojo y en un instante acaba con la vida de los viejos.

Eran las 3:00 pm. El teléfono suena en la vieja casona, Jimena sale despacio de su habitación, con las uñas recién pintadas. De mala manera contesta el teléfono, del otro lado un policía le da una dirección y le pide que se acerque cuanto antes. Sale despacio y refunfuñando por que se le dañó una uña. Sus suegros y el portafolio yacen en el piso.

En el cementerio de la mano de su pequeño y frente a una corona de rosas gigante que el mismo compró Juan llora y se lamenta por lo mal hijo que fue, recuerda que nunca le dijo a sus viejos que los amaba; el arrepentimiento lo tiene totalmente abatido y su mente no deja de repasar una y otra vez las veces que ignoroa su padre y la imagen de su madre con artritis, lavando la loza en la abandonada cocina.

Una bella tarde en Barcelona, Jimena sale del brazo de un joven, lleva muchos paquetes y luce maravillosa; ríe a carcajadas y va pensando seriamente en quedarse a vivir en esa ciudad hermosa de la que tanto hablaban Gildardo y María.

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