Fui a aquel café que ya conocía de pasada, pero no en profundidad, sin ningún especial recuerdo más que aquella amarga discusión que allí tuvimos. Discusión por otra parte sin ningún sentido, sin solución y sin importancia al mismo tiempo. Quizá por eso elegí aquel lugar, para olvidar ese mal recuerdo. Aun así, escogí una mesa diferente, alejada del lugar de los hechos.

Allí me senté, solo, sin recordar por qué había salido de mi casa tras semanas encerrado. Recordaba que me sentía perdido y sin una meta, sin saber dónde ir o qué hacer. Este pequeño café fue lo único que vino a mi memoria y allí me senté.

Tan solo pasé dos horas allí sentado aquel día, frente a esa ventana. Se me quedó medio café frio, pues había pedido café solo, más por mi estado de ánimo y por el gusto de mis sentimientos que por el placer de disfrutar esa amargura y fuerte aroma.

Frente a mí, veía caer las hojas amarillentas y marrones de los castaños. Aquellos árboles se alzaban ante las intermitentes y deslumbrantes luces del tráfico, imponentes, inamovibles, viendo las vidas pasar a su alrededor mientras perdían la suya, tenía bastante en común con ellos, al menos estas últimas semanas.

Hoy es martes, han pasado tres semanas desde aquel primer café solo. Ya han caído las últimas hojas del otoño, los arboles están ahora desnudos. El suelo está plagado de colores cobrizos y amarillentos, que provocan un bonito contraste, en comparación con el grisáceo tono de la ciudad y de las personas que por ella transitan.

No sé porque estoy escribiendo esto, no sé si me ayudará o terminaré de hundirme en mi mismo cuando relea estas tristes líneas. Solo sé que ya no quedan hojas en los árboles, que parece que todos los granos del reloj de arena ya cayeron. Es hora de darle la vuelta al reloj de nuevo, poner el marcador a cero y comenzar desde el principio, sin ayuda, sin prisa, pero sin pausa.

Tres semanas separan mi yo de aquél amargo café que no fui capaz de terminar.

Hoy me he sentado en nuestra mesa, donde tuvimos nuestra última discusión, donde vi por última vez tu sonrisa, antes de que se tornara en desespero.

Ha pasado un año y tres semanas desde que te levantaste de aquella mesa, llorando, fuera de ti, sin ser la razón de nuestra discusión la causa de tu gran enfado, mas sí la causante de lo que ocurrió.

Hacía mucho tiempo que no te hablaba, a pesar de sentirte cada mañana al despertar, a pesar de no poder olvidar tu risa entrecortada mientras nos cepillábamos los dientes, a pesar de que hace mucho que ya no estás.

Hoy por fin te escribo, un año y tres semanas después de que aquel coche te arrebatara tu vida y la mía contigo. Hace un año y tres semanas que no te veo, pero no ha pasado un segundo en el que no estés conmigo.

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