Berenjenas «petite mort»

Berenjenas «petite mort»

Ina volvió a rebobinar el vídeo, paró en el momento de los delantales y pulsó “play”. Otra vez vio lo mismo: todos se ponían el delantal menos ella, que llegaba tarde. Sí pudo sacar de los cajones -a tiempo-, la pimienta, el aceite, un cuchillo.

—STOP —dijo Juan al micrófono pegado a su solapa—. INA, PONTE EL DELANTAL.

—Perdón, perdón, perdón —dijo ella.

Todos los alumnos acariciaron sus delantales puestos. Juan movió la cabeza y entrelazó las manos como quien agarra un pescuezo.

—Has llegado tarde, Ina, y eres mi ayudante. Mal ejemplo es ese —dijo con la mandíbula tensa.

Se oyó un murmullo de cuatro segundos. Ina se ató el delantal a la cintura.

—Lo siento —dijo—. Aunque es la primera vez en todos estos años.

Juan apretó los labios, se acercó a ella despacio. La empujó. Se oyeron unos carraspeos, alguna risa pequeña. Juan le dio un puñetazo en la cara, a ella se la oyó gemir. La imagen se volvía borrosa y el único sonido era “ffffffffffffffffffffff”.

Ina rebobinó de nuevo. Para ver lo mismo. Una y otra vez. Hasta que sonó el teléfono.

—Dime.

—Malas noticias. No admiten la querella. Los testigos no han firmado —dijo la abogada.

—Qué cabrones. Menos mal que por fin tengo una prueba.

—¿Una prueba? ¿Cual?

—¿Cómo? En el vídeo de seguridad se le ve claramente golpearme, lo has visto.

—No, no se ve eso.

Ina frunció, como pudo, el ceño. Acarició la escayola. Tenía la cara hinchada y la nariz rota. Otra vez.

—¿Cómo que no? Pero si se ve clarísi…

—Que te olvides del vídeo. El juez es amigo de la prima del cuñado de Juan. O algo así.

—Pero en el…

—No importa —tosió—. Te lo había advertido.

—¿Me lo habías qué?

—Advertido.

Ina se quedó callada. Fue a una estantería y cogió un bote amarillo y negro.

—Sí, claro —dijo.

Colgó. Entró en la cocina, abrió el horno. Olió las berenjenas, la sal de olas, el comino, la pizca de cilantro, el chile, el tomate, la cebolla, el pimiento, la miel. Hacía veinte minutos que las había puesto a hornear, convencida de que no sentiría miedo por un tiempo. Abrió el bote. Espolvoreó las berenjenas con un concentrado de setas Amanitas, cerró el horno y bajó la temperatura. Se lavó las manos. Buscó la letra “jota” en la agenda.

—¿Sííííííííííí? —oyó tras cinco tonos.

—¿Juan?

—Mmmm. Te noto sexi.

—Juan. Tienes razón.

—Ah, ¿sí?¿En qué?

Ina se quedó callada unos segundos.

—Me lo merecía. Como siempre —susurró—. Ven a cenar a mi casa esta noche. He hecho berenjenas petite mort.

Juan se acarició la ingle y miró el tatuaje de su muñeca, un chile naranja brillante.

—¿Con chile especial y todo?

Ina notó algo caliente deslizarse desde dentro de su nariz. Vio un punto rojo sobre su mano. Luego vio otro en su muñeca, su pantalón, su camisa. Echó atrás la cabeza. Notó la sal y el hierro en la lengua. Tragó.

—Con todo. Ven.

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