CON SABOR A MOSTAZA

CON SABOR A MOSTAZA

Elisa era la típica niña tímida, poco agraciada, solitaria y por si fuera poco, su familia de escasos recursos le había conseguido una beca en un colegío al que asistían chicas «de la alta», diría mi mamá.

Frecuentemente durante el receso Elisa comía su sencillo lunch, si es que llevaba algo, escondida atrás de una columna del patio, desde donde observaba a una de sus compañeras degustando una torta que casi siempre era de jamón con mostaza. Ella nunca había probado ese aderezo y se le iba el recreo imaginando a qué se parecería ese sabor: – ¿Será dulce, agridulce, salado, combinado? – Se preguntaba intrigada. El aroma de la mostaza le fascinaba. También solía observar el juego de sus compañeras sin atreverse a acercarse y mucho menos a pedir que la invitaran.

Lourdes era una compañera que vivía por el camino a casa de Elisa. En una ocasión su mamá tuvo la feliz ocurrencia de recomendarle que regresara a casa acompañada de Lourdes, ésta no recibió de buen agrado la encomienda, sin embargo tampoco se negó.

A partir de ese momento, el regreso a casa era un calvario para Elisa, ya que se convirtió en el blanco de las agresiones de Lourdes. Le impedía esquivar un bache con objeto de que tropezara y cayera, le jalaba el cabello hasta deshacerle el peinado, le quitaba el raquítico lunch, y alguna vez la llegó a golpear, aunque bien se cuidaba de que no fuera «notorio». Elisa no tenía el valor de reclamarle, ni quejarse, ni informar a sus padres o a los directivos del plantel. Aunque padecía estas continuas agresiones, le ilusionaba llegar al colegio a platicar con Patricia, la chica mostaza, este mote surgió cuando Patricia se percató de la mirada insistente y antojadiza hacia su lunch. – ¿Quieres una mordida?. Elisa aguantó la respiración y la pena y por supuesto que aceptó. – Si gracias, sólo un poquito. ¡¡¡Por fin conocía el sabor de la mostaza!!! Delicioso, hubiera querido darle otro mordisco, pero no se atrevió a pedirlo. Desde ese día Patricia compartía su torta y su tiempo con Elisa, lo que resultaba un oasis en medio de la pesadilla que representaba Lourdes.

Una mañana, en medio del patio del colegio se apreciaba a una chica de rodillas con los brazos extendidos en el rayo del sol. Al acercarse Elisa se percató de que era Lourdes. Sorprendida la observó por unos instantes y en su interior se arremolinaron diversos sentimientos: Alegría, venganza, justicia, compasión. Reconoció que disfrutaba el que la persona que tanto la había humillado ahora estuviera en esa situación.

En ese momento decidió que no toleraría una agresión más, que merecía respeto como cualquiera de sus compañeras. Las pláticas con Patricia le hicieron concientizar lo mucho que valía, le ayudaron a adquirir seguridad y confianza en sí misma y descubrió que todo había iniciado cuando conoció el aroma de la mostaza,

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