Dolor de un sueño cumplido

Dolor de un sueño cumplido

José Spinoza

29/10/2018

Despiertas. Lentamente en la tórrida cama vas adquiriendo la noción de tiempo y de espacio. Tus ojos recién aflorados advierten el tan esperado día, tu rostro traza a su vez una sonrisa árida. Fuerzas tus pegados labios para, entre la alegría mañanera, aclamar un “al fin”. Irás a la cocina y saludarás a mamá y abuela. Luego de abrazarlas, y de solicitar el desayuno, decides bañarte y después llamarlos. Desayunarás con su imagen en tu mente, le dirás a mamá lo feliz que te sientes por la fastuosa oportunidad de conocerlo. Ella te abraza, notas que dirá algo, inesperadamente ahoga su sonido. Te percatas de la presurosa llegada de tu padre. Su inexpresiva cara posee la despreciable noticia que nunca debió llegar; que a tu júbilo arrinconó: don Argiro te necesita en la plaza.

Cierras fuertemente los ojos. Te muerdes los labios de manera brusca. Sabes perfectamente que los reproches son prohibidos; conoces las necesidades de tu familia, las carencias de tu madre, los excesos y derroches de tu padre. Tus secas lagrimas son el fruto de innumerables gritos, turbaciones rondando el por qué te tocó a ti, por qué un chico de quince tiene que trabajar y perderse de las maravillas repentinas.

Escuchas desde tu cuarto las voces de Rocío y de Javier. Escuchas también la de tu padre respondiendo ese “no irá, lo llamaron del trabajo”. Das un golpazo a la cama; otro. Cogerás con desaliento la mochila, meterás el libro, nunca lo dejas. Te despides con expresión tiesa de mamá y abuela. Tu madre te asegura que él volverá para la próxima feria, que guardes la esperanza.

Caminas hacia la puerta. En la acera, tu padre sentado persigue con ojos serios tu alejamiento. Estás a punto de cruzar el parque, miras hacia la calle del comercio y reconoces dos figuras pequeñas: tus amigos. Se dirigen agraciados hacia el sueño que tú no cumplirás, ellos sí que pueden, ese y muchos más. ¿Volverá para la próxima feria? ¿Se presentará otra vez una oportunidad como esta? ¿Qué es lo realmente valioso en esta vida? Cambiarás de dirección.

Levantas tus manos al cielo en el más absoluto regocijo. Aun te encuentras aturdido del ruido del tumulto, de la larga fila de espera, de los intensos trancos de tu corazón cuando te acercabas a él, del sudor intermitente mientras firmaba tu libro, de la satisfacción compartida con tus amigos ¡Al fin! Lo has conseguido. Tus labios húmedos lo reiteran.

Bajas la calle del comercio. En el parque te despides. La agitación se aplaca levemente. ¿Ahora qué? Avanzas con paso pausado hacia tu casa, esa primera que se observa en la empinada calle del opaco barrio. Mientras escalas, alcanzas a atisbar dos sombras. Logras esclarecerlas: don Argiro conversando con tu padre. Das un leve brinco, como si tu corazón lo hubiera ocasionado. Tu vista se nubla. Continuarás acercándote, convenciéndote de que valió la pena, de que el dolor de la desobediencia no atenuará la inmensa dicha de haber cumplido un sueño.

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