La guerrera de la armadura de hierro

La guerrera de la armadura de hierro

Eva Madgarbar

14/10/2018

El otoño ya ha tomado posesión de Madrid. El cielo estalla en colores ocres y las aceras se llenan de alfombras de hojas que recuerdan lo efímero de las estaciones.

Salgo de casa apresurada, engullida por el ritmo frenético de una ciudad que despierta al nuevo día construyendo el escenario en el que el guion que nos han dado se convierte en la mejor superproducción. Camino rápido guiada por la cadencia de la marea de coches que a esas horas ya circulan.

Y, de repente, apareces ante mis ojos. Una punzada de amargura se me clava en el estómago.

No creo que tengas más de 15 años. Complicada edad donde las haya que, además para ti, viene con un extra de dureza.

No quiero que me des pena. Me niego a tener ese sentimiento hacia ti porque el coraje que proyectas es el de una guerrera que le ha tocado librar esta batalla contra un cuerpo frágil que alberga una mente adolescente que sueña con ser libre de las ataduras de una quebradiza salud.

Veo el esfuerzo que te cuesta cada paso que das. Con las manos firmes en tu andador tiras de tus huesos hacia adelante; de unas piernas que no quieren realizar el papel para el que fueron concebidas y que apenas son capaces de elevarse unos milímetros del duro asfalto.

Cuando paso por tu lado no sé por qué mis pies se frenan y me piden ir a tu ritmo. Me siento culpable por poder caminar rápido subida a mis tacones mientras tú peleas cada paso que das con un esfuerzo titánico, ayudada por unos fríos hierros que te sirven de base.

Libras la batalla contra las aceras, los semáforos y los coches sola, con la cabeza muy alta, la vista al frente y las manos firmes.

Cargas tu mochila, la que te hace una guerrera y la que por edad te corresponde cargar llena de ilusiones. Cada día superas los mil obstáculos que la vida te pone para vivir la edad que tienes que vivir.

Me imagino el día que te negaste a que te acompañaran. Un grito de libertad que te acerca a una normalidad y que te hace librar sola según qué batallas. Imagino el golpe seco que cada mañana tu madre siente en el estómago cuando te ve salir por la puerta de casa. Miedo y orgullo se entremezclan.

Te cruzas con viandantes, coches y una legión de «zombis» cegados por su pantalla de móvil que se pierden una lección de vida por no mirarte.

A aquellos que reparamos en ti nos bajas a la tierra. Nos haces ver lo afortunados que somos y nos dejas con ganas darte las gracias. Eres una lección. Tus piernas no tienen fuerza, pero tu cabeza y tu voluntad son de hierro.

En una ciudad donde la vida es hostil para los más frágiles tú sacas brillo a tu armadura a diario y sales a comerte el mundo. La dureza del camino no te empaña la meta.

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