Son las 9 pm, la noche ya lo cubrió todo. Lupe está en su pequeña casa en las afueras del pueblo, ubicada en la mitad de la nada, con las luces encendidas y la radio con un volumen muy alto. El ruido la enajena un poco pero es lo único que le quita el miedo aterrador que siente.

Escondida detrás de las cortinas, mira por la ventana, pero la oscuridad es tan intensa que lo único que alcanza a ver son las luces lejanas de los postes de la carretera. La radio no la deja oír y precisamente para eso la usa para no percatarse si el hombre viene descendiendo por el camino hacia su puerta. Esto es lo que ella más teme pero en el fondo lo que más desea.

¿Qué tal si está frente a mi puerta? No quiere ni pensar en enfrentar a ese hombre que viene a reclamar lo suyo. La transpiración helada la empapa, sus dientes castañetean, va y viene de una ventana a la otra, su juicio está absolutamente nublado y todas las acciones que toma solo la vulneran más. Por fin, en un atisbo de claridad, resuelve apagar la radio para escuchar qué está pasando en el exterior y adivinar si el provocador está afuera.

Cuando el silencio absorbe la estancia, Lupe queda paralizada tratando de ubicar los sonidos de su entorno. Oye ruidos. ¿Será él? No hay otra cosa en su mente que el pánico a verlo, a contestar sus preguntas, a enfrentar su presencia, a amarlo y odiarlo. ¡Dios mío! Qué momentos tan amargos, porqué no lo pensé antes, porqué lo hice. El miedo la hace volar, está sin control, su trenza cuelga como una liana después de la lluvia enmarcando su rostro joven, su único vestido de flores está pegado a su piel y deja ver ese cuerpo delgado, bien formado que tiembla sin cesar.

Es tal el agotamiento que algo se apodera de ella y la hace reaccionar, un aire de valor la envuelve y decide abrir la puerta. ¡Está bueno! ¡Si hay que enfrentarlo, pues se enfrenta! El deseo de verlo la motiva, pero el temor a ser su esclava la congela. Estas reflexiones le daban más y más valor para encarar a ese hombre del cual no sabía nada, pero que había penetrado en su alma y la había poseído, adentrándola en el mundo del deseo, a la vez, la tenía subyugada a sus antojos y se había apoderado de su ser desde el mismo día en que lo conoció.

Está ahí, está ahí… Cogió el picaporte dispuesta a abrir y por un momento pensó que qué pasaría si no estaba, tendría otra noche de soledad, su adrenalina habría perdido su efecto, su cuerpo derrotado quedaría sin el alimento que lo hacía vivir y volvería a empezar otro ciclo macabro de espera, de temor y deseo.

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