Hacía su voluntad y yo, lo soportaba.

Aborrecía sus manos.  Esas falanges hinchadas devotas al placer y siempre, agarradas a ese vaso ribeteado de minúsculos rombos plomizos. Alcanzaba un grado de embriaguez tal, que el razonamiento le llegaba solo, a deducir la distancia mínima a ese vaso. Su hinchado vientre, más de una vez le evitó caer de boca en su propio cólico. Día tras día, mi vacío se llenó de odio.

Pero tranquilo, haré la declaración.

¿Qué? ¿Cuál era la relación con él?

Fui su amante.

Yo “era la, evocadora, de sus mejores estrofas mundanas”, decía él. Mentía.

Durante una década me devoró mi joven corazón, incluso parte del cerebro, pero me queda el suficiente para aborrecer el alcohol. Ahora, ya no bebo. Solo jugo de manzana. Eso sí, con espíritu de Afrodita. Me embriago con la virtud que otros hombres me dejan. Y son muchos.

Cuando termine de ahogarse en su repulsiva vida yo… Yo, ya no estaré para recoger sus pedazos.

Sabe, fue el vodka lo primero que aprendió a fabricar. Esperaba a que nevara para fermentar los granos y las papas. Usaba un alambique que le compró al “famoso rabino que predijo las tres guerras” ¡Cómo lo repetía! Se lo decía a todos.

Presumía de vidente. Y fue la absenta la que le trajo su hada verde. Isis, la llamó. Le empinaba la conciencia. Le devolvía a la vida, decía, mientras que a mí me la robaba. Con esa realidad, alucinante, pintaba jeroglíficos en las paredes de nuestro dormitorio; juraba que era la reencarnación de un escriba egipcio. Un loco perverso al amparo del ajenjo que destilaba con flores de hinojo y anís.

La fórmula la encontró en un viejo libro de alquimia. Fue un viaje que hicimos a Portugal, en una biblioteca, en Oporto, «Drogas y afines». Mezclaba estas hierbas y las maceraba en vodka. Así comenzó a hacer su propia absenta. Su “bebida de dioses”.

Se enganchó al éxtasis espiritual, y aclamaba:“¡he nacido para ser un místico! Ja. Comenzó a ver la mano de Fátima agarrada a la sábana santa. Y un día de inspiración divina, a la mezcla le añadió cilantro y enebro. Ese día descubrió, que la absenta era ”la bebida universal”. Ni se imagina.

Cuando se recuperó de su caída por las escaleras, esa cojera que tiene, tuvo la corazonada de añadir a esa bebida, nuez moscada y regaliz. La realidad se le antojó entonces como un abismo entre tinieblas. Se le escabullía el día, y sin darse cuenta, terminaba persiguiendo la noche. Un mundo oculto. Con la absenta parecía un chamán.

Los primeros años fue un señor. Lo más adicto eran los caramelos de mentol y el pollo con estragón. Después, vino el peyote, la marihuana, el opio y el mezcal. Y terminó dando paseos como un andrajoso por toda la casa, puesto hasta arriba.

No es de extrañar. Esos rituales para fuerzas demoníacas ¡Crápula!

¿Le diría todo esto, si no lo hubiera conocido bien?

Pero, ¿asesino?

Siempre ha hecho su voluntad.

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