Amor y odio al guiso de pollo

Amor y odio al guiso de pollo

Antonio Zimmerman

31/07/2020

Siempre odié el guiso de pollo, tiene un sabor tan simple y vacío, me daba asco tener que sacarle la carne a esas alas con huesos tan pequeños que muchas veces me entraban en la boca sin que me diera cuenta, cuando la carne se mojaba con la salsa su textura se volvía tan blanda que comer la piel de ese animal era como comer una servilleta mojada.

 Siempre le decía a mi madre que me prepare otra cosa, que ella se coma el guiso pero que a mí me haga aparte tres salchichas o algo por el estilo, pero ella siempre me llevaba a la mesa un plato con ese maldito guiso de pollo.

 No tenía ni condimentos solo era el pollo, el arroz y la salsa de tomate, siempre me molestaba con mi madre y a veces ni lo comía, pero el guiso se preparaba en mi hogar mínimo dos veces a la semana así que terminaba cediendo para no morir de hambre.

Esta sensación de odio e incomodidad por este platillo duro hasta que cumplí dieciséis, siempre pensaba que cuando viviera solo nunca prepararía el asqueroso guiso de pollo, pero a los veinticinco años cuando pude abrir un pequeño restaurante para cumplir mis sueños de cocinar puse como uno de mis platos principales el “guiso de pollo a la María” por el nombre de mi madre, era guiso de pollo previamente condimentado con algunas verduras, pero era mucho más rico cuando lo servía fuera de mi local en un comedor de mi antiguo barrio.

 A los dieciséis fue cuando me dí cuenta porque siempre lo comíamos, mi madre me crió sola y cocinaba con las donaciones que daban en la municipalidad, siempre daban arroz ya que no había mucha variedad de alimentos, cuando ella podía juntar un poco de dinero se esforzaba por preparar mi comida favorita por aquel entonces que era una buena tarta de jamón y queso, pero ella solo comía una porción a la noche y al mediodía del día siguiente ella se llenaba con mate dejándome las sobras de la tarta de ayer, así yo la disfrutaba entera pero ella se aguantaba el hambre sin decir nada.

 El día que me entere de ello empecé a dejar los platos limpios y me terminaba todo el guiso, su sabor cambio por completo, podía sentir el amor que le ponía mi madre y el esfuerzo para que nunca falte aquel plato en la mesa, me seguía dando asco pero siempre que mi madre ponía en frente mío aquel guiso de pollo solo podía decir “Gracias mamá”. 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS