Recuerdo que teníamos un horno de leña, hecho de barro, que ocupaba cerca de media habitación, era un lugar muy oscuro, que en ocasiones nos daba miedo y que raramente entrabamos. Allí se encontraban las cosas de mamá y ella no permitía que ingresemos  a este sitio,  por temor a que botemos o dañemos las herramientas de trabajo que guardaba tan sigilosamente para hacernos los postres y comidas mas deliciosas. 

A este horno se le introducía grandes trozos de leña seca, y con el calor del fuego y la presencia de mamá, ese lugar cambiaba de inmediato, brillaba y se tornaba totalmente acogedor.

¡Ya casi no me acuerdo de ella!, cuando murió, apenas era una niña, pero cuando cierro los ojos, pasan por mi mente pequeños lapsos de esos recuerdos, instantes de como ella tomaba un recipiente blanco al que se le notaban que tenia muchos años, por que estaba golpeado y su color envejecido, colocaba todos los ingredientes dentro de él y con una cuchara grande de madera comenzaba a mezclar. En ocasiones tomábamos sin que ella se diera cuenta las claras de huevo a punto de nieve, le poníamos azúcar y nos las comíamos a escondidas. ¡No nos librábamos de sus regaños! y teníamos que ir a buscar mas huevos a la tienda para poder completar la cantidad que habíamos cogido sin permiso.

Cuando comenzaba a calentar la mantequilla y ese olor se unía al de la esencia de vainilla, la ralladura de limón y el azúcar pulverizado, emanaba  un aroma indescriptible, delicioso, que solo lo tienen los manjares mas equisetos, ¡ya podrán imaginarse el aroma  que desprendía cuando se estaba horneando!

Al sacarlo del horno tenia un color café claro, dorado, la levadura hacia que se fracturara en la parte superior y sobresalieran los bordes, su textura era suave y esponjosa. había que dejarlo reposar para poderlo des moldar y luego decorar. ¡La decoración era fascinante!, le colocaba a su alrededor una crema deliciosa de color blanco que olía a vainilla y canela los bordes del decorado eran de color rosado, azul, amarillo, todo dependía de la fecha especial, además le esparcía pequeñas volitas dulces de colores y otras mas grandes que parecían balines.

Solo nos faltaba cantar el feliz cumpleaños de algún miembro de la familia para, poder disfrutar de tan delicioso manjar, el cual era cortado en pequeños trozos en donde se podía observar las capas de relleno de fruta, mermelada y crema que tenia adentro. Sus colores contrastaban, pero se lo miraba ¡delicioso! ¡y sabia mucho mejor!, ella lo servía acompañado de una copa de vino de uvas.

Ahora miro ese lugar, se a tornado frió, oscuro y en ocasiones melancólico, tiene olor a humedad, polvo y soledad, solo quedan recuerdos de felicidad. 

«Se nota que le hace falta ¡la presencia de mamá!»

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