La angustia me invade…debo salir. Es anímico pero también físico. La garganta seca, me cuesta respirar, una opresión en el pecho. Los ojos me escuecen. Salgo. Me siento en el banco del jardín bajo las ramas sin hojas de la morera. El frío me sienta bien, poco a poco recupero la respiración, puedo tragar saliva… Lo he conseguido. No ha sido, no ha llegado del todo. He sido capaz de dominarlo.

Desde hace un tiempo este estado de cosas se repite. Estoy un poco asustada porque no sé a qué se debe. Me coge de golpe, sin avisar. Regreso al interior de la casa y me siento de nuevo mal. Mi marido está cocinando como lo hace a menudo. Le gusta hacerlo cuando tiene tiempo. De la cocina sale un olor a sopa, sopa de verdura…de verdura… ¡COL!… ¡HOJAS INMENSAS DE COL VERDE! Como un relámpago recuerdo las cenas del internado.

El internado era un sitio genial. Me lo pasaba muy bien, teníamos una organización fantástica y, aparte de aprender, nos divertíamos mucho. Pero, para mí, había un pero: las comidas. En general eran buenas, abundantes, variadas y sanas. Pero mi problema era que mis gustos o aceptaciones eran limitados. Las normas para las comidas eran muy estrictas. Los platos se tenían que dejar vacíos.

Entrar en el refectorio y oler a zanahorias fritas era repulsivo. Me daba nausea. Afortunadamente, una de mis amigas y compañera de mesa se deleitaba con ellas y teníamos un acuerdo que las demás compañeras de mesa intentaban ignorar. Ella comía rápido, intercambiábamos el plato y problema solucionado. No nos pillaron nunca, de haberlo hecho, nos hubiera caído un castigo verdaderamente severo.

El problema era distinto por la noche. Algunas veces había sopa. Y no era una sopa cualquiera, era de verduras. Siempre caía una hoja de col verde inmensa que ocupaba cada plato. Parece que a nadie le gustaba con lo que cada una se tenía que arreglar por sí misma. ¡Qué mal trago! Yo la partía en trozos que me iba tragando enteros. Hasta el último.

Han pasado muchos años y muchas cosas desde entonces ¿Es posible que este recuerdo sensorial me produzca esta angustia después de tanto tiempo? Me cuesta creerlo. Sin embargo, estoy segura. Este olor que emana de la cocina es el mismo que había en el refectorio algunas noches.

Sólo me queda pensar que los efectos conocidos como “de la madalena de Proust” o, en este caso, de la hoja de col verde cocida, operan el milagro de trasladarme de un presente mejorable a un pasado del que no puedo quejarme.

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