UNA ABSURDA ESTOCADA AL CORAZÓN DEL MAL

UNA ABSURDA ESTOCADA AL CORAZÓN DEL MAL

Hasta una muerte sana apesta; quien diría, huele a herrumbre y azufre. En estas circunstancias, el sabor de la victoria no es sino un mal sabor de boca. Son olores y sabores de carácter permanente, muchacho, no hay perfume ni enjuague bucal que vayan a cambiar eso. No me mires así, esto no es ninguna tragedia. Ya lo presentía yo. Lo sabía todo.

Me tomó años alcanzar la meta de ser miembro, ingresar a ese abyecto círculo. Hacer el contacto, adentrarme en sus filas, ganarme su confianza. Tuvo un costo, por supuesto; mutar mi especie, bajar al infierno y pudrirme las tripas en ese sitio hasta sentir el ardor y hacerlo familiar, vivir con un elástico, tirante, apretándote el corazón, pero sin soltar esa delgada y pequeña voluntad de hacer lo correcto. Es un maldito arte, chico. Marchar cuidadosamente por ese surco que media entre el bien y el mal. Dejar morir la gracia poco a poco, sin llegar al punto de no retorno. Vivir en las sombras sin ser tragado por ellas, haciendo lo posible, también, por no mostrar ese ápice de luz que escondes en tu interior.

Creí tener las agallas para esa aventura y compré el billete. Atravesé las puertas hacia este mundo calamitoso sin mirar atrás, sabiendo que no volvería en una pieza.

¿Que si logré mi objetivo? Claro que sí. Les di donde más les dolía. Nunca lo hubieran esperado de mí. El sujeto era un verdadero asco, realmente putrefacto. Por eso, para ellos, era un trebejo importante. No suplicó por su vida. Al final, fue feliz al contemplar cómo podía haber algo aún más perverso que él mismo: el bien que reniega astuta y estoicamente a su propia esencia. Reafirmó, con su muerte, que el mal es mutante. Y la forma que había tomado, en mí, le resultó extremadamente agradable. Fue por esto que el bastardo se rio de una sonora carcajada mientras agonizaba.

Sabía desde un principio que el mal nunca se destruye, solo se reconfigura, siempre prevalece en nuevas formas. Un miserable peón como yo no puede cambiar eso. Siempre fue solo una inútil misión suicida, muchacho.

¿Lo escuchas? Es su quejido grotesco, se siente herido en su orgullo. Su respuesta será implacable, lo sé. Pero por ahora, nada impedirá que acabe este pequeño banquete. No tendrá tiempo de arrebatarme eso. Así que gozaré el sabor adiposo de este manjar tan peculiar. Saber eso le irritará. ¡Oh sí! ¡Imagínate! Que alguien se ría así en su todopoderosa cara, disfrutando de la carne y el vino después de haber dado una puntada tan cerca de su centro.

¿Quién sabe? Tal vez otros vean hoy, en este gesto, su debilidad y le tengan un poco menos de temor.

No me des las gracias. El alba marca el breve tiempo de mi victoria pírrica. La gozaré, junto con esta suave y amarga desazón, mientras todo llega a su fin. El destino ya firmó y certificó su firma.

Ya suena la alarma. Adiós.

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