Olor a líbido.

Olor a líbido.

A. Moody

20/07/2020

Maldita sea.

Creía tener una erección con cada sonrisa suya. No nos habíamos acostado aun, pero sabía que me podía conducir al orgasmo o la locura, entornando los ojos, ladeando la cabeza y mordiéndose el labio. —Hay gestos que me desatan.

Su vestido negro se ceñía a sus curvas, su cara se te clavaba en la sien. Mis ojos disfrutaban vergonzosos de mirarla. Además, viéndola negociar en el trabajo sabías que iba un paso por delante. Siempre. Tenía una belleza que casualmente maridaba a la perfección con un mundo interior gigantemente complejo.

Se retiró el pelo tras la oreja y me rozó (in)intencionadamente por debajo de la mesa. ¿Eso era una señal?

—Oye… ¿Puedes preguntarle donde está el baño y pedir vino? —si lo era, pero para usarme. Odiaba que me llamase con “Oye” siempre.

—¡Claro, hombre! —dije— Mierda, digo perdón. Bueno mujer, ya me entiendes. —se reía tímidamente. Conmigo, o de mí, es secundario.

Abordé al camarero y al indicarme el baño Sonia se encaminó hacia él. Mis ojos se derretían. Su trasero, no dejó ni una parte de mi cuerpo que no estuviese pendiente de ella. Hasta sentí el arrebato de levantarme. No lo hice por ser un sinsentido, no por ganas.

Estaba en desventaja. Tenía que sacar mis armas a pasear y balancear la situación o parecería un desesperado.

Me miré con la cámara del teléfono. Había jugado bien con el efecto mojado en las ondas del pelo, pero no era suficiente. Me abrí la camisa a la altura del pecho y saqué de la americana un bote minúsculo

Ese perfume valía lo mismo que un mes de alquiler. Tenía la fuerza necesaria para que te girases si intuías su olor—y en un radio de 5 metros… ¡vaya si lo intuías!

Hace unos años, viviendo en Londres, un ricachón saudí que me caía fatal me la recomendó. Era un clasista y eso, pero ligaba siempre con chicas despampanantes. Al final le creí y después de ser falsísimo con él unas semanas en el trabajo, me lo vendió y me formó; “Cuello, pecho y muñecas, no te pases amigo”.

Le hice caso y añadí una mas en la entrepierna. Nunca se sabe. Sonia apareció tras de mí hacia la mesa

—Oye ¿No has pedido el vino…? —enmudeció. Su expresión de tía interesante se desvaneció. Ahora la guiaba el olfato.

Cerró los ojos medio segundo saboreando el potente aroma oriental. Al abrirlos, sus pupilas diferencialmente más redondas, delataban su disfrute. Inconscientemente, se adelantó sobre la mesa hasta tocarme el brazo. Yo estaba muy caliente y su roce me alteró.

Sonrió, cerrando de nuevo los ojos e inhaló una última vez para descubrir el verdadero secreto de la fragancia. Sutilmente, el dulce se desenmascaró al final del varonil olor y sus ojos se clavaron en mí al despertar.

—Vámonos a tu piso. — se levantó cogiéndome del brazo. Al parecer, aunque la mente mande, la nariz aconseja y yo obedezco.

Esto aguantará el viaje en moto ¿no?

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