Llegar a esa cocina luego de clases era toda una motivación.  Allí siempre estaba ella, con sus noventa y seis kilos y su metro setenta y seis centímetros de estatura, eso si, siempre vestía su bata gris con hojas verdes y en sus labios el poema del día, el cuál podría ser de un autor desconocido como verdades amargas o pintame angelitos negros de Andrés Eloy Blanco.

Mi pregunta era siempre la misma: ¿que hay de comer quela? y la respuesta no se hacía esperar con una gran sonrisa: «lo que Dios nos presente bichita».

Y se manifestaba la generosidad de Dios.

El menú estaba muy bien dispuesto: los lunes caraota, arroz y carne guisada, los martes pasta con carne molida y plátanos sancochados; así cada día.  Para mi el mejor plato era el del domingo, y es que mi abuela preparaba los mejores hervidos en cualquiera de sus variantes: costillas de res, pollo o gallina criolla o pescado!

En semana Santa no se hacía esperar la deliciosa granjeria: barriga e vieja#bocadill  majarete,#bocadillo bollitos de cambur, arroz con coco, alfajor…

Como venezolana podría decir que el plato estrella era nuestra hallaca en Navidad!

El toque de sabor lo daba la convivencia de toda la familia alrededor de la mesa aportando cada uno en la preparación.  Era toda una fiesta! Con música y el «palito de  ron» incluido!

Y hoy!  Veintisiete años después de su partida física, el olor a comino, a coco, el olor a arepa en un budare, a canela, a hojas de cambur en la brasa tienen un sólo nombre:  Quela!

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